Un pueblo, un líder, un virus

Es decir, los mismos que reniegan del fascismo, son profunda y vehementemente fascistas.

No me digan que no resulta muy graciosa la paradoja: Todo el mundo parece integrar a un consenso que afirma rechazar el fascismo. Sin embargo, al mínimo contratiempo, los mismos integran sin fisuras otro consenso en el que:

– Se exige unidad y cohesión: «Este virus lo paramos unidos»; «Juntos lo conseguiremos»; «unidos podemos»…

– Se ensalza a heroísmo de grupos y colectivos, donde se difuminan los méritos individuales en pro del colectivo.

– Se impone el principio de autoridad: cualquier decisión gubernamental avalada por alguien con un título universitario o una carrera de cargos en la Administración, es incontestable, inapelable y no admite críticas o disensos.

– Gustan términos épicos como «heroísmo», «solidaridad», «pueblo» (o su versión para millennials, «la gente»)…

– Se exige moralmente una respuesta como pueblo unido, demostraciones de solidaridad grupal, como agradecimientos populares masivos.

– Se fomenta la delación y el linchamiento popular al infractor, ya lo sea o sólo lo aparente.

– Se exige lealtad al gobierno y se afea cualquier crítica como una muestra de falta de solidaridad frente a la crisis.

– Se alaban las medidas extremas, limitadoras de derechos individuales, y las muestras de poder y control.

– Se promueven desde el gobierno actos de repudio contra opositores o posibles enemigos del «pueblo», como caceroladas o manifestaciones.

– Se exigen medidas gubernamentales de control de la economía, contra la malvada especulación.

– Se justifica e incluso de promueve la eugenesia.

Y luego, lo más habitual:

– El perpetuo encasillamiento de la población en colectivos pretendidamente homogéneos (las mujeres, los homosexuales, los trabajadores, los empresarios…)

– El desprecio por la división de poderes, con la consecuente supremacía del ejecutivo sobre el resto.

– El culto al líder y la búsqueda de liderazgos carismáticos.

– El voluntarismo por encima de la lógica o los hechos.

– La exaltación del control estatal de todos los sectores de la economía.

– El gusto por los campeones nacionales en economía.

– La búsqueda de la protección total por parte del Estado-mamá.

– La exaltación de la juventud y de la acción por encima de la reflexión.

– La incansable búsqueda de malvados y enemigos, ya sea interiores o exteriores.

Es decir, los mismos que reniegan del fascismo, son profunda y vehementemente fascistas.

O bien no tienen ni idea de lo que significa la palabra, o bien son unos hipócritas. No sé qué es peor.

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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5 comentarios

  1. Realmente han creado un hombre de paja en al Fascismo para que sea sobre el que se vuelcan todos los miedos y los odios y aparecer ellos como distintos… Pero cualquiera que sepa algo de historia del pensamiento político sabe que el fascismo no es mas que una derivación patriótica del socialismo….

    No hay mas diferencia con el socialismo internacionalistas que el fascismo es un socialismo nacionalista…

  2. Es correcto, lo usan todos los dictadores. Stalin recuperó a la «madre Rusia» contra la Wermacht. Perón «alpargatas sí, libros no» y la Revolución Francesa acribillaba campesinos en la Vandée en nombre de la «liberté, egalité, fraternité».
    Pero la culpa no es solo del monstruo sino también de la oposición. El silencio ovejuno del PP & Associates, incluso el de la supuesta extrema-estrema-extremada derecha de Vox es lamentable. Hay que machacar al monstruo antes de que su maquinaria expropiadora lo controle todo. Entonces será tarde e imposible. Queda muy poco margen.

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