¿Crisis? ¿Dónde está la crisis?

La constitución que nos dimos a nosotros mismos los españoles, hace ya tres decenios y pico, no ha cumplido su función: poner freno al poder que se deriva del juego electoral en democracia. Se tiende a considerar erróneamente, como señalan los hacendistas Buchanan y Brennan en algunos de sus trabajos, al ciclo político democrático como una adecuada cortapisa de los excesos gubernamentales: si un gobierno se pasa, el electorado “le bota”. Por contra, lo que sucede en nuestro país, dramático ejemplo del despotismo ejercido por las mayorías, es que los excesos del gobierno, que se convierten en abierta manipulación de la realidad, no hacen que el electorado cambie sus preferencias. Esto se debe a lo que podría denominarse en términos económicos como una gran inelasticidad del voto respecto a la gestión gubernamental de los asuntos públicos, que sería debida a una fatal falta de seguimiento crítico por parte del electorado del trabajo desarrollado por sus representantes electos. A esto se le puede añadir que el voto se ejerce cada cuatro años, lo que impide un control exhaustivo y cotidiano de la cosa pública por parte de los ciudadanos.

Constitucion_de_1978La constitución que nos dimos a nosotros mismos los españoles, hace ya tres decenios y pico, no ha cumplido su función: poner freno al poder que se deriva del juego electoral en democracia. Se tiende a considerar erróneamente, como señalan los hacendistas Buchanan y Brennan en algunos de sus trabajos, al ciclo político democrático como una adecuada cortapisa de los excesos gubernamentales: si un gobierno se pasa, el electorado “le bota”. Por contra, lo que sucede en nuestro país, dramático ejemplo del despotismo ejercido por las mayorías, es que los excesos del gobierno, que se convierten en abierta manipulación de la realidad, no hacen que el electorado cambie sus preferencias. Esto se debe a lo que podría denominarse en términos económicos como una gran inelasticidad del voto respecto a la gestión gubernamental de los asuntos públicos, que sería debida a una fatal falta de seguimiento crítico por parte del electorado del trabajo desarrollado por sus representantes electos. A esto se le puede añadir que el voto se ejerce cada cuatro años, lo que impide un control exhaustivo y cotidiano de la cosa pública por parte de los ciudadanos.

Aristóteles, en su Política, señalaba las ventajas e inconvenientes e las diversas formas de gobierno que en su tiempo se contemplaban, que no distan mucho de las actuales. Los dos criterios principales para distinguir unas de otras son lo concentrado que esté el poder, primero, y la forma en la que este se ejerza, en segundo lugar. Los límites que deben establecerse a los poderes han de ser, por encima de todo, constitucionales, esto es, previos al juego político que se desarrolla en sucesivas legislaturas. Si no sucede así, es decir, si no hay unas reglas de juego claramente especificadas, sean por costumbre, por contrato social o por alguna otra forma de acuerdo previo a los cursos políticos, un sistema político nominalmente democrático puede derivar hacia el despotismo. El camino de servidumbre atisbado por Friedrich Hayek.

Para Aristóteles el peligro de la democracia estaba en las mayorías ignorantes (de ahí que su forma de gobierno soñada fuera una aristocracia o gobierno de los mejores). Aunque hoy no se hable por lo general en esos términos para no ofender sensibilidades, ya que la teoría y la práctica de la igualdad están muy extendidas, es evidente que la clave de los desvaríos está en la ignorancia, no en la mayoría. Los nacionalistas, por ejemplo, son minoría, pero constituyen uno de los grandes problemas de nuestra nación en disolución.

¿Pero en qué son ignorantes los votantes? ¿No hay acaso entre ellos artistas, literatos, filósofos, científicos, economistas, catedráticos de diversas disciplinas…etc etc? No confundamos ignorancia con estupidez. Lo que diferencia a una persona inteligente de una estúpida no es tanto lo verdadero de sus ideas, sino la habilidad para defenderlas. Uno puede estar en lo cierto siendo, digamos, poco dotado intelectualmente, e incapaz de argumentarlo, mientras que otro puede cometer el más profundo y grave de los errores siendo un lumbreras y hacer pasar su error por algo verdadero, o al menos no falso. O bien ignora la realidad como ignorante, o bien la ignora como se ignora aquello que despreciamos o menospreciamos. Y partiendo de su error edifica monumentos intelectuales de gran tamaño y poderoso aspecto, a veces incluso bellos. Sopla el viento de la realidad y se derrumban, pero ya procuran ellos ponerlos a salvo de esa realidad. ¿Qué es, de hecho, lo que más urticarias y náuseas produce a todo intelectual que se precie?: las lecciones del sentido común, demasiado común para quien aspira a la originalidad. Entre estas, especialmente, las económicas, al considerarse el interés –que subyace a toda economía, no sólo a la financiera- demasiado prosaico.

Se ignora pues, bien deliberada bien accidental o incidentalmente, la economía. Y esta ignorancia está muy extendida, tanto que abarca a la gran mayoría de los que se denominan y autodenominan como economistas, más interesados en hacer predicciones imposibles y en leer en series pasadas que en comprender los sencillísimos mecanismos a través de los cuales se crean y se destruyen las condiciones para la ulterior creación de riqueza.

Al final, con ello, se ignora la principal cuestión política, la de partida. Pues antes de emprender cualquier acción, sea política o no, tenemos que preguntarnos y conjeturar implícita o explícitamente sobre los potenciales beneficios que de ella vamos a obtener y los potenciales gastos en los que incurriremos.

constitucion-de-1978Nuestra constitución no repara en gastos. Es un subproducto ideológico de la socialdemocracia del “bienestar” y keynesiana blanda imperante desde el final de la segunda guerra mundial hasta los años 80 (paréntesis Thatcher/Reagan/caída del muro) y después hasta nuestros días. Cuenta con Autonomías y con agentes sociales que realizan negociaciones colectivas. Habla de un Estado “social” y de Democracia Avanzada, y de solidaridad interterritorial.  En definitiva, anticipa los nacionalismos, los sindicalismos paniaguados, las desigualdades regionales y el socialismo zapateril. No es una norma suprema que ponga límites efectivos a la futura acción de los gobiernos en materia fiscal, monetaria, judicial y legal y política, ni que dé por cerrado el proceso de descentralización.

La crisis que padecemos puede tener muchas causas inmediatas, a cuál más terrible. Pero la causa última es la falta absoluta de frenos constitucionales al poder democrático, democretínico. Se llega incluso a desafiar al mismo Tribunal Constitucional desde los feudos periféricos, ahora que son más poderosos que una carta magna que no tiene valor. Comenzó con unos paños calientes y ha terminado en un papel mojado.

¿Qué dónde está la crisis? Entre nosotros, y su epicentro en nuestra Constitución, que, para colmo, es irreformable.

Germanico
Germanico

No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.

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5 comentarios

  1. Sí, otra Constitución habría sido posible. Pero, en mi opinión, la Constitución de 1978 fue hija de su tiempo, no tanto español como europeo. Si el Estado de las Autonomías es una creación puramente española, asumida como reacción contra el Estado centralizado de la Dictadura (en mi opinión), todo el entramado del Estado de Bienestar es de inspiración europea: a pesar de toda la legislación social de la Dictadura, el gasto público rondaba el 25% a la muerte de Franco.

  2. Si, tienes razón, no es solo una cuestión constituyente. En este post he puesto un gran énfasis en nuestra chapucera constitución, sacralizada como colofón de una divinizada transición, porque me parece que está en el centro y el origen de muchos de nuestros males, gran parte de los cuales, a pesar de su entidad y «personalidad» propia, son derivados de ella, en el sentido de que de haber habido otra constitución mejor es posible que no hubieran tenido la posibilidad de expresarse (o al menos habría sido menos probable que se expresaran). Pero ¿podíamos realmente los españoles darnos otra constitución, en aquellos momentos políticos, y siendo como somos? ¿Hay algo en nuestra cultura o en nuestro ambiente más amplio, que en cierto sentido nos condena a ser tan indocumentados políticamente que no somos capaces de elaborar un documento constituyente en condiciones, que refleje acaso el espíritu de un pueblo mejor?

  3. Los frenos constitucionales sólo valen lo que vale el garante, o sea, el Tribunal Constitucional, ese mismo cuyo prestigio está por los suelos. Un botón de muestra: la legislación de género es constitucional porque está basada en el «género» y no en el sexo.

    Por lo demás, habría mucho que decir: el interés de muchas personas que viven del Estado (pensionistas, dependientes, agricultores, mineros, parados, funcionarios), la educación (el 90% o así de los universitarios quieren ser funcionarios), los prejuicios, los medios de comunicación, los ntelectuales, la clase política, la demagogia, la ideología…

    Sólo espero que España no se argentinice, porque es muy triste observar cómo los estatistas (las distintas ramas peronistas, los radicales) siguen copando el Parlamento argentino a pesar de todas las tropelías que han cometido y siguen cometiendo los sucesivos Gobiernos.

    Un saludo.

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