Encuentros en el exilio. ¿Para qué necesitamos un Estado?

Moderador: Señoras y Señores, bienvenidos a nuestro programa especial «Encuentros en el exilio». El tema de hoy en nuestro espacio informativo: ¿Para qué necesitamos un Estado?

Me alegra poder presentarles hoy en plató a tres destacados pensadores europeos. Den conmigo la bienvenida al francés Jean- Jacques Rousseau, al inglés John Locke y a su compatriota Thomas Hobbes. Sr. Hobbes, permítame empezar con usted. Se le considera como el fundador de la filosofía del Estado moderno. Su trabajo principal publicado en 1651 lleva el título «Leviathan«. ¿Qué se esconde tras un título tan enigmático?

Hobbes: Verá, en mis tiempos los hombres todavía tenían un buen conocimiento del Antiguo Testamento. En él, en los libros de Job e Isaías, también en los Salmos, se menciona un monstruo marino de nombre Leviathan – una especie de serpiente o dragón – que inspiraba terror en todo el mundo. Utilicé este monstruo como símbolo para el poder público. El Estado, como máxima fuente de poder terrenal, somete por medio del temor a sus administrados.

Moderador: Esa es una visión del Estado que no compartiría Aristóteles, para quien el Estado era la culminación del ser social de los individuos. Nada que ver con un monstruo que inspira terror.

Hobbes: Sí, tienen razón. Pero yo no considero al hombre como un ente social, sino que parto del hombre particular y su libertad individual. Nadie está sometido de forma natural a nadie, de modo que toda restricción de la libertad, incluso si viene dada por el Estado, solamente puede justificarse si ha sido con la conformidad de cada ciudadano particular. Quería mostrar en «Leviathan» que las acciones del Estado, ése que se sirve del miedo, en definitiva debe de actuar basado en el consentimiento de todos los individuos. Mire usted: Para justificar la existencia del Estado, parto de la circunstancia natural de los individuos, por lo tanto de lo contrario de aquello que quiero demostrar.

Moderador: Pero no me negará que tal «circunstancia natural» del individuo no se da hoy por hoy en niuna sociedad.

hobbes.jpgHobbes: No me ha entendido bien. Cuando hablo de «estado o circunstancia natural» no me refiero a un estado de desarrollo primitivo, en el que los hombres deban subsistir sin ayudas técnicas. Me refiero más bien al status en el que se encuentra la humanidad en ausencia de Estado, un status sin poder, sin leyes, sin gobierno… etc. Por otro lado a lo que me refiero no deja de ser un experimento de pensamiento, un ejercicio intelectual. Acepto tal estado sin Estado, para examinar qué defectos aparecerían y poder así derivar una teoría en la que el Estado es imprescindible. Considero que todos los hombres aprobarían a una autoridad Estatal si esta pudiese resolver los errores de una sociedad natural.

Moderador: Entiendo. Y a qué tipo de errores se refiere usted concretamente?

Hobbes: El estado natural se caracteriza para mí por ser «una guerra de cada uno contra cada uno». No quiero decir con ello que los hombres sin Estado fuesen a vivir siempre en un estado de guerra, pero vivirían en contínua desconfianza y enemistad y listos para, en cualquier momento, abalanzarse sobre el otro y hacer uso de la fuerza. Para expresarlo de manera más gráfica: El hombre es un lobo para el hombre …

Rousseau: … eso que dice usted es absurdo! el hombre no es por naturaleza egoista y malévolo, tal y como demostré en mi «Discurso sobre el origen y las bases de la desigualdad de los hombres«.

Moderador: Señor Rousseau, deje terminar al señor Hobbes, en breve tendrá ocasión de exponer sus ideas.

Hobbes: Se equivoca, señor Rousseau; si lo considera de forma realista, los hombres son antes que nada egoístas, sólo preocupados por sus propios asuntos. Esta – si quieren pesimista – imagen del hombre la obtuve durante la guerra civil en mi país que, debido a las serias amenazas contra mi persona, me obligó al exilio el 1640, permaneciendo 10 años en Francia. Además he podido observar cómo el más débil es también capaz de matar al más fuerte, si se sirve para ello de una treta o se alía con otros. En el estado natural, nadie puede exigir una ventaja para sí mismo distinta de la que cualquier otro podría exigir. Cuando no hay Estado cada cual tiene derecho a todo. Y es así que aparece la competencia y la disputa, precisamente eso que yo llamé la «guerra de cada uno contra cada uno».

Moderador: Cómo podría evitarse una guerra así?

Hobbes: La única manera es el establecimiento de una fuerza global, es decir, el establecimiento de un Estado. Califiqué este acto de nacimiento del Estado como «Contrato Social». No lo confunda con el contrato de poder que se cierra entre los nobles y los vasallos. Los ciudadanos adoptan mutuamente el contrato de sociedad, no con un gobernante. Si la causa de la guerra es el derecho de todos los hombres a todo, para tener la paz los hombres deben firmar, de mutuo acuerdo, un contrato en el que renuncian a este derecho a todo, y en el que trasladan su poder soberano a un hombre, un gobernante: el Soberano. El Soberano está así en condiciones de proteger el objeto del contrato ante cualquier usurpación y también ante los ataques foráneos. Esta tarea puede, por otra parte, también ser realizada por un grupo de hombres.

Moderador: No es algo ingenuo pensar que los individous renunciarán a sus derechos de forma voluntaria?

Hobbes: No, en absoluto, ya que incluso un egoista reconoce que, a largo plazo, es más favorable para él vivir en paz y seguridad que en contínuo temor por su vida.

Moderador: Y qué ocurre si algunos hombres se autoexcluyen y no firman el contrato?

Hobbes: Sería en efecto un problema. Un hombre no estará dispuesto a renunciar a algo, si todos los otros no lo hacen también. Debo no obstante recordarle que nos encontramos ante un experimento del pensamiento. El contrato no se firma en realidad, no existe. Creo no obstante haber puesto de manifiesto que todos los hombres aprobarían tal contrato si reflexionasen unos minutos sobre lo que he expuesto. Y justamente de esa creencia justifico la necesidad de un Estado.

Moderador: Comprendo. Y cómo de grande es el poder de ese Estado?

Hobbes: Eso resulta de lo que se ha dicho hasta ahora. Mientras el Estado garantiza la paz y la seguridad a los ciudadanos, éstos le deben la obediencia total. Ningún hombre tiene derecho a ejercer la resistencia frente a la voluntad del Soberano, incluso cuando se siente injustamente tratado. El Soberano no puede ser objeto de crítica ni siquiera en el caso de que ajusticie a un hombre inocente, si cree que eso es necesario en interés general y para mantener la paz. El deber de obediencia sólo expira cuando el soberano no es capaz de realizar su tarea de mantenimiento de la paz.

Rousseau: Esto es un escándalo! Está usted justificando las monarquías absolutistas! Eso es algo que para mí, como demócrata, resulta absolutamente inaceptable. Y con eso que nos propone, que nadie tenga libertades y derechos ante el Soberano, nadie estará jamás de acuerdo. no creo que encuentre muchos firmantes para su contrato!

Hobbes: Recapacite: sólo un Estado fuerte puede garantizar la paz. Esa es al menos la conclusión a la que yo he llegado tras nuestra guerra civil que sólo pudo concluir con la dictadura de Cromwell: es preferible el despotismo, como mal menor, a la anarquía y el terror.

Moderador: Y usted, señor Locke, qué opina? Después de todo y gracias a su obra «Dos tratados sobre el Gobierno Civil» es considerado el padre del liberalismo.

Locke_John.jpgLocke: Las teorías de Hobbes despiertan en mí sentimientos encontrados. La creación del Estado mediante el Contrato Social es para mí una de las ideas más brillantes de la filosofía política. Pero tengo otra opinión del estado natural del hombre y, desde luego, una visión completamente diferente de cómo debe ser el Estado. Un estado sin autoridad nacional no es para mi un estado anárquico, ya que hay derechos y deberes naturales. Es la razón, basta con fiarse de ella, la que enseña a los hombres a no matar, a no limitar la libertad de los demás. Ya que si todos los hombres somos iguales, debo conceder también a los otros lo que pido para mi: el derecho a la vida y la integridad física, el derecho a la libertad y el derecho a una propiedad.

Moderador: Los derechos humanos?

Locke: Sí. Yo los llamo «derechos naturales». Son derechos irrenunciables e intransferibles que le son propios a todo hombre sólo por el mero hecho de serlo. No son derechos concedidos por un Estado.

Moderador: Entonces, dónde surgen los problemas en la vida común de los hombres si en estado natural estos ya son depositarios de derechos y deberes?

Locke: Mire usted, los derechos naturales, así como la razón nos lo sugiere, son generales y abstractos. Puesto que en estado natural no existe una formulación clara de tales derechos, surgen problemas en la aplicación de los mismos. Así es posible la polémica sobre la forma en que es necesario interpretar estos derechos en casos aislados y/o concretos, especialmente, especialmente allí donde las partes debatientes consideran tener un derecho exclusivo sobre un mismo sujeto. Por otro lado no olvide que siempre cabe la posibilidad de que un derecho no le sea reconocido a quien realmente lo tiene.

Moderador: Entiendo. El papel del Estado sería el de árbitro de esas disputas.

Locke: El Estado tiene la tarea de concretar los derechos naturales mediente leyes formuladas claras e inequívocas. Debe velar por otro lado para que estas leyes sean observadas. En caso de disputa proporciona un sistema judicial que garantice la solución de las mismas. Resumiendo se podría decir: el Estado tiene la tarea de garantizar los derechos naturales.

Moderador: Puede el Estado atentar contra esos derechos naturales?

Locke: No, nunca. El Estado debe también respetar los derechos naturales. El monopolio de la violencia del Estado representa no obstante – en esto me distancio claramente del Sr. Hobbes – un gran peligro para la libertad de los ciudadanos. Por lo tanto, se debe organizar al Estado de modo que los ciudadanos estén también protegidos ante el abuso de poder estatal. Es una de las exigencias básicas del liberalismo.

Moderador: cómo pretende conseguirlo?

Locke: Mediante la separación de poderes. El Legislativo, es decir, el poder que dicta las leyes, ha de estar totalmente separado del Ejecutivo, que es el que pone en práctica las leyes, y ha de someterse a un sistema de control. Considero la mejor solución una Asamblea Legislativa, que pueda ser modificada por el pueblo si viola a la confianza depositada en ella. Mi colega francés Montesquieu mejoró y extendió el pensamiento de la separación de poderes postulando el poder judicial. De esta manera es posible proteger eficazmente la libertad de los ciudadanos.

Rousseau: ¡Esto es increíble! Este mal llamado liberalismo no tiene realmente nada que ver con la libertad, no es más que una forma de justificar la dominancia de la clase burguesa. Usted, Sr. Locke, solamente defiende la libertad de los ricos y hacendados. Su Estado no es más que «Estado Vigilante» que vela por que no se atente contra las propiedades de los ciudadanos ricos. Para mi, un hombre no solamente tiene derecho a que no se le despoje de sus posesiones, también tiene el derecho positivo a exigir una propiedad. Eso significa que los bienes de una sociedad deben distribuirse entre todos los hombres y que el Estado tiene la tarea de eliminar la diferencia entre pobres y ricos.

Moderador: Sr. Rousseau, ya es la tercera vez que nos interrumpe y veo que apenas si puede esperar para darnos su opinión. Permítame que haga una breve presentación. Se le considera como uno de los padres ideológicos de la revolución francesa, al menos los revolucionarios hicieron uso de sus ideas. Cómo ya hemos oído todos, rechaza radicalmente las ideas de Hobbes y Locke. Es por ello que me sombra mucho que su principal obra política lleve el título «El Contrato Social«.

rousseau.jpgRousseau: Es también lo único que comparto con estos dos señores, con quienes, por lo demás, no quiero tener absolutamente nada que ver. Aprovecho la ocasión para afirmar además, que yo soy el único que ha desarrollado correctamente la idea del contrato social. Como ya dije, se trata de la libertad del hombre. En 1762 comprendí perfectamente algo fundamental: en estado natural, el hombre es absolutamente libre. Pero también pude comprobar que, allí donde me detenía a la pausada observación de las personas, no veía más que hombres encadenados por todas partes. El problema fundamental de la filosofía política es pues: ¿Cómo encontrar una forma de Estado que proteja al particular sin que este pierda su libertad?

Hobbes: Eso es completamente imposible!

Rousseau: No, es perfectamente posible. Basta con se den una serie de condiciones. Dado que no tenemos demasiado tiempo, permítanme queme detenga en, al menos, dos de esas condiciones. La primera condición es a la hora de firmar el contrato ha de tratarse a todos los hombres como iguales, sin excepción alguna. Esta es la razón por la que no cabe pensar en un Soberanpo – como hace Hobbes – que quede fuera del contrato social. No es la arbitrariedad de un Soberano la que debe orientar la acción nacional, sino «la voluntad general». En las cuestiones políticas, la voluntad del pueblo debe ser determinante; mi idea del contrato social conduce así necesariamente a la democracia. Se necesita una consulta directa a todos los ciudadanos para todas las decisiones políticas. Es el único medio para mantener la libertad natural de los ciudadanos en el Estado: si la voluntad nacional y la voluntad del particular coinciden todos son libres, pues el individuo, al obedecer al Estado, no hace más que seguir del dictado de su propia voluntad.

Locke: Pero cuando se consulta a los ciudadanos sobre cuestiones de estado observamos muchos dictámenes diferentes, de los que no puede surgir una única voluntad uniforme. Y esto es totalmente comprensible, porque los intereses de los hombres son totalmente diferentes. Un fabricante tiene, por ejemplo, intereses completamente distintos de un trabajador.

Rousseau: En este punto le doy completamente la razón. La voluntad general no es idéntica a la suma de las voluntades particulares. Y es aquí donde entra en juego mi segunda condición. Si las diferentes voluntades se basan realmente en intereses diferentes, lo que debemos hacer es precisamente velar para que no existan, que no aparezcan intereses diferentes. Y cuando estas diferencias de interés proceden de una situación de diferencias en la propiedad debemos velar por que todas las propiedades sean iguales. O todos los individuos tengan la misma propiedad. Por lo tanto, para cerrar el mejor contrato social posible, no basta con que los individuos sean iguales: sus propiedades han de serlo también. Es labor del Estado, pues, distribuir igualitariamente todos los bienes sociales.

Hobbes: Estas ideas son completamente fantasiosas! El curso de la historia ha demostrado con rotundidad la imposibilidad de llevarlas a cabo. Democracia directa! – tal vez funcione en un pequeño Estado como Ginebra, su pueblo – pero en los Estados grandes es absolutamente imosible. Y eso de la distribución por igual de los bienes recuerda mucho a la fracasada experiencia del comunismo en los países del Este europeos.

Rousseau: Recuerde que la democracia se ha introducido en la mayoría de los grandes Estados en forma de democracia representativa. Y sin mi solicitud de distribución igualitaria de los bienes no hubiese existido la lucha por la justicia social en el siglo XIX que condujo a la instalación del Estado social y de bienestar. La prosperidad de sus ciudadanos no puede ser completamente indiferente para el Estado . ¿Quién se ocuparía entonces de los pobres, los enfermos, los parados si no el Estado?

Locke: Pero el Estado no puede ocuparse de todos los asuntos sociales, es el individuo…

Moderador: Lo siento, señor Locke, pero me comunican desde realización que nuestro tiempo se ha acabado. Tal vez dispongamos en otra ocasión de tiempo para discutir de este y otros temas. Quedémonos con la visión que nos han dado los tres sobre la necesidad del Estado y pasemos a la discusión de los telespectadores.

Ustedes tienen ahora la palabra.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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17 comentarios

  1. Oye ! me encantoooo este dialogo por fin pude lograr entender un poco mas sobre estos pensadores ! realmente te felicito ! y como dijeron alla arriba deberias extenderlo mas ! mas pensadores !

    ME ENCANTO ! GRACIAS!

    [email protected]

    Caracas – Venezuela.

  2. Federico Quevedo Pasión por la libertad
    Subtítulo: El pensamiento político de Adolfo Suárez
    Prólogo: Adolfo Suárez Illana

    Sinopsis:
    En momentos de zozobra política como los que estamos viviendo, resulta recomendable el volver la vista a los orígenes de nuestro actual sistema de libertades, el más largo y próspero de toda nuestra historia. A lo largo de este libro, se analiza de forma sistemática aquel «espíritu de la Transición» y todo el rico bagaje ideológico que su principal exponente, Adolfo Suárez González, nos ha dejado en forma de discursos, conferencias, artículos y muy diversos documentos. http://www.youtube.com/watch?v=jct_oVeD_40

    Federico Quevedo analiza todo ese legado político y lo pone en relación con los principales pensadores liberales, como Friedrich Hayek, Raymond Aron y Karl Popper. De este apasionante experimento intelectual emerge un Suárez en perfecta sintonía con sus conciudadanos, dinámico y arrollador, cuyo ejemplo y enseñanzas conviene recordar: España es un magnífico edificio en el que todos los españoles pueden encontrar acomodo y a cuya permanente construcción deben contribuir manteniendo un profundo respeto por el adversario.

    De aquel impulso de libertad y justicia que nos hizo andar toma el autor el título de esta obra: Pasión por la libertad. La libertad que él quería para todos los españoles.

    Federico Quevedo (Hamburgo, 1961), casado y con cuatro hijos, es un veterano periodista. Desde que obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Información por la Universidad San Pablo-CEU ha trabajado en varios medios de información, en los que cubría las áreas de política o economía: Antena 3 Radio, la agencia Europa Press, la revista Actualidad Económica, el diario La Gaceta de los Negocios… También se ha dedicado a la comunicación corporativa: ha sido director de comunicación de la Consejería de Economía y Hacienda de la Generalitat Valenciana y director de comunicación de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA).

    Como muchos periodistas, se ha trasladado a Internet. En la actualidad es corresponsal político del diario ElConfidencial, dirigido por Jesús Cacho. Sus columnas son de las más leídas por el público de los digitales españoles. Además, es colaborador habitual de los programas La Brújula de Onda Cero y El Círculo a primera hora de Telemadrid.

    Este libro nace de su interés por la política nacional y por el pensamiento liberal

  3. OPINION

    Editorial

    EL CENTRISMO, SEGUN EL PSOE
    Los ciudadanos tendrán dificultades para identificar al PSOE tal y como se define a sí mismo, cuando la mayoría parlamentaria del Gobierno la completan partidos como IU o ERC, este último con medio pie fuera del sistema. Si los socialistas quieren mirar al pasado, bien podrían fijarse en Adolfo Suárez, el primer presidente de Gobierno centrista como tal. Hoy publicamos el adelanto de un libro que resume el pensamiento del ex presidente. Éstas son sus ideas fuerza: «No hay que buscar culpables en el pasado, ni plantear la Historia de España como un drama entre buenos y malos». «La Constitución es la única garantía jurídica que tenemos para poder sostener la idea de nación tal y como la hemos entendido en los últimos 500 años». «Cambiar el marco en el que se mueve España supone arriesgar todo lo que con él se ha conseguido». Como se aprecia, la guía del centrismo verdadero coincide poco con lo que ha hecho el PSOE.

    LIBRO / «PASION POR LA LIBERTAD»

    RECETARIO DE SUAREZ PARA EL PRESENTE

    EL PENSAMIENTO de Adolfo Suárez sigue vivo, como puede comprobarse en el extracto de varios capítulos del libro «Pasión por la libertad». Escrito por Federico Quevedo, y prologado por el hijo del ex presidente, asombra descubrir la vigencia del análisis del líder centrista y la utilidad que su manera de hacer política tendría en estos días. El libro sale a la venta esta semana http://www.youtube.com/watch?v=jct_oVeD_40
    «El tránsito del sistema autocrático a la democracia plena que debía articular la gran reconciliación nacional que todos deseábamos no era de fácil realización. Un sector de la minoría entonces dirigente solo admitía un revoco de fachada que asegurara la continuidad del Régimen. Otros, por el contrario, pretendían hacer tabla rasa de todo, desconociendo, incluso, el dato fáctico de nuestra convivencia real», explica el ex presidente.

    Suárez comprendía que, hasta ese momento, la sociedad española había vivido sometida a una especie de determinismo histórico, un fatalismo que había privado de libertad a todas las estructuras que componían el edificio social que heredábamos del franquismo. Era estrictamente necesario, inculcar en la sociedad un concepto moral de libertad (…). Dicho de otra manera, la reconciliación eliminaba uno de los principales obstáculos a la libertad: la confrontación.

    Las sociedades enfrentadas no pueden ser libres, porque siempre tiende a haber un grupo social que busca su supremacía sobre el otro u otros, lo cual conduce inexorablemente a toda clase de enfrentamientos y contiendas, enemigos ambos de la libertad. La concepción liberal de la democracia solo entiende la convivencia en libertad dando sentido a la primera de las dos palabras, es decir, la convivencia, y necesariamente ésta solo es posible de conseguir en un marco de ausencia de razones para el resentimiento y la confrontación. La única manera de lograr ese escenario propicio a la libertad era teniendo el valor «de no buscar culpables del pasado, de no plantear la Historia de España como un drama entre buenos y malos. Lo importante no es -no era- remover las cenizas del pasado, sino colocar los cimientos del futuro».

    EL CONSENSO

    Pero, ¿era necesario el consenso? Me van a permitir que me zambulla en una idea que, seguro, también va a contar con muchos detractores, pero lo cierto es que el consenso se ha manoseado en todos los estados occidentales, convirtiéndolo en una especie de divinidad de la democracia sin la cual es prácticamente imposible gobernar (…). Dicho de otra manera, los electores no votan a un partido para que gobierne de la mano de su adversario. El problema radica, por tanto, tal y como explica el profesor Francisco Sosa Wagner , en que se ha pervertido la propia esencia de la democracia que ha dejado de ser un sistema de representación de la soberanía popular dando paso a un sistema partidario en el que los ciudadanos sólo tienen voz cada cuatro años y a los que luego se deja de escuchar hasta la siguiente llamada a la urnas.

    Bien, el propio Suárez reconoce que las circunstancias que rodearon la Transición son muy peculiares, y que «los pasos que se dieron no son trasladables a cualquier otro lugar y tiempo». Era firme partidario de una democracia en la que gobernara la mayoría y en la que funcionara la alternancia en el poder, pero en la que también funcionara un cierto grado de consenso en las cuestiones fundamentales: «El Gobierno no sólo ha de practicar el respeto a las minorías, sino que en las cuestiones fundamentales ha de procurar llegar a un acuerdo con ellas, recogiendo cuanto de razonable y legítimo haya en sus posiciones».

    Lo que nos enseña la Transición española es que el consenso es una fórmula necesaria para alcanzar los grandes retos. Tras la muerte de Franco nuestro país se debatió entre el continuismo y la ruptura violenta. Suárez abogó por terminar con el Régimen pero de manera que no significara un nuevo enfrentamiento civil. En esas circunstancias, solo el consenso podía hacer posible semejante reto, sobre todo a la vista de las experiencias anteriores, especialmente la de la II República. De ahí que Suárez se convirtiera en una especie de paladín del consenso, la única manera de sacar adelante una Constitución que fuera de todos, y que, como él mismo decía, sirviera igual «para que gobernara la derecha que para que gobernara la izquierda» (…) La experiencia nos ha indicado después que la ausencia de consenso en cuestiones básicas como la Educación o la Política Exterior han traído más problemas que otra cosa. De hecho, en Suárez, y sobre todo a raíz de que la izquierda alcanzara el poder y él mismo se viera rechazado en reiteradas ocasiones por Felipe González, hay una evolución hacia una consideración mucho más realista del consenso.

    ESPAÑA AUTONOMICA

    Suárez afirma que «frente a un modelo centralista, la superioridad de unas fuertes autonomías territoriales viene apoyada desde distintas perspectivas:

    1.- En el plano organizativo estricto, las estructuras centralistas se descalifican rápidamente por rígidas, sin flexibilidad para adaptarse a las circunstancias diferentes. La experiencia revela que una descentralización del poder de decisión asegura inmediatamente un rendimiento superior y una huida de las trampas burocráticas

    2.- En el orden político, las fórmulas autonómicas, bajo una u otra forma, permiten asociar en los procesos de decisión a las poblaciones interesadas y destinatarias directas de los servicios públicos. Y de esta incorporación se obtiene no solo una mayor satisfacción política, sino que también se gana en acierto de las decisiones.

    3.- En el terreno básico de la libertad, la cercanía de los poderes de decisión a los ciudadanos, que resuelven sus ‘propios asuntos’, garantizan un ámbito de libre desenvolvimiento y de libertad mucho más efectiva que el que puede resultar de situar a la población como un objeto a gobernar desde burocracias lejanas y formalizadas».

    Hasta aquí, por tanto, estamos de acuerdo en la bondad de la descentralización, no como concepto de ruptura de la unidad sino, precisamente, como idea de reforzamiento de la misma dentro de la pluralidad: «El Estado de las Autonomías es no sólo una estructura que evita los abusos de un poder centralizado y concentrado sino, además, un nuevo modo de gobernar en el que todos los pueblos de España participan como tales», afirma Suárez, para añadir a continuación que este nuevo modelo de estado no se dibuja sólo en un mero proceso de transferencias, sino que «es preciso asumir el hecho autonómico en toda su integridad y culminar un proceso que entraña la división horizontal del Poder político en sí mismo». Ese fue el principio que inspiró el modelo de Estado de las Autonomías tal cual lo idearon los hombres que hicieron posible la transición, con Suárez a la cabeza.

    Y aunque bien es cierto que en la negociación y en la búsqueda del consenso hubo que hacer ciertas concesiones a los particularismos, precisamente para que estos aceptaran como máximo un modelo que les otorgaba autogobierno con unos niveles competenciales desconocidos en el resto del mundo, también lo es que la pretensión de los constituyentes y, sobre todo, como veremos a partir de ahora, del fundamento liberal con que Suárez impregnó la Transición, era la de impulsar una descentralización burocrática fuerte, un nuevo modo de gobernar, «el único que garantiza la realidad de la democracia en todo el país, al salvaguardar la libertad de nacionalidades y regiones y establecer su auténtica participación y representación en el Estado». Lo que no se pretendía era favorecer particularidades que, por sí mismas, implicaban diferencias insalvables entre españoles de una región y otra, creando agravios comparativos que hubieran hecho imposible la consolidación de la democracia liberal.

    ¿NUEVA CONSTITUCION?

    No deja de ser un sin sentido el pretender una reforma constitucional cuyo único objetivo sería, obviamente, transformar por completo ese modelo para dar el paso definitivo a un modelo de confederación de Estados soberanos (…). Lo explica Suárez al señalar que si bien la Carta Magna es reformable y ella misma prevé los procedimientos para su reforma, sería un sin sentido hacer eso: «Lo único que, a mi juicio, no cabe hacer, es cambiar el sujeto del poder constituyente, el titular de la soberanía nacional que es el pueblo español en su conjunto».

    Sin embargo, la ambición nacionalista, llevada por ese victimismo con el que se presenta en sociedad como un producto de la opresión del Estado centralista, precisamente lo que pretende, por la vía de los hechos consumados, es cambiar el sujeto mismo del constitucionalismo moderno. ¿Se puede negociar una reforma para mejorar el modelo de Estado? «Dentro de esto todo es factible -dice Suárez-, aunque no todo sea oportuno o conveniente. El diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar porque, en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores».

    La realidad es que la Constitución de la Concordia es la única garantía jurídica que tenemos para poder sostener la idea de nación tal y como la hemos entendido estos últimos quinientos años. Pero esta idea vive permanentemente atacada por la pretensión soberanista y por eso decía Ortega que «en el secreto inefable de los corazones se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de verdad seguir siéndolo» . Mejor no poner en riesgo los valores que sustentan el Estado y la idea de España aceptando, como mal menor, la negociación de los principios: «Hay valores, entre ellos y en primer lugar la propia democracia, que no están ni pueden estar en la negociación política. Son muy pocos, pero son esenciales», afirma Suárez.

    El victimismo nacionalista no puede empañar el esfuerzo común, ni mucho menos imponer a la mayoría una concepción del Estado que no forma parte de la idea común. «La democracia (…) tiene muchas virtudes y unos pocos defectos. El peor de estos es quizá su dificultad para hacer frente a las agresiones irracionales. Y la construcción del Estado de las Autonomías es nuestra única salida, pero también el principal riesgo que amenaza a nuestra aún frágil democracia», afirmaría Suárez en aquel entonces.

    Es más, años más tarde, en una reflexión sobre la tregua de ETA de 1998, Suárez escribía sobre el incipiente embrión de la presión nacionalista dirigida a la definitiva ruptura del modelo territorial, y llamaba la atención sobre el «griterío nacionalista cuyas reivindicaciones ponen en peligro la integridad de España, la configuración autonómica del Estado y golpean duramente la Constitución» (…).

    En pocos años, y una vez que las comunidades llamadas históricas lograron un nivel de Competencias envidiable, el recurso a las costumbres y a la Historia se hizo permanente para conseguir aún más, tanto como el Estado pudiera ceder, que a los ojos de los nacionalistas más radicales era, y es, todo. «Tan grave es lo que está ocurriendo que se le puede calificar de terrorismo verbal -escribiría Suárez-. Unos, sobre la base de los derechos históricos, solicitan el derecho de autodeterminación para el País Vasco. Otros, desde la tesis de la soberanía compartida, lo solicitan para Cataluña. Ellos mismos se dan cuenta de la gravedad de lo que piden. Los nacionalistas catalanes señalan que la salida de la autodeterminación puede no ser la independencia, sino la nueva articulación de su Comunidad en el Estado español. Es muy difícil que el ritmo de la marcha hacia la autodeterminación para la independencia admita un brusco viraje para el camino -en su concepción, secundario- de una nueva forma de incorporación al Estado. Además, tanto la Confederación como la federación son caminos hacia la independencia, sobre todo el primero. Así los conciben».

    Suárez, sin embargo, es plenamente consciente de que a las pretensiones nacionalistas no cabe responder desde lo que se ha querido llamar el «nacionalismo español’, desde la idea sobreponderada de la patria, desde la «glorificación de la Historia de España». Ese fue el camino que siguieron otros en otros tiempos, y condujo a mayores enfrentamientos y a tensiones innecesarias. La Transición nos había dado un elemento de unidad y de consenso, un recurso para la defensa de la idea de nación y de la democracia liberal, una fórmula para evitar los excesos del nacionalismo radical a través, precisamente, del consenso y el diálogo: la Constitución, que es la que establece el marco que define la nación.

    «España es el ámbito geográfico, político, social, económico y cultural en que la democracia y las autonomías han sido posibles. Cambiar el ámbito supone arriesgar todo lo que, con él, se ha conseguido. Hay que centrarse en lo que supondría la ruptura de ese marco, en todos sus aspectos», afirma Suárez. Y añade: «El enfrentamiento verbal radical siempre ha conducido a los españoles a un enfrentamiento vital». Por el contrario, Suárez defiende, de nuevo, el consenso como la base de respuesta a la ambición nacionalista, el consenso, claro, entre los dos grandes partidos llamados a gobernar España: «Un consenso de los partidos nacionales sobre la integridad de la nación española y sobre la estructura autonómica del Estado puede ser importante. Su cristalización parlamentaria y política parece necesaria». Viniendo de quien había protagonizado uno de los mayores esfuerzos de consenso de la historia de España, merecería la pena, al menos, una reflexión sincera y sin la clase de egoísmos que tantas veces los políticos ponen sobre la mesa.

    ¿EXISTE EL CENTRO?

    No es baladí esta afirmación. El liberalismo, diría Suárez, es «el más vigoroso defensor de los derechos individuales y el reformismo mantuvo una concepción de la propiedad, del capital y de las reformas sociales muy similar» a la que alimentaba el espíritu con el que nació el centro-reformismo español, conectando con un sentir que se había demostrado mayoritario en la sociedad española. Suárez había comprendido que había que volver a las esencias, no solo del liberalismo de Montesquieu, Tocqueville, Adam Smith, Hume e incluso Locke, sino más atrás, a los principios que emanaron de la concepción misma de la democracia expuestos por Tucídides, Tácito, Pericles, Cicerón, incluso algo más tarde Erasmo y Montaigne. La pasión por la libertad vibraba por las venas de ese nuevo movimiento centrista que nacía de las cenizas del liberalismo (…).

    «Por eso nosotros -afirmaría Suárez- hemos tenido la valentía de definirnos como un partido interclasista. Porque no entendemos que el trabajo y la libre iniciativa deban ser enemigos irreconciliables en una sociedad cuyo valor básico es precisamente la defensa de la libertad. Y por eso mismo el centro es el lugar de convergencia de gentes de distinto origen y extracción social pero que saben que pueden sentirse hermanadas y cooperar en la construcción de un mundo más solidario. ¿Cómo podríamos ser éticamente interclasistas si sólo tuviéramos en cuenta los intereses de los patronos? ¿En base a qué seríamos fieles a un electorado más modesto que el de los partidos marxistas y de clase si sólo prometiéramos la perduración del modelo social y no su reconstrucción desde los cimientos de la ética cristiana y no desde la tentación totalitaria y materialista de los partidos marxistas?».

    «Pasión por la libertad» (Ed. Altera), a la venta desde el pasado miércoles http://www.elmundo.es/diario/cronica/2113314.html

  4. Excelente post Luis. Felicidades.

    Pero coincido con wininu en que no aprecio tantas diferencias entre Locke y Rousseau. Creo que la imagen de este último es un poco maniquea. De todas maneras me reservo una contestación más larga si el tiempo me lo permite.

  5. Secundo la moción de Thomas Paine.
    Lo interesante que es este autor y lo tremendamente desconocido que resulta su pensamiento, incluso entre liberales…

  6. la verdad es q no atisbo tanta diferencia entre Rousseau y Locke, lo que creo es q uno desarrolló una teoría propia de la propiedad y Locke pasó de puntillas, aunque sea el padre del liberalismo moderno. Rousseau cuenta el rollo del engaño del rico al pobre y tal, y escribe un tratado. Locke habla de la propiedad como fruto del trabajo (recurrente eso de «la tierra para el que la trabaja»), y aplicaba un límite a la riqueza como lo que una familia, más o menos, podría acaparar trabajando para su sustento y vivir con comodidad siempre que dejara lo suficiente para el resto. Con el invento del dinero decía que las cosas cambiaban y que era posible que una persona acumulara más de lo que podía consumir y que en cierta manera era justificable, corríjanme si me equivoco pq esta parte no la estudié adecuadamente (estudié teoriá del estado, no de la propiedad), pq el mercado lo posibilitaba y tal.

    Rousseau además hacía incapié en que para que los intereses particulares no ensuciaran los intereses comunes en las asambleas deliberativas era necesaria una educación efectiva de los ciudadanos, cívica, y mientras tanto no se podía producir una democracia auténtica, pq la voluntad de todos no sería nunca la general, y obligatoriamente digna de obedecer, por estar viciada. Así pues tb fue el fundador de la enseñanza cívica y pública. De toda formas según dicen el Juan Jacobo este era un poco contradictorio en muchos temas. De estas ideaas de la voluntad general, obedecida por todos, es de donde se sacaron los totalitarismos la idea de que la vanguardia de los partidos y sindicatos tenía que imponer su criterio, y el resto acatarlo pq ésta estaba formada y educada y los proletarios todavía no.

    Ya puestos Luis otro día un Thomas Paine por favor, a mi es uno de los revolucionarios liberales radicales que más me entusiasman. Y qué curiosamente llega a ser un referente tanto para la izquierda como para la derecha, por su defensa acérrima del capitalismo popular, su pasión por la revolución americana, su laicismo, su ataque a toda clase de privilegiados y su vida comprometida, más que la de algunos de los grandes pensadores de la filosofía política.

  7. Y ahí va otra perla: “El soberbio ama la presencia de los parásitos o de los aduladores, y odia la de los generosos” (Spinoza, Ética, IV, LVII)

  8. Genial Luis, la próxima vez deberías incorporar la elegante compasión de Spinoza, se complementaría muy bien, por ejemplo: «Sólo es libre aquello que existe por las necesidades de su propia naturaleza y cuyos actos se originan exclusivamente dentro de sí.»

    Un abrazo
    Juan

  9. # todos: Me alegra que os haya gustado el experimento. Lo de continuar la serie… la próxima vez que tenga tiempo suficiente.

    # Bastiat, justamente ahí flaquea la tesis de Rousseau. Los individuos son diferentes y, por lo tanto, los intereses también. Cualquier medida para corregir esto es liberticida per se. Locke hace más hincapié en la administración y la función del Estado como GARANTE de los derechos de los individuos. Claro que estoy con él, como tú.

    # Libertas, tu sabes bien lo difícil que es eso de la pedagogía. Y lo ingrato 🙂 Esto que he escrito, cuántos lo van a leer? 300? 400? Además, a vosotros qué os voy a contar yo que no sepais. Dejemos las cosas en su sitio: tuve la idea un dia de paseo, me puse a escribir y listo. Es anecdótico.

  10. Me quito el metafórico sombrero ante la exposición divulgativa y dialogada que haces de las ideas de estos tres pensadores.
    Deberías continuar con la serie añadiendo nuevos personajes, te ha quedado muy claro, ágil y entretenido.
    Creo que estas fórmulas (del estilo «El Mundo de Sofía») son las únicas armas que quedan para introducir disciplinas como la filosofía o el Pensamiento Político en el 99% de los jóvenes de generación LOGSE.
    A lo mejor te encargan un libro de texto para bachilleres (editado por Santillana, of course)

  11. Encantador… Ciertamente.

    Es algo así como un sueño hecho realidad el poder presenciar un debate entre tres de los grandes pensadores políticos de la historia.

    Si he de ser sincero yo estoy mas por Locke que por Rousseau, no creo que sorprenda con ello. Pero lo que no me cabe la menor duda es que el tratar de conjugar la individualidad con el hecho social es la causa de los problemas para encontrar una teoría politica que logre al mismo tiempo libertad, igualdad y justicia.

    Quizás el problema es saber exáctamente qué es cada uno de esos terminos, por ello, y permítaseme un apunte, sólo sabiendo qué significa la libertad ya avanzanmos algo hacia una respuesta. Nadie puede ser libre en la medida de que la propiedad igualitaria que reclama Rousseau está en manos de otros distintos que los individuos que la poseen. En manos de individuos con intereses distintos y capacidades distintas. Por tanto, el igualitarismo Roussoniano no puede avanzar en la dirección que él apunta porque la primera condición que pone es limitar la propiedad de todos y cada uno de los ciudadanos ignorando las diferencias entre individuos, el tiempo, la edad, y la calidad de lo que se ha de repartir.

    En mi opinión, si hay aquí una utopía es la del francés.

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