En defensa del modelo social liberal

Es completamente natural, que las personas quieran defender sus convicciones y quieran organizar el mundo según les dicta su ideología. La cuestión moral que subyace no se refiere tanto a la legitimidad del hecho en sí, sino a cómo se alcanzan esas metas. Cómo deben ser llevadas a la práctica las ideas políticas, las concepciones religiosas, los modelos sociales y económicos? Cómo, con qué medios, podemos avanzar en la consecución de objetivos de interés general?

Encuentro, fundamentalmente, dos procedimientos. El primero consiste en publicitar las propias ideas e intentar convencer con argumentos a otros para que adopten voluntariamente el proyecto presentado. Sería la manera liberal. La alternativa se basa en la aplicación de “la imposición”. Para ello disponemos de dos caminos. La variante dura hace uso de una dictadura  que sólo acepta una concepción socioeconómica de la vida, variante que fue la elegida por los desaparecidos países del bloque del este, aún mantenida por otros como Cuba o Corea del Norte y deseada por otros como Maduro en Venezuela. La variante más fina utiliza también el aparato represivo del Estado, esforzándose no obstante en revestir sus imposiciones de legitimidad democrática (el famoso “lo hemos aprobado con la mayoría del Congreso”, vaya). Es la manera socialdemócrata actual, la que nos ha tocado vivir a la mayoría de nosotros.

Tenemos aquí, pues, dos opciones: el mercado libre o la política de mayorías:
En la «política de mayorías», cada ciudadano dispone de la oportunidad de, cada 4 ó 5 años, otorgar su voto a éste o aquél partido, concediéndole por el mismo acto un cheque en blanco con el que el partido ganador podrá hacer y deshacer durante un período legislativo. Los votos de los partidos perdedores se pierden para siempre en el limbo de la “minoría”. Tras las elecciones, todos los medios de represión estatales están a disposición de la oligarquía partitocrática del partido victorioso para imponer sus decisiones.

En el mercado libre, por el contrario, cada billete de cinco Euros es una papeleta de voto. Voto que se puede conceder en cualquier momento. Los votos de las minorías no se pierden. Contrariamente a la política, en el mercado libre todos encuentran respuesta a sus necesidades, por muy minoritarias que estas sean. La libre competencia es un instrumento muy eficaz de “desentronización”. Si el producto no gusta o no es necesario no hay “voto” y desaparece. El mercado libre garantiza la diversidad; la política de mayorías impone la uniformidad. En el mercado libre son los consumidores, sin la exclusión de minorías, quienes determinan que productos (económicos, sociales, …) sobreviven; en la política reina únicamente un pequeño grupo de políticos profesionales sobre la voluntad de todos.

Me podrán objetar  que en el mercado libre, el poder adquisitivo y en consecuencia el peso de los «votos» se distribuye desigualmente, mientras que en la política de mayorías cada voto de un elector tiene el mismo peso. Ello no es un argumento en contra, sino a favor del mercado libre, ya que en él los votos no se asignan, sino que se ganan. El valor de la renta personal es una expresión de la propia productividad y del aprecio de los socios que ejercen su derecho al intercambio voluntario. En el mercado libre los «votos» (los billetes de cinco euros) son fruto del trabajo y no regalo de la “autoridad”.

Además, en una sociedad liberal basada en el libre mercado cualquier tipo de utopía es realizable, por irrealizables o inusuales que parezcan y siempre que la participación en estas utopías se base en el voluntariado.

Consideremos algunos ejemplos:

– La comunidad religiosa Amish en los EE.UU renuncia a las tecnologías modernas y prefiere vivir según el estado técnico de la primera mitad del Siglo XIX. Sin duda, los Amish están en su pleno derecho de vivir sin electricidad, coche y medicamentos modernos. Los liberales defienden la libertad de cada ciudadano particular de elegir el estilo de vida que corresponde a su concepción del mundo. El liberalismo se opone no obstante con determinación a toda tentativa de imponer la propia concepción del mundo a los demás. La semejanza de los Amish con los ecologistas es evidente. Ambos grupos son enemigos de las nuevas tecnologías y proponen una vuelta a los métodos tradicionales de explotación de la tierra. Pero, a diferencia de los Amish, los ecologistas intentan, por medio del uso de la política, convertir sus ideas en obligatorias para todos. Esta forma de “manipular” la política de mayorías les convierte en enemigos de la libertad.

– También válido para el sector “progresista” del espectro político: en una sociedad libre todo el mundo puede vivir según su opinión y unirse con personas que comparten las mismas ideas. Han habido muchas tentativas comunales y voluntarias de vivir y trabajar según los conceptos socialistas o comunistas. Un ejemplo de ello fué la fracasada comuna comunista (valga la redundancia) New Harmony fundada en 1824 en los EE.UU, inspirada y financiada por Robert Owen (1771-1858), el copropietario de una de las mayores empresas industriales de Inglaterra. Owen creó otras comunas en Gran Bretaña y México que, no obstante, fracasaron al poco de su fundación. La experiencia más lóngeva de este tipo son los Kibbuzim en Israel, en los que reina un estricto colectivismo. El trabajo asignado debe realizarse en el Kibutz, sin sueldo, a cambio de la garantía de subsistencia para las familias. Incluso los bebés viven en algunos Kibbuzim separados de sus padres, para que la influencia del colectivismo sobre la educación de los niños siga siendo íntegra. A pesar del gran compromiso de sus miembros y de masivas ayudas financieras, los Kibbuzim están en plena decadencia. Su aportación a la economía israelí disminuye desde hace tiempo de manera constante. Sobre todo las jóvenes generaciones han abandonado este modelo.

En una sociedad liberal, todo tipo de experiencia social o política es posible. El liberalismo apuesta por la libre competencia entre ideas y modelos políticos y sociales. Debo añadir: el mercado libre fija estrechos límites a quienes usurpan o distorsionan o abusan del poder, porque en él solamente son posibles transacciones voluntarias . Por lo tanto, todo aquel que  intente imponer sus ideas sociales, religiosas, nacionalistas y ecológicas es enemigo de la libertad.

Desconfíe SIEMPRE de aquellos cuyo objetivo final sea el control del Estado, ya que con sus medios de represión y legislación puede someter a todos y forzar a optar por sus ideas. Liberales y no-liberales convivimos en una relación asimétrica: mientras que el no-liberal podría vivir según sus ideas en una sociedad liberal, el liberal no puede sentirse nunca libre en una sociedad de diseño colectivista.

 

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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7 comentarios

  1. A ver, vamos a quiñar un poco.

    – Es completamente natural, que las personas quieran defender sus convicciones y quieran organizar el mundo según les dicta su ideología.

    Yo no creo ni que eso tenga nada de «natural», ni que la mayoría de las personas quieran lo que crees. Básicamente quieren vivir lo mejor posible, y una condición necesaria para conseguirlo es tener un mundo razonablemente previsible. Así que se puede apostar a que la mayoría de le gente le interesa mucho más que el mudo tenga una organización (previsibilidad) razonable y sensata, que la organización concreta de la que se trate.

    Es verdad que el sistema democracia cambia lo natural, puesto que consiste en discutir esa organización. Y da la impresión de que la gente tiene esos «problemas» como asunto muy principal, pero me parece dudoso que sea real. En España lo podemos ver con claridad. Cuando había Franco, Franco les molestaba a relativamente pocos. Por eso murió en la cama, y sin el menor problema. Y en poco tiempo, Franco parecía el más grave pecado que jamás haya existido.

    Me parece muy irreal la dicotomía que planteas. Y no demasiado liberal, por cierto.

    convencer con argumentos a otros para que adopten voluntariamente el proyecto presentado. Sería la manera liberal. La alternativa se basa en la aplicación de “la imposición”.

    Lo primero que hay que plantear es por qué la imposición o el convencer. Es obvio que hay materias en las que conviene. Por ejemplo, conducir todos por el mismo lado de la carretera. O no comer carne humana. O las vacunas. O no matar. Y es mucho mejor la imposición que el convencimiento. Mejor, como en más eficaz. También es obvio que hay materias en las que no hace falta imposición ni convencimiento, porque no hay nada de sistema que mejore con ello. Por ejemplo, con quién follas y cómo lo haces. O el tamaño del estado (es razonable ir probando cosas). Y ahí la imposición es mala, pero también lo de «convencer». Quiero decir que una cosa es poner sobre la mesa los datos / argumentos que tengas, para el que los quiera recoger; y otra es la voluntad de cambiarle el pensar (querer convencer) a los demás. Muy liberal no me parece.

    Otro problema:

    Liberales y no-liberales convivimos en una relación asimétrica: mientras que el no-liberal podría vivir según sus ideas en una sociedad liberal, el liberal no puede sentirse nunca libre en una sociedad de diseño colectivista.

    No se entiende por qué tiene que haber simetría ahí. Y el «no-liberal» no puede vivir según sus ideas en una sociedad liberal, puesto que una parte fundamental de sus ideas consisten en que la sociedad sea «no-liberal». Por ejemplo, que nadie tenga la libertad de asesinar.

    Ah, ¿que lo tuyo no es tan liberal como para incluir asesinar? Bien, pero es que precisamente hasta dónde llega lo social es una de las cosas a elegir. Y entonces tenemos que afinar y dejar la brocha gorda. Y ha dejado de ser un problema de liberales / no-liberales, para pasar a ser el más viejo y conocido problema del mundo, no necesitado de etiquetas.

    • Estimado Plaza,

      Para «vivir en un mundo razonablemente previsible» es necesario que ese mundo funcione bajo los parámetros lo más parecidos a aquellos con los que uno se siente cómodo. Sociales, políticos, económicos … es decir, lo que venimos dando en llamar ideología. La sumisión al status quo es también una ideología, una forma de pensar y vivir la vida.

      Siempre que aparecen estas disputas colocamos en el mismo orden de magnitud moral cosas que no son en absoluto comparables. Las reglas de tráfico son más producto de acuerdos tácitos (derivados de la practicabilidad de una actividad) que de una imposición. El derecho a la vida (eso que la prohibición/imposición de «no matar protege) no necesita ser impuesto, pues todos lo reclamamos para nosotros mismos. Imponer, mediante ley, la prohibición de matar a otros no es más que la asunción de un acuerdo tácito para evitar que me maten a mí. Pero creo que te has dado perfectamente cuenta de que yo no hablo de esas cosas. HAblo de imponer el uso de una lengua, el uso de un color de tejas para el tejado de tu casa, el uso de una determinada forma de energía, de unas determinadas bombillas, la prohibición/imposición de ciertas expresiones/ palabras, la lista es inmensa sin necesidad de recurrir a los derechos fundamentales de las personas. Que no son otros que aquellos que no tienen las vacas.

      Sobre el absurdo de considera «idea liberal» la libertad de asesinar ya no digo nada. Se sale solo del cuadro.

      Saludos!

  2. «El valor de la renta personal es una expresión de la propia productividad y del aprecio de los socios que ejercen su derecho al intercambio voluntario.» Esta línea que extraigo del artículo es la clave de por qué el liberalismo no puede triunfar sino en fases muy tempranas de una sociedad nueva (hasta que se organicen las mayorias naturales). Esto fastidia mucho a la mayoría. Y es que la mayoría natural (sea eso lo que sea), es siempre muy parecida (por eso es mayoría), y por lo tanto superabundante en el (maldito) mercado. Eso hace que su valor baje (exceso de oferta) y su situación empeore en relación a «los más competentes», aunque objetivamente mejore (lo que duele es la comparación).
    El liberalismo gusta, por tanto, a los mejor dotados, para los cuales el Estado es sólo un freno que no sólo no les da nada (acostumbran a pagar servicios paralelos, además de los comunes), sino que encima limita sus posibilidades expansivas además de su cartera. Y por definición, los ganadores siempre han de ser una minoría, o no hay ganadores.
    El mecanismo es irreductible. No se puede acabar con la libertad ni la competencia porque está impresa en los genes. Si liquidáramos a todos los individuos «liberales» de una generación y dejáramos reproducirse sólo a comunistas de «fe de carbonero», en la siguiente generación volverían a nacer en parecida proporción. Así que el problema es eterno (y común, en su naturaleza, a todas o casi todas las especies, supongo). Y en esa lucha, cuando ganan los liberales aumentan la riqueza global y las odiadas diferencias (aunque con todos más ricos), y cuando sucede al revés, caen la riqueza y las desigualdades (iguales en la pobreza), hasta que el sistema se derrumba porque no interesa ser hormiga en un mundo de cigarras. ¡Y vuelta a empezar!

    Los liberales intentan argumentar (desde sus limitados estrados), convencidos de su razón (que suelen tener), y los autoritarios (el autoritarismo es el denominador común de teocracias, fascismos, comunismos, socialismos, ecologismos, etc.) lo hacen desde sus macroplataformas hablando de términos abstractos (no racionales) como justicia social, democracia, sostenibilidad, igualdad, solidaridad, etc., tan manipulables y deformables como un chicle, pero creo que tanto una como otra línea argumental cuentan poco. Lo importante es la riqueza creada (la pasta). Mientras la haya, se debatirá lo que se quiera, pero Hacienda clavando para «redistribuir» y todos comiendo. Cuando no la haya, el sistema se hundirá y con él todos los argumentos.

    Pero está bien debatir para moderar el proceso. Y soltar gases. En cualquier caso, gracias, desde aquí, a todos los que producen excedentes o los produjeron cuando les tocaba. Estamos sobre sus hombros, no sobre la dialéctica.

  3. Por eso siempre verás venir a los autoritarios porque enarbolan la bandera de la «democracia» para todas sus iniciativas. De hecho hay algún partido moderno que usa esta palabra en todos sus discursos, ya sabemos qué pretenden en realidad.

  4. La clave, como se comenta, es que en los modelos socialistas no se acepta, ni se puede aceptar la voluntariedad. También es curioso cómo los modelos más conservadores, algunos dirían «anticuados», como los Amish, son mucho más resistentes a los «nuevos» modelos socialistas. Seguramente porque están más cercanos a la naturaleza humana, familia, valores, que los creadores del «hombre nuevo».

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