Congregación de felizgreses: unos apuntes irreverentes

Todos aspiramos a ser felices, y en esa aspiración está la clave de la felicidad. La felicidad como tal no existe, es un término que abarca un conjunto de estados fisiológicos, emocionales y mentales con una gran variabilidad de manifestaciones pero con un sustrato neurobiológico común. En el centro de los estados eufóricos o apacibles está el circuito del placer del cerebro. Este circuito, que va del área tegmental ventral al nucleus accumbens, y dentro del cual la dopamina es el neurotransmisor principal, está relacionado tanto con la recompensa como con las expectativas de recompensa, y está gravemente alterado, por ejemplo, en las adicciones, las depresiones o en pacientes (o futuros pacientes, curiosamente) de la enfermedad de Parkinson.

El hombre es un animal hedónico. Como somos los mejores anticipadores del reino animal, gracias a nuestro lóbulo frontal (se piensa), somos asimismo los más capaces de esperar resultados. La felicidad es por un lado el resultado esperado de una ecuación mental, que se basa en las experiencias pasadas y las asociaciones hechas entre sucesos internos o externos al organismos y sensaciones agradables o placenteras, y por otro lado, es la vivencia de un momento placentero o sumamente agradable que, por cuestiones puramente homeostáticas y fisiológicas (y evolutivas, en última instancia) tiene su principio y su fin.

Algunas vivencias, algunos comportamientos, algunas sustancias, pueden hacer que experimentemos un placer muy elevado de corta duración que provoque cambios sinápticos en el circuito del placer. Si dicho placer no está vinculado a la supervivencia del organismo, por lo general será efímero y nos conducirá a una búsqueda malsana de repetición ritual de los comportamientos, la ingestión de sustancias o las vivencias que nos llevaron a él. Las drogas provocan esos efectos, que terminan por consolidar cambios duraderos en nuestro circuito del placer y, por tanto, en nuestras expectativas y en nuestro modo de experimentar y buscar el placer.

Por lo general los placeres que suceden a un esfuerzo mejoran nuestra salud mental. La evolución se ha encargado de seleccionar cerebros que respondan adecuadamente al resultado de una trabajosa caza o recolección. Pero la evolución no es previsora, y no contaba con que el placer pudiera alcanzarse usando sustancias químicas extraidas de hongos, plantas, fermentaciones etc. Algunas moléculas que se encuentran en la naturaleza, tras pasar las barreras orgánicas pertinentes (hígado, barrera hematoencefálica) llegan al sistema de recompensa y actúan como neurotransmisores, o aumentando su efecto o su producción, o limitando su recaptación en las células presinápticas, o incluso lo contrario, bloqueando su efecto o eliminándolos de las sinapsis. Sea de una u otra forma provocan un efecto psicotrópico (psique-mente;tropos-movimiento, cambio).

La felicidad, ya lo he comentado en alguna ocasión, es una asíntota. Es una recta vertical que se proyecta hasta el infinito. Nuestra curva de felicidad aspira a alcanzarla, pero lo más que puede hacer es aproximarse un poquito más cada vez. Sólo en el infinito, o en el Paraíso, se alcanzará el placer permanente. En la vida placer y dolor, por razones evolutivas que nuestra razón no alcanza a comprender, están unidos. Tenemos que trabajarnos nuestra felicidad. En demasiadas ocasiones es la zanahoria del burro.

Todo esto viene a cuento de un congreso que ahora se celebra en Madrid sobre la felicidad, en dónde participan ilustres personajes del mundo de la ciencia y de la pseudociencia. No me he mirado el panel, disculpen. No he asistido a ninguna de sus conferencias. Pero en El Mundo, esa fuente de informaciones y desinformaciones perfectamente indistinguibles ya he visto, asociadas a titulares, las fotos de Punset y de Mathiew Ricard, hijo de Jean François Revel, y me puedo hacer una idea de por dónde van los tiros del evento. Quizás me equivoque, pero creo que el orientalismo carpe diem consciencia total del momento es lo que predominará. Y eso, amigos, tengo que rechazarlo. Lo hago visceralmente, me lo piden mis vísceras y se producen descargas de dopamina en mi circuito del placer cuando lo hago.

En una sociedad como la nuestra que se tiene que construir con el esfuerzo, la planificación, el pensamiento a largo plazo, y la libertad, es decir, la responsabilidad, cualquier llamamiento a que seamos felices es un sofisticado engaño para vivir del cuento. Yo también sería feliz viviendo del cuento de la felicidad, pero resulta que soy consciente de que es una mentira, y algo en mí, ese sentido moral del que también se llenan la boca los balbuceadores de fórmulas para la felicidad, me dice que ese no es el camino, ni la verdad, ni la vida. 

Es natural que os patrocine Coca-Cola, esa bebida que contiene el equivalente a treinta terrones de azúcar por litro. Es adictiva, y es nociva para la salud. Desde aquí recomiendo encarecidamente que no se consuma dicha bebida si se quiere vivir bien, y vivir feliz El efecto a corto plazo de un chute de azúcar es positivo, y te pone contento, pero los cambios que se producen en el sistema del placer del cerebro (y en el organismo en general, provocando síndromes metabólicos severos) a largo plazo son nefastos. Y la felicidad es algo en lo que la capacidad de autocontención de impulsos, la demora de las gratificaciones y el esfuerzo son más importantes que las chispas de la vida, efímeras como tales chispas.

Reuníos, cantad a coro la canción de Al Bano y Romina (felices juntos hasta que se divorciaron), pero dejad de vender felicidad a una sociedad en crisis económica y de valores, que está como está de mal, en parte, por una falsa concepción de la felicidad y la empatía y solidaridad que no distan mucho de las que vosotros proponéis.

Germanico
Germanico

No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.

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4 comentarios

  1. Lo cierto es que, lo mires por donde lo mires, no está nada probado, digan lo que digan los apósotles de la «business smile», que la felicidad dé el dinero.

  2. ¿Epsilones, Sefuela? no recuerdo yo tampoco. Pero precisamente el problema del protagonista es que le da por pensar y, curiosamente sobre esa felicidad estúpida que le rodea, que no le llena, no le hace realmente feliz, quizás porque es el último ser humano. Y así acaba, como un salvaje, y finalmente colgándose ante una multitud de idiotas risueños.

  3. Estimado Germánico:
    Dices «Yo también sería feliz viviendo del cuento de la felicidad, pero resulta que soy consciente de que es una mentira». Y esa es la clave. La felicidad sólo se obtiene en la ignorancia. El saber, el conocimiento, la responsabilidad , y el sentido moral, proporcionan satisfacciones a cambio de sacrificios.
    Para el progreso y mayor bienestar común o de los tuyos (e incluso individual) son necesarios sacrificios e infelicidad.
    Huxley describía perfectamente a los felices ¿epsilon eran? con la dosis de soma. Felices por no pensar. Me temo que ninguno de los lectores de este blog seremos jamás felices (al menos no de esta manera) y tampoco querríamos serlo.   

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