Fobia a la libertad del otro

Decía Ortega y Gasset: «Cuando un loco o un imbécil se convence de algo, no se da por convencido él sólo, sino que al mismo tiempo cree que están convencidos todos los demás mortales.» Frase que no debiera preocuparnos en exceso en sí misma, pero que se convierte en potro de tortura para el espíritu si seguimos leyéndole: «La diferencia entre el inteligente y el tonto consiste en que aquél vive en guardia contra sus propias tonterías, las reconoce cuando apuntan y se esfuerza en eliminarlas, al paso que el tonto se entrega a ellas encantado y sin reservas

Estamos rodeados de imbéciles y tontos?

Aún envuelto en el sopor matinal de este último Domingo del año sufría en Pandemonio (también aquí) el shock que poco antes me había prometido el café. Desperté en un instante, abruptamente. Encapuchados, pintadas, pancartas, amenazas … locos, imbéciles y tontos presos de su propio fanatismo, acosando a una amiga y su familia. El hombre en manada, abandona el redil de su miserable cotidianeidad azuzado por los perros del odio para calmar el hambre de su pobre espíritu.

Es fobia, pánico a la libertad del otro. Ese otro que, por pensar y vivir diferente, tal vez disfrute de lo que ellos no tienen, sea lo que ellos no son, y se convierte así en extraño convirtiéndoles en xenófobos radicales. Encapuchados, nocturnos, rabiosos, sedientos de … es el miedo! El miedo a su propio futuro, a su propia miseria. Y perpetran un máximo ejercicio de envidia inversa: los locos, imbéciles y tontos se anonimizan tras la manada y las capuchas, víctimas de sus miedos, para provocar el miedo en quien suponen no lo tiene. Entregados a sus propias tonterías, encantados y sin reservas, convencidos -imbéciles- de que todos los demás mortales son parte de su manada.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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14 comentarios

  1. He abierto la boca y aún no la he cerrado, se veía la cosa mal, pero como para algo así…En fin, María podrá con esto de sobra, lo malo es que pueda, y puede, ir a más con cualquiera y en cualquier parte, una vergüenza civil. No obstante, aquí los piqueros formados para lo que sea menester, ya me conoce D. Luís.

  2. Magnífico artículo ese que nos traes, Sine-Metu. Magnífico.

    Elentir, estigmatización? No, hombre, eso no lo hace este «gobierno de progreso». Dónde íbamos a parar! Como mucho, este «gobierno de progreso» le señala al pueblo dónde están los puntos-problema. Eso es todo.
    (Ahora apaga el modo «ironia»)

  3. Muy buena y sabia entrada, Luis. Es el colmo a lo que se está llegando en la España de Zapatero, cuyo Gobierno prometía «derechos» y no ha hecho más que recortarlos y criminalizar a todos aquellos que no pasamos por su aro. Ahora vemos las consecuencias de esa campaña de estigmatización de la discrepancia que ha llevado a cabo el PSOE desde el Gobierno.

  4. La viveza, entre la inteligencia y la estupidez
    Marco Denevi

    La Nación, 23 de octubre de 1987

    Frente a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida. En latín, salida se dice exítus, que los ingleses tradujeron por exit. La inteligencia conduce al éxito.

    Ese mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop.

    De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de la jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente. Las dos únicas reacciones del estúpido serán o la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.

    Salvo casos patológicos, todos somos inteligentes respecto de un tipo de problemas y estúpidos respecto de otro tipo de problemas. Pero nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de nuestra moral. Hay inteligentes moralmente canallas y hay estúpidos moralmente intachables. Cuánto la inteligencia y la estupidez le deben a los genes y cuánto a la educación (digamos, a la gimnasia) es un asunto que dejaré de lado para que no me usurpe todo el espacio del que dispongo.

    Pero no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto, esto es, de la capacidad para el análisis crítico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia o por revelación ajena, la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del éxito. La estupidez, por más que acumule conocimientos, no sabe qué hacer con ellos. Y no es raro que un intelectual, ducho en el análisis crítico, sea incapaz de hallar soluciones.

    Sabiduría

    El desarrollo, en un mismo individuo, de la inteligencia, del intelecto y de los conocimientos bien puede llamarse sabiduría, si no en la acepción teísta que le dan las Escrituras, por lo menos como tributo humano susceptible de adquisición y de pérdida. Pero aunque no haya sabios in omni re scibile, y hasta Leonardo da Vinci falle en sus experimentaciones con los óleos y pigmentos de sus cuadros y Albert Einstein no acierte a ubicar el hotel donde se aloja, ambos merecen el título de sabios no menos que Plinio el Viejo, muerto, sin embargo, según Suetonio, a causa de una estúpida temeridad.

    Con alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos. Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa «estar hechos unos estúpidos». La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez que, por no ser insalvable, se llama estupefacción. A propósito: alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión?
    Situada a mitad de camino, entre la inteligencia y la estupidez, la viveza comparte, con la inteligencia, el dinamismo mental y, con la estupidez, la incapacidad para encontrar la solución de un problema. Se mueve, pero no en la dirección de la salida. ¿Hacia dónde se dirige? Ese es su secreto, la fórmula que le permite ponerse a resguardo de la humillación y del desprestigio que sufre la estupidez.

    La viveza, creo yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin resolver el problema. El hombre dotado de viveza, el vivo, no ejercita la inteligencia sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencias prácticas del problema, pero no con el problema mismo.

    Dicho de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos del problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para él o (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero. La viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral. Sin el concurso del egoísmo no se puede ser vivo. Y para echarle el fardo al prójimo sin que éste se resista es imprescindible cierto grado de inescrupulosidad y hace falta practicar algún género de fraude siquiera verbal.

    Observado durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido éxito, de ser inteligente: se desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias o, mejor aún, sacándoles provecho. Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el vivo no puede entregarse a los ocios y recesos de la viveza. De ahí que se lo suela calificar de «despierto». Aparenta una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales. El inteligente, cuando está armando sus estrategias para atacar un problema, parece amodorrado y, en comparación con el vivo, un poco estúpido.

    Cuanto más complejo sea el problema, más exigirá del inteligente paciencia y esfuerzo, más lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos. La viveza no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir. De modo que el vivo está obligado a la rapidez y, consecuentemente, a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos. Otra vez el inteligente, comparado con el vivo, parecerá lento y hasta torpe.

    Si los efectos del problema, por su magnitud o por su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la viveza para eludirlos, para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el vivo, por fin acorralado como un estúpido, no sucumbe ni a la resignación ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no devolverá las armas que esconde en su mente: buscará algún chivo emisario a quien cargarle la culpa.

    En todas las sociedades conviven los inteligentes, los estúpidos y los vivos según proporciones distintas para cada una de ellas. Para Borges no había ningún italiano ni ningún judío estúpidos. Exageraba, sin duda.

    Pero ahora imaginemos (imaginemos, digo) un país ficticio donde, por razones genéticas o por razones históricas, los vivos estén en mayoría. Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país imaginario.

    Puesto que son mayoría, unos vivos ocupan el gobierno. Y otros vivos los eligen. Los vivos que los eligen, y por supuesto los estúpidos, incapaces de solucionar los problemas del país, los transferirán a los elegidos. Y los elegidos, como vivos que son, se dedicarán a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles provecho o desviarlos hacia los demás, así sean vivos, estúpidos o inteligentes.

    Durante un tiempo los estúpidos parpadearán de catatonia mental, los inteligentes se sentirán marginados y los vivos tratarán de imitar la viveza de los gobernantes. Mientras tanto, los problemas, sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superponen.

    Stop

    Hasta que, fatal, llega el día en que los problemas forman una pared compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la sociedad se detiene. Entonces los estúpidos, si no se resignan, se vuelven violentos. Los inteligentes toman su valija y huyen. Y los vivos corren de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá, emparchando más allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir y venir por entre el caos de los efectos sin control. Y para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad, seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron a la estupidez.

    Estúpidos de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en fuga, vivos parlanchines y desesperados: tal sería la imagen de ese país ficticio caido al pie del ominoso stop Para él no habría sino una salvación, un grito de guerra: ¡La inteligencia al poder! Salvo que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis que no parece verosímil, la novela podría tener un final feliz.

  5. Las bestias de las que hablo, Hilarión, no son sólo identificables por el color de la chaqueta política.
    Mi comentario es un tanto confuso, pero me refiero a las que siempre han estado a nuestro lado (la gente «normal», idiotizada en la masa) y las que siempre han estado enfrente, los enemigos de todos y de todo.

  6. …;lo que vino tras el 11M, hasta el 15M remató la faena) para despertar a las bestias. Las de un lado y las del otro.

    A las de un lado las hemos visto en acción ya muchas veces, pero de las del «otro» francamente yo todavía no tengo noticias.

  7. Anoche comentaba cosas en el blog de Nora que pueden venir al caso. Ya sabemos que el golpe por la espalda acredita hombría de paz, que el encapuchamiento, el ensangrentamiento de todo, la ruptura de la solidaridad y la vesania de la barbilla temblorosa, que todo lo agosta, acreditan hombbría de paz. Es la práctica del maquiavelismo, del cálculo frío.

    Tales de Mileto asegura que la noche fue antes del día y desde entonces los tales y los cuales corren en su noche para amanecer más temprano, al no querer recordar que en el principio fueron la luz y los taquígrafos.

    Empero, cuanto más se afanan por ver su foto en primera página, tanto menos lo logran. El mal esquiva el bulto, y lo suyo es la forma impersonal: se dice, parece que, etc. Por un reflejo instintivo el delincuente oculta el rostro ante la cámara porque lo malo es defectivo y parasitario, “lo característico del mal es la reserva” citando la cita que (“me enteré de mi colaboración en el programa electoral del PSOE por la prensa”) toma de Kierkegaard. Allí donde el bien, allí subjetividad con (telegénico) rostro; allí donde el mal, disminución del rostro, ausencia de autor (autor significa aumentador, pero el malo disminuye cuanto toca).

    Segun Sócrates el autor del mal lo ignora porque, de saberlo, no lo haría. Y un huevo. A veces calculamos exactamente el efecto de un mal premeditadamente planeado, somos ruines convictos. Porque queremos y podemos. Resulta fácil culpar a la ignorancia, al padre ausente o a la epilepsia.Existe el mal, e insiste, hijo de australopiteco, quijada en mano, oprime y llena de horro la gran ciudad del sapiens sapiens y tanta es su pregnancia que la omisión del bien se torna cotidiana sin que lo reconozcamos y nos endurece hasta el grado de dureza con que juzgamos la ajena omisión.

    Pero no sólo hay lado insano, el optimista ve medio llena la botella que otro ve rota. frente a toda esta bagaudia de espectros la gente siente ganas de vivir, pide paz, quiere trabajar, desea salir tranquila por la noche a tomarse algo sin sentir ninguna amenaza sobre su piel. Es el nuestro un pueblo que pese a la televisión, a la circuncisión mental a que es sometido cotidianamente, a las mil dictaduras de uno y otro signo que padece, pide una oportunidad. Es Navidad, coño. Tal vez no seamos mejores que otros pueblos, que noruegos, frisones o taiwaneses, pero estamos un poco hartos de cordondes sanitarios, alambradas, cercas, púas y demás espinas de progreso. Es un pueblo de catalanes, vascos, extremeños, andaluces, gallegos, asturianos, donde tiene que haber un lugar decente para el pueblo castellano de mis abuelos, pobre y abandonado pueblo de la provincia de Burgos, que no pide in-de-pen-den-tza ni recibe solidaridad en su soledad geriatrizada y sin amor.

  8. Hilarión, como bien dice (*), María es conocida por sus intervenciones en Canal Sur.

    Estamos asistiendo a las consecuencias de los peores cuatro años en la reciente historia democrática de este país. Cuatro años que nos han devuelto la ira, el partidismo ciego, la violencia entre españoles. Han bastado cuatro años (bueno, seis, la cosa empezó cuando en la izquierda se dieron cuenta de que el PP, prepotente o no, podría gobernar para siempre, simplemente porque lo hacían mejor; montaron lo del Prestige y luego lo de Irak se lo puso en bandeja; lo que vino tras el 11M, hasta el 15M remató la faena) para despertar a las bestias. Las de un lado y las del otro.

  9. Repito lo que he dejado escrito en el blog de Elentir. Malo es que se ande amenazando a todo lo que sea diferente, pero lo que es más preocupante en este caso es que Mary White es una persona apenas conocida fuera de los círculos blogosféricos. ¿Qué no harán con los que exponen sus ideas y son mucho más conocidos y por tanto más peligrosos para ellos, columnistas, y gente que se mueve en TV y radios? ¿Hasta este extremo ha llegado la aplicación del cordón sanitario y sus derivados?

  10. Muy oportuna entrada, Luis, que demuestra de que material estás hecho.
    Mi solidaridad con María y su familia.
    Allí no hace falta ser antitodo para ser señalado, lo digo con conocimiento de causa, basta con no ser de la secta.

  11. Me parece que María Blanco ha aparecido en coloquios del Canal Sur como representante del IJM. Algún grupo antitodo la habrá marcado como mora, judía y/o hereje.

  12. Así es, Luis, los imbéciles tratan de contagiarles a otros sus propios horrores, entre los que habría que destacar la envidia y el odio a la libertad.

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