Volkswagen, ¿víctima de la hiperregulación estatal?

El estado regula y tiene impacto en la fijación de precios en el sector agrícola, el sector bancario y de seguros, en el transporte, los servicios públicos y la vivienda. A los profesionales se les imponen aranceles, licencias y colegiaciones que hacen prácticamente imposible cualquier tipo efectivo de competencia de precios. La lista de restricciones gubernamentales sobre el acceso al mercado en forma de regulaciones restrictivas del comercio, concesiones estatales y certificación de determinadas profesiones es infinita.

También. Pero no exclusivamente. El abismo por el que cae Volkswagen – unos de los mayores productores de vehículos de motor del mundo- en estos días es el resultado de décadas de hiperregulación eststal y de la propia incompetencia de los responsables de la empresa. A partes iguales.

Me resulta difícil imaginar la ligereza, el descaro y la irresponsabilidad de los ingenieros y ejecutivos padres del «apaño informático» en los motores VW. ¿Acaso creían realmente que nunca nadie iba a controlar si lo que afirmaban en sus flamantes prospectos era cierto? ¿Nunca pensaron que un buen día un aburrido funcionario podría ponerse a mirar detenidamente sus hojas de datos y verificar la validez de los mismos? ¿En serio? ¿En un mercado de máxima competencia? ¿En USA? Hay que ser muy ingenuo o muy canalla. Acaso, cabe la explicación, las numerosas reuniones de sus lobbyistas con funcionarios de EPA, senadores, presidentes de comisiones, habían dado como fruto la comodidad ficticia de sentirse «protegidos» de la acción estatal. Muy probablemente entraron en trance adormecidos entre panfletos patrocinados para Greenpeace o WWF.

Y da igual si los niveles de emisiones de NOx son unos miligramos más altos o más bajos – dato probablemente irrelevante en cualquier motor fabricado en los últimos 10 años-. Tampoco es de interés que la medida reguladora del estado sea probablemente innecesaria. La norma existía, ellos lo sabían … y optaron por trucar. Estúpidos.

prohibidoLa norma. El estado regula y tiene impacto en la fijación de precios en el sector agrícola, el sector bancario y de seguros, en el transporte, los servicios públicos y la vivienda. A los profesionales se les imponen aranceles, licencias y colegiaciones que hacen prácticamente imposible cualquier tipo  efectivo de competencia de precios. La lista de restricciones gubernamentales sobre el acceso al mercado en forma de regulaciones restrictivas del comercio, concesiones estatales y certificación de determinadas profesiones es infinita. Incluso un proceso tan sencillo como es registrar una nueva empresa se convierte en una agotadora carrera de obstáculos burocráticos.

La efectividad de la economía depende directamente del nivel de  regulación estatal y no de la capacidad productiva. Cuando los empresarios necesitan más tiempo para iniciar un negocio, asumir enormes costos fiscales para contratar a nuevos empleados, para invertir en equipos de producción o para introducir productos en el mercado, el subsiguiente aumento de los costos y disminución de la competitividad la capacidad de dinamismo de cualquier mercado se atrofia. Y son los trabajadores -en este caso, los que no podrán trabajar- las víctimas directas y finales de la locura hiperreguladora. El emprendedor y el inversor no sufren tanto como el trabajador. Se van a emprender a otro sitio, o invierten en otra parte. Llega la hora de clamar al cielo desde multitudinarias manifestaciones contra la globalización y la deslocalización de empresas «locales». ¡Estúpidos! ¡Es la hiperregulación estatal!

En Alemania las empresas se gastan en  costos administrativos, informativos y de regulación gubernamental la friolera de 46 mil millones de euros por año. Eso supone que cada empleo del sector privado cuesta 4.400 euros adicionales al año. Las PYMES sufren particularmente esta carga financiera fruto de la hiperregulación, viendo cómo entre el 4 y el 6% de su volumen de negocio se disipa en cubrir costes burocráticos.

El argumento buenista es que el estado debe proteger el «bien común». Pero el «bien común», ¿no es acaso el bien de cada no de nosotros? El aire. Si el aire es público, no es de nadie. Llega el estado y pone vallas al viento. Si el aire es de todos, es decir, de cada uno de nosotros, no son necesarias las vallas al viento: basta con presentar denuncias colectivas por daños y perjuicios contra quienes de forma fehaciente y demostrable contaminan «mi» aire, el que respiro. Más buenismo: «¡pero ellos son tan poderosos y malvados!»… ¿se imaginan un millón de madrileños denunciando a VW por contaminar su aire -el de cada uno de ellos- con niveles patógenos de óxidos de nitrógeno? ¿Se imaginan la cuantía de las indemnizaciones? ¿Cuánto tardaría VW en fabricar motores de baja emisión de NOx?

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Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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