La redención de ETA

Nos hablan de la rendición y entrega de armas de la banda terrorista ETA, y mucho me temo que se trata apenas de una redención torticera e inmoral.

No se trata de castigar/perseguir a un delincuente hasta que se “cure” o se «rinda»Se trata de aplicarle una pena que sea capaz de resarcir el daño causado. Dado que considero que ninguna sociedad está legitimada para quitarle la vida a nadie (por lo que me opongo rotundamente a la pena de muerte), lo lógico es ser absolutamente consecuente con el principio de proporcionalidad. Los asesinos de ETA han destrozado no sólo la vida de cientos de personas, también la de sus familias. Y ese destrozo es irreparable … toda una vida. Lo lógico es que los delincuentes paguen por ello … toda su vida.

George Geismann decía -y no le faltaba razón- que la acción del Estado por derecho propio se convertía literalmente en ilimitada si la acción estatal sobrepasaba la frontera del ámbito puramente formal o simplemente en el intento de llevarla al ámbito material (Geismann, Jahrbuch für Recht und Ethik, Bd. 5 1995, S. 213)

¿Qué entiende Geismann por ámbito material? Llevar la acción del estado más allá del ámbito formal significa que toda idea de justicia se aplica a y desde cualquier utilidad humanamente posible y por ello las nociones de justicia serán pacticamente infinitas. Visto así, la materialización de la justicia ya resulta de por sí completamente utópica. Piensen que lo que es útil para uno no necesariamente es útil para el otro. Y lo que es útil para uno, no sólo es completamente arbitrario qua individualidad, es también variable como el tiempo en abril.

Pero los medios, la “cultura”, los políticos españoles (europeos, también muchos liberales), casi me atrevo a decir que todo el pensamiento contemporáneo está embebido de la fantasía por la cual exitiría para nosotros un bonum commune de alguna forma (la fantasía no tiene límites) realizable, materializable. Es la fantasía de una vida mejor para todos. En la cumbre de esta fantasía encontramos a su vez la idea de que esa vida mejor para todos no es posible por los errores de los otros y que la política no hace nada para evitarlo, a pesar de que debería haberlo reconocido e identificado como el problema. Esta idea parece inmortal. Es la idea de la justicia material. Es la idea que justifica para muchos los peores atentandos imaginables a la libertad y la vida de otros.

Es lo formal, sin embargo, aquello en lo que apoyamos la construcción de las fronteras interpersonales; lo que delimita el marco de los espacios de libertad individual. La justicia formal lleva implícitos valores mucho más exquisitos que su prima material: determinación de principios, praxis de la razón, imperio del acuerdo entre iguales, proporcionalidad.

Y sobre esta idea, la idea de justicia formal, basada en una forma de modestia casi perfecta porque para llegar a realizarse impone la renuncia en la negociación, basada en la libertad individual y el respeto a la libertad del otro, libre de prejuicios y sospechas apriorísticas, generadora de verdadera igualdad, sobre esta idea, digo, no habla casi nadie. La justicia formal deberia ser el pilar de un “estado moderno de derecho”, pero asistimos a su desaparción.

Desaparece porque la paulatina pérdida de conciencia de uno mismo -fruto socialista- anima a los hombres a buscar un punto de amarre en una utópica justicia material. Lo justo no es que el ladrón devuelva lo robado, o repare el daño causado. Lo justo es que el ladrón aprenda un oficio subvencionado por el dinero de aquellos a quien robó –vía impuestos- para que no tenga que volver a robar. Las cifra de reincidencia de los delincuentes en todos los países occidentales dan buena cuenta de la infantilidad en que se basa esa forma de aplicación de la justicia. La magia del “un mundo mejor para todos” no es otra cosa que un intento desesperado por autoprotegernos de las consecuencias de nuestros propios errores, de eludir nuestra responsabilidad: después de todo, yo también puedo cometer alguna vez algún error.

Lo material ha usurpado a lo formal. Es una cuestión de autopercepcion ética. Y de proyección de esa percepción hacia afuera. La diversidad de conceptos éticos que nos han regalado los últimos 2500 años no debe llevarnos a engaño. La mayoría son incapaces de prescindir, en mayor o menor medida, de ideas fuerza procedentes de la metafísica o la religión. Por lo general, y hasta principios el siglo XIX, la ética siempre se construye en referencia a una “Razón” enraizada en principios teo-metafísicos, a lo que los antiguos llamaban “logos” o “nuus”. El Hombre toma parte de la deidad, de forma que si se cultiva, termina por comprender y representar las leyes del “Ser Supremo”. La consecuencia es que durante muchos siglos se identificase “Razón” (actuar de forma razonable) con las buenas costumbres morales y se considerase la “educación en la razón” como mandamiento moral. Ocurre que la delimitación de lo que era “razonable” o no en el seno de una sociedad determinada, terminaba por depender siempre de quién tenía las riendas del poder. Como hoy, no nos engañemos.

La historia nos ha mostrado cómo todo intento de instaurar un sistema de justicia material sólo ha servido para destruir las relaciones formales entre las personas. En otras palabras, sólo ha servido para socavar la libertad individual. Hoy asistimos a un nuevo “individualismo”: el individualista moderno (el que sale a la calle con la pancarta que dice “Tenemos derecho a una vivienda de alquiler”, “Tenemos derecho a una sanidad mejor” y en realidad no piensa “tenemos”, más bien “Yo tengo”) está liberado por completo de la obligación de autorealizarse en el ejercicio de su responsabilidad: los padres en el asilo, los hijos en la guardería, el trabajo gracias a la cuota, el sueldo asegurado por convenio colectivo, la vivienda subvencionada por el estado y casi todas las otras decisiones molestas en manos de los funcionarios. La rendición incondicional a la doctrina material de la justicia le protege además de la obligación de resarcir a sus posibles víctimas, su único castigo es la obligación a reinsertarse. El culto puro al “paraíso justo en la tierra” no deja sitio para el cerdo que llevamos dentro, sólo para los muchos que nos dicen hay ahí afuera. Y esos merecen compasión.

En las últimas semanas hemos sido testigos de las consecuencias de todo esto que les he contado: los defensores de la justicia material se alínean con el estado, fuente única de “justicia”, administrador infalible del bonum commune. Los defensores de la justicia formal se alínean con la víctima y sus representantes, pues ellos son los únicos que deben ser resarcidos, los únicos que pueden exigir castigo. Yo estoy con los últimos. No es admisible que los asesinos bailen sobre la tumba de sus víctimas.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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15 comentarios

  1. La idea de que las víctimas directas son los únicos perjudicados por los actos criminales (ya sean terrorismo o delincuencia común) y que por tanto solo a ellas les corresponde ejercer la justicia, en mi opinión es un error descomunal, por decirlo suavemente.
    De hecho es tan absurdo y peligroso que para desmontar ese argumento basta hacerse la siguiente pregunta: ¿me gustaría ser vecino de un depredador sexual, o de un asesino puesto en libertad porque sus víctimas los hubieran perdonado, por ejemplo por convicciones religiosas?. La respuesta es: ni de coña. De hecho no nos gustaría ni aunque el delincuente hubiera cumplido la pena que legalmente le corresponda.
    Y esto por un motivo obvio: los seres humanos enjuiciamos y nos relacionamos con los demás, entre otras cosas, según el concepto que tenemos de ellas, y por lo tanto la realidad es que por mucho bla-bla-blá con el que se justifica conceptos tan humanitarios y altisonantes como el de reinserción, 2ª oportunidad, etc, etc, saber que tienes por vecino a un asesino o un violador no es muy tranquilizador por mucho que haya cumplido su pena. Ya ni te cuento en el hipotético caso de que ni siquiera la haya cumplido porque sus victimas anteriores, vete tu a saber por qué, le hubieran perdonado.
    Y otra cosa, si lo que queremos es que se castigue con penas más severas ciertos delitos graves, como se sugiere al poner a las víctimas a hacer de verdugos, no le echemos la culpa al Estado sino a los ciudadanos que elegimos opciones políticas que defienden esos principios de penas tan suaves.

    • Creo que en alguna ocasión ya hemos discutido el tema en DEE. Yo no digo que las víctimas directzas sean los únicos perjudicados de un acto criminal, pero sí mantengo que ellos deben ser quienes, en primer lugar, experimenten las ventajas de la reposición. Y que la proporcionalidad ha de ajustarse al daño causado, no al daño que se supone se podría causar en un futuro. Las víctimas no son verdugos, y no se sugiere que lo sean. Simplemente se reclama el derecho que creo les asiste para intervenir en la fijación de la pena (en USA se hace, pero es el juez o incluso en algunos casos un tribunal, quien decide la pena a aplicar). En España ese derecho está usurpado por el Estado. Y sí, la culpa es nuestra que les votamos, no me cabe duda.

      • Pues estoy completamente de acuerdo con todo lo que has dicho, salvo en lo de intervenir las víctimas para la fijación de penas, que no se muy bien en qué consiste en la practica, pero que como criterio general no me convence: creo que una parte integral del concepto de justicia es que, mientras no se demuestre lo contrario todos somos inocentes y que por tanto el que juzga y aplica las penas deba ser «imparcial» porque eso añadirá «objetividad» a un tema que en la práctica ya es suficientemente complicado como para complicarlo aún más «metiendo» a las víctimas por medio, más de lo que para su desgracia ya las meten los criminales.
        Quizás si concretas con un ejemplo lo que entiendes por derecho de las víctimas a participar en la fijación de la pena, podría entender mejor lo que propones.
        Dicho esto, personalmente soy partidario de que las penas que se imponen, sobre todo en casos de delitos graves, pero también en los menos graves reincidentes, sean sobre todo eficaces (en el sentido de disuasorias) y efectivas y no resulte como lo que pasaba en en España que te condenaban a 1000 años por 50 asesinatos y a la postre acababas cumpliendo 15 como mucho y encima en un régimen carcelario comparable a un hotel de 5 estrellas, con derecho a comida y alojamiento a costa de los contribuyentes. O como la estupidez esa de que los robos profesionales y reincidentes de los carteristas ni siquiera acarrean penas de cárcel, lo cual es una de las mayores estupideces legales de las muchas que padecemos.
        Tampoco creo que en delitos graves tengan sentido eso de los permisos carcelarios de fin de semana y medidas similares, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a que presos peligrosos aprovechen sus permisos para reincidir, de lo cual nadie, absolutamente nadie se hace responsable: ni los políticos que aprueban leyes estúpidas, ni los jueces que las interpretan y aplican, lo que constituye un agravio comparativo gigantesco comparado con la obligatoriedad de la responsabilidad civil a la que estamos sujetos el resto de ciudadanos cada vez que salimos a la calle.

        • Pda: se me olvidaba precisar que mi crítica a la posibilidad de que las víctimas actúen como verdugos, no era a tu art. sino a uno de los comentarios en el que si lo he entendido bien se aboga por esa posibilidad. Con esto no estoy diciendo que humanamente no me sea perfectamente entendible que una victima quiera ser verdugo del criminal, ya que la venganza es uno de los sentimientos más genuinamente humanos. Simplemente creo que si la justicia es eficaz, eso solo añade ruido al asunto esencial.

          • Siento responder tan tarde, pero he estado desconectado unos días. He vuelto a releer los comentarios para buscar dónde se dice o sugiere que las víctimas deben poner las penas sin encontrarlo por ninguna parte. Eso sería una arbitrariedad absurda. Lo que si dije (por lo que me pueda tocar), es que en el caso de daños muy graves, nadie sino las víctimas, y sólo ellas, estarían en situación moral para ejecutar la pena de muerte. Estrictamente, a nadie más correspondería ese derecho, una vez reconocido, y mucho menos, ese deber (que no puede existir). Eso tampoco convertiría a las víctimas en verdugos (una profesión), sino en ocasionales ejecutores voluntarios del daño correspondiente que las leyes hayan establecido para algún tipo de delito. La sociedad quedaría así liberada del absurdo deber legal «de matar» al reo (lo cual tendrá sin duda muchos objetores que nunca, con razón respetable, aceptarían esa obligación), y el delincuente (no sólo el asesino, porque hay delitos peores que el asesinato) quedaría sometido al arbitrio de su víctima en la ejecución de la pena que el sistema le habría impuesto (porque hay sin duda muchos objetores en la sociedad a que determinados delitos queden castigados, a su juicio, levemente en razón del daño causado). Eso creo que sería muy disuasorio.

            Y para mí, tanto unos como otros merecen respeto, así que mejor dejemos el botón en manos de las víctimas, que ellas sabrán cómo actuar en cada caso, una vez que la ley haya determinado tal tipo de pena, porque sin duda hay actos que merecen la muerte, a veces mil veces, y no creo que nadie ponga eso en duda, pero una cosa es merecer, otra reconocerlo y otra ejecutar. Una sociedad no debería poder ejecutar a nadie. Una víctima sí. Aunque me temo que los dogmáticos estarán en contra de tal exceso de ejercicio de libertad y responsabilidad individual.

            • Luis en su comentario defiende textualmente «el derecho que asiste a al víctimas en la fijación de las penas». Tú y algún otro comentario aboga por permitir a las víctimas actuar de verdugos. Personalmente no estoy de acuerdo con ninguna de ambas posturas, por mucho que en caso de verme afectado sería lo que me pediría el cuerpo. Ya he explicado mis razones: lo 1º no se como se articularía y en que consistiría concretamente y lo 2º creo que no añade más que «ruido»: por ejemplo ¿por que limitar el derecho de la víctima a apretar el botón «letal» cuando lo que le puede pedir el cuerpo es estrangular al asesino lentamente con sus propias manos tal y como éste hizo con su víctima?. Personalmente creo que en estos asuntos la justicia debe actuar, juzgar y llegado el caso ejecutar de la manera más eficaz, fría, impersonal y aséptica posible.

            • Nadie mejor que las víctimas para valorar el daño recibido. De ahí a decir que abogo por convertir a las víctimas en «verdugos» va un gran trecho. Yo lo que defiendo es el derecho que debe asistir a toda víctima a ser ella (ellos) quienes expongan qué tipo de resarcimiento creen justo. Modelos? Hay varios: la ley establece para robo pena de cárcel, trabajos para financiar pérdidas, reposición total y pena de cárcel. Las penas varían en tiempo, por ejemplo. Las víctimas solicitan al juez (o a un tribunal) de manera justificada una de esas modalidades.
              Otro: la ley establece penas de 15, 30 y perpetua para asesinato. El juez (o el tribunal) debería escuchar a los familiares de la victima a la hora de optar por una de esas opciones.
              Si se dan procesos de revisión o de puesta en libertad bajo vigilancia, las víctimas deben poder manifestar que están en contra, que no han sisdo suficientemente resarcidos.

              Sigo sin ver verdugos por ningún sitio 🙂

            • Luis creo ( y que me corrijan los juristas si me equivoco) que lo que tu dices, más o menos ya existe y se llama «acusación particular», al menos en España.
              Y en éste, tu último, comentario has matizado y dices que el juez debe escucharlas, con lo que estoy de acuerdo, dejando claro que es el juez el que fija la pena y no las víctimas como podía sobreentenderse en los primeros (o al menos así lo hice yo).
              Por cierto acusación particular que no sirve de nada si la ley dice que la pena máxima para un asesinato es de pongamos 15 años y que las penas solo son acumulables hasta un máximo efectivo de 20 años, que era lo que pasaba en España hasta hace nada, porque evidentemente la acusación particular no puede en ese caso solicitar «cadena perpetua» o «pena de muerte».
              Poor lo mismo tampoco cabe en ese caso afortunadamente su antítesis, que sería que las victimas solicitaran la absolución del asesino por motivos particulares, pongamos de creencias religiosas, que era una posibilidad que también yo sobreentendía de tu art. original y que yo no admitiría en ningún caso por la razón ya expuesta de que el criminal no solo actúa contra su víctima directa sino contra el resto de la sociedad indirectamente. En consecuencia igual que no admito que la víctima condene al criminal tampoco admito que lo perdone.
              Respecto a lo de víctimas actuando de «verdugos» te remito al comentario de JJI y de otra interviniente en el que abogan por ese «derecho», que comprendo pero no comparto.

            • Todo es opinable en este asunto, y sólo cabría la experimentación para ver cuál sería lo más eficaz. De todas formas yo me he limitado a postular la posibilidad de que las víctima aprieten el botón, si quieren, en casos extremos. No estaría de acuerdo en que éstas condenen ni perdonen (sería una arbitrariedad), y para eso,mejor que arbitrario sólo sea el sistema. Si la víctima no ejecuta, quedaría la pena alternativa, no el perdón.
              Todo esto es el resultado de mi particular análisis sobre el problema de la pena de muerte. Al final concluí que ninguna mayoría debería poder imponer a una sociedad el deber de ejecutar a un reo ni lo contrario. Eso invade conciencias a un nivel muy profundo, por eso prefiero que la víctima directa asuma esa responsabilidad y allá ella con su conciencia, y la sociedad se limite a reconocer que algunos actos merecerían esa pena, porque si nada la mereciera (y sería otro debate), no tiene sentido lo que expongo; pero si así fuera (y nunca nadie me lo ha negado, ni siquiera con las vísceras), ¿a qué dejar el acto sin el castigo que íntimamente consideramos?
              Llegados ahí queda el problema de quién ejecuta. Eso no creo que pueda ser un oficio, ni tampoco creo que ninguna víctima pueda exigir a la sociedad (donde hay gente a la que eso le repugna) ejecute. Así pues, sólo me quedó dejar la ejecución del acto al que la reclama como víctima, y ella asumirá.

              Lo que no considero a la altura es usar el calificativo de verdugo para la víctima ejecutora. Eso, más que racional, me parece una llamada al prejuicio, asociando la carga negativa que la palabra conlleva, para descalificar la consideración racional de la posibilidad que apunto.

            • JJI: efectivamente coincido contigo en que partiendo de la base de que la justicia es una herramienta cuyo ideal es ser lo más eficaz posible en la erradicación de los delitos, sería una buena idea la experimentación de diversos «sistemas» para comprobar cual es el que se demuestra más eficaz a la hora de minimizar el numero y gravedad de delitos.
              De hecho, yo creo que no habría que inventar nada nuevo sino fijarse y copiar los sistemas más eficaces que se aplican en el resto de países y adaptarlos a nuestro país.
              Por ejemplo, si resulta que en el país X se ha terminado ( o minimizado en relación al resto) con los delitos relacionados con el tráfico de drogas mediante su despenalización, pues se despenaliza. Y su contrario: si resulta que en el país Y se han conseguido mejores resultados castigando con suma dureza, pues se aplica, o se debate cual es el resultado que se quiere lograr y a que precio.
              Personalmente me opongo a la pena de muerte, aun considerándo que es eficaz, porque está demostrado que existen los errores judiciales, y en tal caso (ejecutar a un inocente) el error es irreparable. Pero no me supondría ningún problema su aplicación en caso de delincuentes confesos especialmente graves, ya que en tal caso no habría error posible.
              Sobre la cuestión de los verdugos que comentas, personalmente no le atribuyo la más mínima acepción peyorativa a la palabra (o al menos no más que la que le puedo atribuir a los muy honrados y necesarios matarifes de los mataderos, por mucho que estas cuestiones sean actualmente tabúes culturales en nuestra sociedad), pero concuerdo contigo en que no se puede obligar a nadie a realizar esa tarea contra su voluntad: de hecho, me suena que en USA hay al menos 2 botones y un proceso automatizado tendente a «minimizar» la personalización del acto de actuar de verdugo sobre una persona concreta.
              Pero bueno, eso son detalles anecdóticos respecto al fondo de la cuestión que es: ¿como es la justicia más eficaz y que precio estamos dispuestos a pagar por ello?. Y esto no es algo fácil de responder.
              Un ejemplo: supongamos, porque desconozco el dato real, que en Arabia Saudí los robos no existen (o son mínimos) porque a los ladrones de acuerdo con su Ley les amputan una mano. Por contra en España, a los carteristas de facto se les perdona sus delitos de cuerdo con nuestra ley, con lo cual actúan en la practica impunemente (y esto si que es desgraciadamente real).
              Esos son dos casos concretos, extremos y opuestos de Leyes castigando el mismo delito en dos sociedades y cuyos resultados son obvios, objetivos y contrarios.
              Personalmente que creo que tiene que haber un punto intermedio entre ambas, para que se reduzca el número de carteristas sin necesidad de aplicar un castigo tan radical, por mucho que lo que me pida el cuerpo en caso de ser víctima de un carterista es que le corten la mano.
              Lo que es incoherente de cualquier modo que se mire, es quejarse de los carteristas y no castigarles por sus delitos: si no los castigas, por «humanidad», o «sensibilidad» o «lo que sea», no te quejes. porque es evidente que si no lo haces, ellos no van a dejar de delinquir por motu propio. Al contrario: lo que seguro va a pasar, como de hecho ocurre, es que atraigas al resto de carteristas del mundo.
              Y tres cuartos de lo mismo para el resto de delitos.

            • En lo práctico, el criterio de eficiencia es casi perfecto, pero por en medio se suele meter la conciencia. A veces lo más eficaz es éticamente inadmisible. Pero eso no implica desecharlo, y el mismo concepto de ética es muy manipulable (por eso la diversidad de sistemas políticos, legales, etc.). Creo que en el fondo venimos a decir lo mismo, pero pasando de eficiencias, y tratando de actuar en conciencia (es lo que siempre trato de hacer), en el debate sobre la pena de muerte (no me vale la certeza de que se matará algún inocente, porque, con certeza, algún culpable en la calle acabará matando, e inocentes por inocentes, sería cuestión de número), lo que me llevó a la encrucijada es la contradición entre lo que me dice la conciencia ante algunos actos sin ninguna duda: ¡merecen la muerte! y mi posterior rechazo a aplicarla. ¿Cómo es posible esa inconsecuencia entre conciencia y acción si se pretende ser ético?
              La única respuesta es que me siento incapaz de aplicar una pena de tal magnitud (en general ninguna pena), si no soy la directa víctima del daño causado. Pero seguramente, en esa situación, me gustaría disponer del botón. Y que la sociedad me prive de ese, para mí, derecho natural, me parece una de tantas intromisiones intolerables en la libertad del individuo, sin beneficio social alguno, que no se justifica sino por el fundamentalismo típico de cualquier imposición ideológica.

              Y desde luego sospecho que la posibilidad de que el víctimario sepa con certeza que la víctima, o sus allegados, víctimas también de otra manera que puede ser más cruel, puedan tener en el futuro el dedo en el gatillo que ahora tiene él, resultaría muy disuasoria.
              Pero sólo son elucubraciones.
              Saludos.

  2. Gracias JJI por decir algo que considero innovador en nuestros tiempos, aunque no innovador en el tiempo -lo que no lo hace menos valioso, sino al contrario. Es bueno retomar ciertos valores perdidos en la maraña de la dialéctica moderna-: la dignidad humana nos exige a cada uno aceptar que se nos pueda hacer lo que hemos hecho. ¡Bravo! Y si podemos matar, deben poder matarnos. Y vas un paso más allá, muy sano además, descargando a la sociedad del papel de verdugo -razón por la que entiendo Luis está en contra de la pena de muerte-. Ya está bien de vilipendiar la venganza a todos los niveles, hay venganza que es justicia. Y muy necesaria. Al fin y al cabo, ¿de dónde surje si no el concepto de justicia? Algo me dice que en su origen, de la rehabilitación y reinserción del reo, no. Desde luego. Eso es muy moderno. La justicia es la racionalización del pago por un daño causado, de una reposición más una compensación por un intangible como son los sentimientos y el mal rato causado al a la víctima y al entorno de la víctima si no ha muerto. O sea: venganza con cabeza.
    Dictada una sentencia de muerte, no estaría de más que los seres queridos de la víctima (sobretodo si ésta ha muerto) tuvieran la posibilidad de legalmente ejecutarla. Algo me dice (a los hechos me remito: ni una sola venganza en el País Vasco contra los asesinos de ETA por parte de los familiares de sus asesinados) que abriendo la posibilidad de la pena de muerte por delito de asesinato, muchas ejecuiones quedarían en perpétua o los consabidos 20 años, pero al mismo tiempo, más de un asesino se lo pensaría dos veces.
    Te aplaudo que deseches los fundamentalismos. Todo es cuestionable. Todo es visionable desde otro punto de vista. Y para todo, hay que estar dispuesto a asumir las consecuencias. No está de más que éstas sean pues posibles, conocidas y realizables. Un criterio más para cualquiera para tomar ciertas decisiones. Un escalón más hacia la plena asunción de la condición de ser humano.

  3. Coincido con JJI en que para ser un asunto tan concreto, el lenguaje y la argumentación son difíciles de seguir, aunque comprendo que se quiera establecer un argumento general respecto a como actuar y castigar los crímenes y luego en consecuencia aplicarlo al tema particular de los criminales etarras.
    Creo que en este tema del terrorismo etarra, la justicia española es tan permisiva, garantista y manipulada como lo es en general con respecto al resto de delincuentes: no hay más que leer las declaraciones de los clanes mafiosos del Este (por ejemplo georgianos) de que eligieron España como base de operaciones por lo suave que son las penas y las cárceles españolas. O ya concretando sobre ETA, basta comparar el regimen punitivo francés con su cadena perpetua como máxima pena comparada con la nuestra (al menos hasta hace muy poco).
    Pero es que además, en el tema de ETA, a diferencia de los criminales comunes, se suma el aspecto político de que a los mismos que han asesinado, extorsionado, etc, etc, por el simple hecho de dejar de hacerlo, se les considere limpios de polvo y paja, y en consecuencia se les permita que gobiernen la mayor parte de ciertas partes del Estado porque da la casualidad de que en esas zonas hay una mayoría de malnacidos que opinen que ha estado fenomenal un tiro por la espalda al que ellos consideren oportuno.
    Lo anterior, por ponerlo en un contexto político y dejando aparte el tema numérico, es tan aberrante como si en Alemania, tras la IIGM se hubiera permitido que el partido nazi fuera legal y pudiera seguir gobernando allí donde lo apoyaran, simplemente por el hecho de haber dejado de gasear judíos, tras haberlos llevado casi al exterminio, bajo el argumento de que el Holocausto fue resultado de un conflicto y que dado que aquel conflicto acabó con la derrota nazi, ya no había ningún impedimento para que estos gozaran de los mismos derechos políticos que el resto de la sociedad, víctimas incluidas. En vez de eso, en Alemania se proscribió el nazismo y su apología.
    Por último, me gustaría resaltar el hecho de que la suavidad con que España ha tratado la violencia terrorista etarra se basa en el hecho innegable de que la izquierda política española, desde el PSOE hasta la extrema izquierda, y por tanto la parte de la sociedad que apoya esa ideología, ha compartido el argumentario etarra de que el terrorismo etarra estaba justificado como respuesta al régimen de Franco. Es decir, para la izquierda española, en tiempos de Franco, los etarras eran héroes luchadores por la libertad, cuyo pecado fué no saber parar a tiempo, tras la llegada de la democracia.
    De lo anterior, que la derecha acomplejada no ha sido capaz ni siquiera de debatir ni mucho menos negar, es de lo que arranca y lo que explica la situación actual, incluso respecto a la delincuencia común, ya que para camuflar la suavidad en el trato a los etarras se ha utilizado la excusa de que no era porque fueran etarras sino que era lo que se aplicaba a los delincuentes en general, por todo ese camelo de la reinserción y bla-bla-bla.
    El último episodio al respeto de lo anterior es cuando soltaron a depredadores sexuales múltiples con cientos de años de condena (por cierto, la mayoría han reincidido al poco tiempo) en aplicación de la sentencia que tumbó la acumulación de penas y que permitió poner en la calle a jollitas como De Juana Chaos, con el argumento de que se veían obligados por Estrasburgo a soltarlos a todos y no solo a los etarras.

  4. En general estoy íntimamente de acuerdo con lo que expones (aunque encuentro el lenguaje un tanto complejo para la mayoría), salvo en lo que afirmas sobre la pena de muerte. Subrayo especialmente la denuncia del individuo infantilizado (irresponsable) que busca bajo “la sombra protectora de papá Estado” una infancia prolongada hasta el final de su vida “asegurada”, pero rompo una lanza por la pena de muerte.

    En primer lugar, el no absoluto a cualquier cosa es un fundamentalismo (tan religiosos ellos, y siempre en boga), como puede ser el no a la violencia.
    No existe lo absoluto y por lo tanto, cuando admitimos “principios absolutos”, en realidad, nos están manipulando.

    La pena de muerte yo la acepto por propia dignidad personal: si yo mato, reconozco el derecho a ser matado. El no hacerlo así es rebajar al asesino un peldaño más en su degradación (no me extiendo en justificaciones porque no voy bien de tiempo, simplemente lo expongo).

    Otro aspecto es quién estaría capacitado para ejercer de verdugo. Para mí el Estado no, pero sí los familiares, amigos o personas heridas que deseen hacerlo (tropezamos aquí con otro prejuicio o absoluto: la condena de la venganza, que yo no entro a considerar tampoco, pero que no todo es luz o sombra). Si no hay nadie dispuesto a apretar el botón tras la condena, pues queda la cadena, perpetua o no, hasta que las víctimas se consideren satisfechas (como se ve, pongo el futuro de la sentencia en manos de las víctimas, eso daría mucho miedo al asesino y probablemente, mucha satisfacción a las víctimas –ellos verán-).

    Otra razón es que para mí (y así ha sido siempre hasta estos tiempos infantilizados), el delincuente en general, debe quedar por detrás de los intereses de las víctimas y de la propia sociedad. De modo que antes que su reinserción, habrá de resarcirse el daño y garantizarse que no pueda repetirse de algún modo. El delincuente, y sus intereses, al último lugar, por tanto.

    Todo lo anterior es consecuencia precisamente de la ausencia de valores absolutos que permitan soluciones absolutas. Así que no me queda si no acogerme en cada caso a la teoría del mal menor, en la cual, el delincuente siempre irá en última posición (lo contrario es el absurdo actual).

    Y sí, la Justicia puede equivocarse e inevitablemente se equivoca. Hay mucha gente superficial que cree que es mejor (no son palabras mías) 100 delincuentes en la calle que una víctima inocente en la cárcel. Se olvidan de que esos 100 culpables sueltos van a causar muchas más víctimas inocentes que esa sola que ha sido injustamente encarcelada. Y no pocas perderán algo más que la libertad. Así que es preciso admitir un cierto margen de error. Aquél que menos daño haga a los inocentes será el más adecuado, y no será algo fijo nunca.

    En fin, con la ETA yo seguiría el mismo método. No saldrían bien parados, pero eso no les sucederá con nuestros melifluos políticos, así que les escupo desde aquí mi total desprecio. ¡Asesinos malfollados!

  5. Es indudable que asistiremos próximamente a otra operación de propaganda, de pura fantasía, destinada a convencer a la población de que se rinden definitivamente. La realidad es muy cruel, sobre todo para la víctima, y la realidad es que ni se rinden de verdad, ni se arrepienten de verdad, ni (lo que es aún peor) serán castigados como debe ser por sus crímenes. Tengo claro que, en una gran parte, ellos han ganado la batalla y el Estado ha salido perdiendo, así que, de derrota, nada de nada. Como bien dijo Ayn Rand, perdón al culpable significa castigo al inocente. Lo que me pide el cuerpo frente a esta gente es verlos a todos, de uno en uno, frente a un pelotón de fusilamiento, pero me conformaría con verlos pudrirse en una celda de castigo de por vida, cosa que no voy a ver desgraciadamente. Es una pena, pero esta historia, en lo que a mí respecta, se ha cerrado de muy mala manera, y con el Estado mirando para otro lado, o agachando la cabeza, no sé que es peor.

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