El círculo vicioso del estatismo

La hiperburocratización asfixiante del estado moderno y la cada vez más acusada huída de los individuos de la asunción de sus responsabilidades conforman el círculo vicioso, el remolino implacable que nos arrastra al totalitarismo de los sistemas políticos occidentales. Una ola inmensa de leyes, normas y reglas inundan nuestra cotidianeidad imposibilitando el acto responsable del ciudadano. Al mismo tiempo, cada vez son más quienes se lanzan ingenuamente a los brazos del estado paternalista de bienestar -desde la cuna hasta el lecho de muerte- a cambio de coche, casa y comida.

La hiperburocratización asfixiante del estado moderno y la cada vez más acusada huída de los individuos de la asunción de sus responsabilidades conforman el círculo vicioso, el remolino implacable que nos arrastra al totalitarismo de los sistemas políticos occidentales. Una ola inmensa de leyes, normas y reglas inundan nuestra cotidianeidad imposibilitando el acto responsable del ciudadano. Al mismo tiempo, cada vez son más quienes se lanzan ingenuamente a los brazos del estado paternalista de bienestar -desde la cuna hasta el lecho de muerte- a cambio de coche, casa y comida. Y quienes realmente deciden asumir su responsabilidad respecto a sí mismos, sus familias o sus empresas, se encuentra inevitablemente coartados por el gigantesco aparato administrativo y sus interminables normativas. Las normas y leyes, que hoy se inmiscuyen en todas las facetas de nuestras vidas, no consiguen sin embargo, y contrariamente a lo que nos publicitan los políticos, aumentar nuestra seguridad ni nos convierten en mejores personas por asumir esta forma moderna de vasallaje.

Ocurre justamente lo contrario. Basta con echar un vistazo a la prensa diaria para comprobar como aumentan, día a día, los actos irresponsables y la decadencia. Irresponsabilidad y decadencia, causantes del egoísmo exacerbado y la soberbia anónima, se han convertido en los pilares de nuestra civilización. Asistimos así al contínuo espectáculo de transformismo social en el que nada es más fácil que culpar a la «sociedad» de los propios errores y sus causas. Es la consecuencia lógica tras años de adiestramiento en los principios del «somos víctimas de las circunstancias» y del «ya se encarga el estado social de solucionarlo». Y perdemos toda perspectiva del verdadero sentido del concepto «justicia» cuando aplicamos los mismos principios a los errores de los otros. Al mismo tiempo asumimos la mentalidad del rellenador de formularios y «hacedor de cruces en la casilla correcta», lo que sin duda no nos proporciona una mejor vida, pero nos permite aferrarnos a la fantasía de que retrasa considerablemente el día en que tengamos que abandonarla. La divisa es clara: todo lo que no está recogido en las leyes debe ser ignorado; nada que no pueda ser ignorado debe escapar a la reglamentación. Y si, contra todo pronóstico, algo va mal, el responsable es quien redactó los formularios. Después de todo era SU responsabilidad y no la MÍA haber previsto todos los imprevistos – y ello sin abandonar el despacho, todo sea dicho de paso. El resultado es el grito del mudo: impotencia.

De la nada no surge nada. Sólo desde la acción individual es posible cambiar «las circunstancias». Cualquier circunstancia. Todas las circunstancias. Asumamos nuestra responsabilidad, sin miedos, frente a nosotros mismos, nuestras familias y nuestro entorno. El liberal español necesita desnudarse de adjetivos y epítetos y dar el único paso al frente posible: asumir su responsabilidad y luchar por devolver a los demás la capacidad de hacerlo.

 

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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8 comentarios

  1. De acuerdo en CASI todo.

    Opino que con su errores y aciertos, con sus horrores y beneficios, la Revolución Francesa buscó, y en gran medida consiguió, hace unos 230 años, convertirnos de súbditos en ciudadanos.

    Pero casi inmediatamente, con más o menos prisa pero desde luego sin pausa, el poder político reaccionó para volver a llevarnos a donde otra vez estamos: Nos han vuelto a convertir en súbditos, y de una manera más taimada que con el «ancien régime» porque no es que precisemos permisos para todo, o autorizaciones para todo, es que ESTAMOS ABRUMADOS POR LAS PROHIBICIONES DIRECTAS Y SIN OPCIONES, pero sí con sanciones inmediatas en cuanto manifiestes tu discrepancia. Y todo ello, envuelto en UN AURA DE LIBERTADES QUE NO SON TALES.

    La discrepancia con el artículo la pongo en la frase final: «Asumir responsabilidad y luchar por devolver a los demás la capacidad de hacerlo». Lo siento pero no. Ya me cansé, después de muchos años, de ejercer de «Capitán Trueno».

    Por eso, asumir mi responsabilidad sí. No sé además actuar de otra manera, pero salvo con mi ejemplo, luchar para que lo hagan los otros… Prefiero seguir ese consejo que me parece sabio, emanado de la Escuela Pitagórica: AYUDA A TU SEMEJANTE A LEVANTAR SU CARGA, PERO NO A LLEVARLA.

    Un cordial saludo.

  2. En los grupos de seres vivos, incluidos específicamente los humanos, hay un continuo entre los grupos sin burocracia alguna, los grupos con una mínima burocracia, los grupos con una burocracia extensa pero «razonablemente eficaz» y los grupos con una burocracia excesiva y contraproducente. Entre los dos primeros (0 o casi nada de burocracia) tenemos a los animales, las escasas tribus indígenas que aún quedan y los estados fallidos, en los cuales impera «la ley del más fuerte», con el resultado de que los humanos que forman parte de esos grupos carentes de burocracia, viven en pésimas condiciones de vida.
    El resto, incluyendo las naciones más desarrolladas, tienen una burocracia extensa y razonablemente eficaz o una burocracia excesiva y contraproducente (como el caso paradigmático de las fracasados regímenes comunistas).
    Por lo tanto la cuestión, en mi opinión, es ¿como conseguir limitar la burocracia, que es uno de los requisitos de las sociedades desarrolladas, para que se quede en un tamaño extenso pero eficaz, sin caer en los excesos de las burocracias excesivas y contraproducentes?.
    La única respuesta que se me ocurre en una democracia, es que los ciudadanos sean conscientes del problema y apoyen opciones políticas que asumen el coste de limitar el tamaño del aparato burocrático del Estado.

    • No puedo ponerle el ^, Don PVL, porque no estoy de alta en nada. Así que le digo ¡ Bravo ! , y le aplaudo con las orejas. Y yo, desde luego, procuro actuar siempre como creo que debo actuar, reclamo ( soy la reina del burofax ), cada vez que me parece que la burocracia mandona se ha pasado en sus atribuciones, lo explico a mi alrededor, y espero que se extienda cual mancha de aceite…
      Ya sé que es lo único que una Doña Nadie como yo puede hacer, pero
      ¡ Es tan poco !

      • Lo mismo me pasa a mi viejecita con comentarios tuyos y de otros contertulios con los que estoy completamente de acuerdo, como con este tuyo sobre el poder de los burofax: trasmiten de manera muy convincente la decisión del que los envía de ir a por todas desde el punto de vista legal. Y esto, comparado con la costumbre española de quejarnos mucho pero solo de boquilla, suele bastar para hacer desistir al contrario de actuar contra el que lo manda ( o al menos para que te tomen en serio).

  3. Totalmente de acuerdo. Y para ello, soltar lastre. Aunque será un camino solitario. Nuestra clase política sigue cayendo y no parece tocar fondo. Nos tocará a los ciudadanos reinventar las cosas procurando no repetir errores pasados. Lo más peligroso, más que el Estado, son sus guardianes: los partidos políticos en todos sus colores. ¿Cómo hacer algo sin caer en ese error de nuevo?

  4. Pamela, Ortega lo decía mucho mejor:

    No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.

  5. Me recuerda el capitulo XIII de la «Rebelion de las masas» de Ortega y Gasset, titulado,»El mayor peligro el estado».Si no lo has leido , te lo recomiendo.

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