Las palabras I

A nadie se le escapa lo complejo que resulta, no en pocas ocasiones, expresarse con claridad. Tarea difícil la de quien escribe y, desnudo de gestos o entonaciones, pretende poner sobre el papel los frutos de sus pensamientos. Es una batalla contínua entre la racionalidad y la emotividad, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo comprensible y lo incomprensible.

Tras casi un año en esto de la blogocosa poco he aprendido (sigo siendo un novato) más allá de poner enlaces, negritas, ladillos y fotos. Y, por supuesto, que las palabras dejadas caer, sin recato, preso de las emociones (circunstancia ésta perfectamente humana) del momento, son leídas desde contextos completamente diferentes (cada lector tiene el suyo) e interpretadas de modo igualmente diferente. No descubro nada nuevo con ello, pues, la denominada «correción política» se levanta precisamente sobre estos pilares. Se trata de «decir», comunicar, desde la máxima neutralidad posible y evitar así posibles malinterpretaciones por parte del oyente o quien lee.

¿Han de ser los ecritores de un blog «políticamente correctos»? ¿Qué sería, en tal caso, lo «políticamente correcto»? ¿Se debe asumir el riesgo de caer en la «equidistancia irresoluta»?

No, nada bueno y no.

Pero es imprescindible contextualizar determinados conceptos, determinadas palabras. Este escrito es el primero de una serie en la que quien escribe se esforzará por dar contexto a sus palabras (no a todas, claro) en un intento de evitar ambigüedades y malas interpretaciones. Sé que es una tarea casi inútil, que entrar en un «cajón de sastre» es más fácil que salir de él. No importa.

España. España es la Nación de todos lo españoles. Es la «marca» que nos define fuera de nuestras fronteras, tanto en el presente como en los pasados cinco siglos. Es un sentimiento, una pasión, un sueño. A veces también una pesadilla. Es también concepto común, el catalizador-motivo por el que acepto compartir leyes, representantes democráticos, instituciones y mi dinero con el resto de quienes son parte del mismo. Es mi «club». Es mi patria.

Esta definición es en sí misma limitante. Esto es: quien no lo crea así, quien no conciba España como Nación, como justificación de su ser comunitario, como ente máximo en el que se aglutinan las voluntades de sus miembros para lograr objetivos comunes, como denominador válido para todos sus miembros, sencillamente no es español. Y no me importa. Me parece bien. Pero no debe participar de las leyes, los representantes democráticos, las instituciones y el dinero de los españoles. No es su «club». No es su patria, ni su identificador.

Ser español, pertenecer a España, no es obligatorio. Quien quiera irse, que se vaya. En otro momento hablaré de las condiciones pertinentes si la salida del «club» conlleva un perjuidio para quienes se quedan.

Español. Yo no hablo castellano. Mi idioma es el Español. Una lengua fruto de siglos de evolución lingüística no sólo en los territorios de quienes se decían españoles, sino también fuera de la península ibérica. Las raíces de mi idioma, su evolución, superan en tal forma a lo castellano, que resulta insultantemente limitante y un menosprecio considerarlo sólo como tal. Denominar a mi lengua castellano es sólamente fruto del tesón con que algunos, desde un sentimiento no español, se consideran exclusivamente «invadidos» y culturizados por Castilla. Sin duda fué el Reino castellano un reino grande, pero no fué el único. El uso generalizado del español no obedece a la voluntad castellana de implantarlo en todo el territorio del Reino de España. Obedece a la sensatez general, a la necesidad de expresarse mediante una lengua común en un territorio común. Eso lo olvidan los nacionalistas siempre. Ya dije antes que España también es mi pesadilla y no dudo que en su nombre se han cometido no pocas tropelías. Pero (con la excepción del ignomioso régimen franquista) jamás se obligó a un catalán o un vasco a usar el español. Imagínense que dentro de 1000 años en Europa se habla el «europeo», un idioma procedente en un 80% del inglés, pero con aportaciones de todos los otros idiomas del continente. Sería el idioma de todos los europeos y no creo que a nadie se le ocurriese llamarlo inglés. (Confío que en 1000 años el desarrollo evolutivo de los humanos haya terminado definitivamente con los tribalismos)

Continuará…

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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4 comentarios

  1. Llamar a nuestro idioma Castellano por decreto, es un gol que les metieron los nacionalistas a la constitución, pretendiendo rebajarlo de categoría, derivándose del castellano lo que ahora hablamos es español, las lenguas son actividades vivas y cambiantes que en cada momento toman su propia personalidad y nombre y nuestra lengua es conocida como español, pese a quien pese y aunque a algunos no les guste, y yo matizaría que catalan, gallego y euskera son otras lenguas que se hablan en España, serían otras lenguas españolas, pero no español que se habla en mas paises, la importancia de la lengua en sentido práctico, se mide por el número de hablantes, el resto de las razones son puro sentimentalismo y cultura y ganas de marear la perdiz.

  2. No lo dudes, Exbloguer, pero la lengua de todos los españoles es el español. El castellano tal vez sea la lengua de los castellanos, pero no de los españoles. No sé si me explico…

  3. Para mí es castellano, no español (ese es además uno de nuestros grandes problemas históricos que identificamos «lo castellano» con «lo español»). El euskera, el gallego y el catalán son también lenguas españolas.

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