La sobreexposición informativa

No sé exactamente como lo considerarán nuestros congéneres del siglo XXX o XL cuando le pongan nombre en la Historia, pero los últimos 40 o 50 años se me antojan una revolución dentro de la Revolución Industrial. El acceso a la información, Internet y el boom de la tecnología, que sigue in crescendo y no tiene visos de parar, no solo modifican los paradigmas técnicos si no que nos conducen a una sociedad cambiante y desconocida a un ritmo vertiginoso, como nunca antes conoció nuestra especie.

Del párrafo anterior se infiere que no tengo ninguna duda que el medio ambiente y el mundo en el que vivimos tiene por delante muchas aventuras y retos a los que enfrentarse. Desde que tengo uso de razón, los que tienen necesidad de vender periódicos o de comprar voluntades repiten sin cesar que el mundo está por acabarse. Una búsqueda en la hemeroteca o en la Red de redes con un poco de criterio les llevará a concluir que el Cambio Climático es una cosa y la influencia del ser humano sobre el mismo, otra muy distinta, que aun está por demostrar.

La sobreexposición a la información en la que nos movemos tiene diversas consecuencias. La más curiosa y llamativa, al menos para mí, es lo fácilmente que caen en contradicciones aquellos que viven de exponerse. Bien es sabido que los fascistas de hoy se llaman a sí mismos antifascistas. Aquellos que luchan por la Libertad, o eso dicen, no pronuncian otra cosa que mensajes liberticidas. Los defensores de las minorías son demócratas de toda la vida, que no dudan en aplicar el rodillo del trágala cuando es su mayoría la que se alza con la victoria. Nadie escapamos del error, sin embargo, el famoseo, bien sea periodístico, artístico o ¿intelectual? ha convertido en una estomagante costumbre decir una cosa y hacer la contraria.

Si no quieres pagar impuestos, no lo pagues, pero si te pillan, ya sabes lo que hay. Eso sí, no te llenes la boca con las bondades del latrocinio institucionalizado y legal. Es muy molesta la hipocresía. Más que la ignorancia, cuando no se hace alarde de ella.

Esto de tostarse al sol que más calienta era cosa de políticos. Ahora que hay que llenar la vida de información, todos se apuntan al carro. Al de hacer política desde su púlpito artístico-periodístico y al de enmendarse la plana a sí mismos cada vez que hablan. Las frases de algunos de los firmantes contra la suspensión de Madrid Central bien podrían suscribirlas Stalin o Hitler. Lo tremendo es que no se han parado a analizar realmente lo que han dicho y las consecuencias que tiene si se aplicaran lo que dicen. Pero ahí están defendiendo la Libertad desde el liberticidio. Los demócratas de toda la vida no aceptan que los ganadores de unas elecciones tomen las decisiones que quieran, en función de los votos que tienen. Tengo la impresión de que esta suspensión es de las pocas veces que un gobierno a escuchado la voz de sus votantes (si es que está estupidez de frase puede llegar a ser verdad).   

No sé si llegaremos a ver la explosión de tanta estupidez, pero explotará de un modo u otro. A lo mejor cae antes ese meteorito o el universo se harta de que haya algo más infinito que él e implosiona, se pliega sobre sí mismo y nos manda a escaparrar. Lo que si tengo claro es que al menos vivimos tiempos interesantes, como aconsejaba el proverbio o, cuanto menos, curiosos. Antes teníamos al tonto del pueblo, ahora tenemos tontos que confirman su tara cada vez que escriben un tuit. Cosas veredes, Sancho.

José Luis Montesinos
José Luis Montesinos

Soy Ingeniero Industrial, siempre fui autónomo aunque ya no quede más remedio que trabajar con frecuencia para la Administración que todo lo invade. Soy Vicepresidente del Partido Libertario y autor de dos novelas cortas, Nunca nos dijimos te quiero y Johnny B. Bad, que puedes encontrar en Amazon. Mi último libro se llama Manual Libertario, está disponible en www.fundalib.org. Canto siempre que puedo.

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