Comisiones de la verdad y por el monte las sardinas

El verano, junto con la cabalgata presupuestaria anual, siempre es el momento propicio para que un gobierno cuele todas esas cosas que no se atrevería a hacer en épocas en las que los ciudadanos están algo más atentos a las noticias. Tampoco es que hacerlo de forma descarada vaya a tener demasiada repercusión, en un país en el que la mayoría ha asumido orgullosamente su papel de siervos obedientes que necesitan ser protegidos por un amo sabio. No, pero quizás algunas cosas den algo más de reparo, y es mejor hacerlas de forma más discreta, sin que los afectados vayan a dedicarle mucho tiempo en pensar sobre ellas.

A cambio, se nos suelen regalar polémicas menos trascendentes para tenernos entretenidos, lo que se agradece, puesto que nos permite mantener cierto nivel de indignación y cabreo (“conviene que haya tensión” como decía el gobernante que sin duda pasará a la Historia como modelo y síntoma de la decadencia de la Europa del siglo XXI). A los yonkis se nos tiene que dar nuestra dosis para que no nos alteremos demasiado.

¿Temas intrascendentes? Quizá. Ningún tema en política lo es y a la vez todos lo son. La vida sigue después de cualquier acto del gobierno. Se pueden socavar derechos y decretar el hundimiento económico de un país, y al día siguiente el sol vuelve a salir y la gente sigue tomándose su café de la mañana, e indignándose porque tal o cual mamarracho ha dicho cualquier cosa. Pocos notaron el final del Imperio Romano de Occidente. Se levantaron un día siendo súbditos del rey de los ostrogodos, y lo vivieron exactamente igual que el día anterior cuando eran ciudadanos romanos. Acercándonos más, se nos privó del derecho al recurso de apelación civil en los asuntos de menos de 3.000 € y la vida siguió. Se nos limitó el derecho al uso de dinero en efectivo y no se acabó el mundo. ¿Nos vamos a preocupar por cuestiones menores? La vida va a seguir igual.

Más o menos. Al menos un tiempo.

Este verano la cosa nos pilló por sorpresa con el tema de la inmigración. El gobierno nos vendió que iba a ser caritativo y amoroso, para llevarse bien con su principal socio parlamentario, pero enseguida descubrió que su masa principal de votantes no veía bien esa caridad (convencer a la gente que son competidores por los subsidios con los inmigrantes, es lo que tiene), así que lo que toca es correr un tupido velo y tratar de agradar a todo el mundo: ahora acojo a éstos porque salen muy bien en las fotos y ahora entrego a Marruecos a estos otros porque nadie me lo puede impedir.

En España siempre tenemos muy presentes y de actualidad nuestros conflictos civiles del pasado.

Mejor seguir con el plan A preparado desde un principio que es… Franco.

Lo que ocurre con Francisco Franco es muy curioso, y debiera ser objeto de un estudio en bastante mayor profundidad. Que 43 años después del fin de un régimen, tipos que no lo vivieron actúen como si fuese algo actual debiera ser bastante sorprendente. Pero rascando un poco, vemos que es el Mcguffin perfecto de nuestro país.

Para empezar, Franco es el coco, el hombre del saco, y a la vez el mito fundacional de buena parte de las fuerzas políticas españolas. Estamos en un mundo en el que la socialdemocracia ha muerto de éxito (de éxito político, de cuota de poder, que no en lo relativo a solucionar ningún problema). Durante décadas no hubo espacio relevante en Europa para ninguna fuerza política no socialdemócrata. Se podían dividir en democristianos (con un toque más conservador en lo social) o socialdemócratas propiamente dichos (con un toque menos conservador en lo social), por usar la terminología alemana aplicable a casi todo el continente, pero en el fondo, las diferencias eran tan mínimas que la crisis de partidos era inevitable. Incluso los comunistas renunciaron en su día a la dictadura del proletariado, admitiendo (al menos de palabra) las reglas de la democracia representativa. El eurocumunismo fue una palabra muy de moda hasta que les empezó a dar vergüenza usarla.

Por supuesto, entre las cloacas (en los escaños minoritarios de los parlamentos y las administraciones menores) se movían las ratas que se oponían a la socialdemocracia imperante. Teniéndolos a ellos como alternativa al sistema, resultaba evidente que era mejor seguir como se estaba: comunistas, fascistas, ecologistas sandía (con un sorprendente éxito en algunos momentos)…

¿En qué se podían diferenciar entre ellos, entonces, los socialdemócratas españoles, una vez superadas las cuestiones estéticas (las chaquetas de pana tuvieron su época, y no daban para más)?: Franco.

Todo Español de entre 20 y 90 años corrió delante de los grises. Ellos lo confirman.

Así, ya desde el principio, unos alzaron la antorcha de su heroica lucha antifranquista como origen de su legitimidad, y otros agacharon la cabeza para que no los relacionaran con el régimen anterior. Da igual que ninguno hubiera luchado en su vida contra la dictadura, y que todos tuvieran sus comienzos políticos cuanto menos cierta relación con la política previa a la democracia. El cambio de régimen fue “de la ley a la ley”, como se ha repetido, y los que eran funcionarios, sindicalistas o alcaldes a principios de 1975 seguían siéndolo para fin de año.

Pero daba igual. Unos se inventaron un pasado ficticio para ellos, y otros prefirieron avergonzarse del suyo, esperando que nadie se lo recordase. La ficción, evidentemente, tiene más fuerza que la vergüenza.

Pasaron las décadas, y el pecado original pervivió al igual que el mito. Los hijos de los que nunca habían hecho nada para derrocar la dictadura, se enorgullecían de las novelescas heroicidades de sus mentores políticos, mientras que echaban en cara a los nuevos políticos del otro bando que los fundadores de su partido habían tenido cargos públicos antes de la Constitución. Así, Franco se convirtió en la kriptonita de unos socialdemócratas (los del PP) y en la poción mágica de Panoramix de los otros socialdemócratas.

Al fin y al cabo, todos seguimos teniendo una gran querencia por la justicia bíblica, y los pecados de los padres se transmiten a sus hijos, sin redención posible. Si es que nos rascan un poco y sale el pastor neolítico que llevamos dentro.

¿Relevancia práctica? Ninguna. Estética. Estética. Franco y el antifranquismo convertidos en las nuevas chaquetas de pana.

Luego llegó la etapa final de la última crisis económica, que trajo consigo la crisis (aunque tampoco para tanto) de los partidos tradicionales. Por toda Europa, los fascismos y los comunismos por fin dejaron de tratar de arrebatarse violentamente la clientela potencial y asumieron todas las cosas que los unían ideológicamente. Así, de la fusión de grupúsculos de ideología totalitaria surgieron cosas como Podemos. Pero como rascando debajo de las estupideces y los unicornios de sus programas electorales (me encanta el término burricornio que acuñó Eclectikus) cualquiera con un coeficiente intelectual algo mayor que un boniato de tamaño medio, huiría de ellos como de la peste, tuvieron que enarbolar otras banderas para atraerse indignados. En algunos sitios fue la inmigración (a favor o en contra), o las políticas de género, o el odio al turista (una rama de la xenofobia bastante clásica)… En España, además de ello, tenían el principal Mcguffin a su alcance: Franco.

Ellos podían acusar a todo bicho viviente de franquista, porque según su propia fantasía fundacional, afirmaban ser los nuevos, los recién llegados, los que no tenían pasado, al contrario que el resto: Los del PP eran franquistas, pero los del PSOE también. Y como la mala conciencia debe explotar por alguna parte, los aludidos siempre estuvieron dispuestos a hacer cualquier cosa para librarse del sambenito, al igual que los conversos del siglo XVI para evitar ser acusados de judaizantes.

Y es que vivir en sus torres (universitarias, parlamentarias, funcionariales…) alejadas de la realidad es lo que tiene. En el mundo real, Franco está tan presente como Leovigildo, el general Prim o la princesa de Éboli. Hay una pequeña panda que aún lo odia como si todavía caminase por la calle, temiendo que sus designios controlen sus vidas, y otro pequeño grupúsculo que lo adora de idéntica forma. Todos ellos irrelevantes en la práctica, pero que parecen ser los motores de la política actual, en vista de lo que los medios (al calor del oligopolio fáctico estatal) y sus subvencionadores políticos nos muestran.

He tenido ocasión de ver discusiones muy raras en las redes. Tipos que no han escuchado hablar de las guerras carlistas, dando lecciones sobre los motivos sociales de la guerra del 36 y la dictadura, y de cómo ésta es la causa de los males de nuestra sociedad actual. Y todo ello bajo el mejor de los argumentos posibles: el “es mi opinión y debes respetarla”.

– Oiga, es que yo creo que Franco fue un dictador asesino y malvado que merece lo peor.

– Oiga, que yo creo que Franco fue el salvador de España y reunía en su persona todas las virtudes.

Pues vale. ¿Y a mí qué me cuentan?

– Oiga, que yo veo muy mal que se produzcan actos de exaltación de Franco y de su dictadura.

– Oiga, que yo veo muy mal que se insulte la memoria de Franco.

Pues vale. ¿Y a mí qué me cuentan?

– Oiga, que hay que impedir que se produzcan actos de exaltación de Franco y de la dictadura.

– Oiga, que hay que prohibir que se insulte la memoria de Franco.

Tenemos conciudadanos tan perversos, que incluso le dedican canciones a monumentos que glorifican a monarcas absolutos y antidemocráticos.

Pues miren, no. Ahí entramos en la libertad de opinión y de expresión, que no puede defenderse sólo para quien opine lo mismo que yo.

Si alguien sale en televisión llamando genocida a Franco y a usted no le gusta, refútelo. Y si alguien se va a un monumento a enarbolar banderas con el águila de San Juan y pedir que Franco resucite, y a usted no le gusta, refútelo también, o monte al día siguiente otro acto pidiendo que se quede en su tumba.

No es posible pedir respeto por los derechos fundamentales, pero sólo de los que piensan como nosotros.

Y aquí estamos, discutiendo sobre lo banal y usándolo como excusa para atacar lo importante. Gritos indignados por el lugar donde está enterrado un cadáver, pero lo solucionamos infringiendo el artículo 86 de la Constitución. Porque ¿qué es el principio del sometimiento del poder a normas, comparado con una polémica veraniega?

Pero estas cosas arrastran consecuencias más divertidas aún. Ahora nos anuncian una “comisión de la verdad” para dejar zanjados todos los debates sobre la guerra civil (la de 1936 a 1939, supongo, porque los debates sobre la que enfrentó a Pedro I de Castilla con Enrique de Trastámara, por ejemplo, aún continúan donde deben, que es en los ámbitos académicos). Y lo sueltan así, sin vergüenza ninguna, porque saben que han preparado bien a la audiencia. Todos dispuestos a obedecer sumisamente a quien el que manda diga que es un experto. Y todos tan hartos ya de la cansina matraca que están dispuestos a admitir cualquier cosa que la ponga fin.

Las comisiones de la verdad siempre han tenido mucho trabajo en todas partes.

O quizá convenga pararse un poco a reflexionar. Quizá.

Hace 2234 años de la batalla de Cannas, y aún no hay consenso absoluto de cuál de los dos cónsules la pifió ese día, o si lo hicieron de común acuerdo. Hace 120 años de la guerra de Cuba, y aún no están claros los movimientos políticos del gobierno español. Sólo por poner dos ejemplo. ¿El 11-M, el golpe de estado de Tejero, la transición, la primera república..?

¿Nadie ve el problema de permitir que unos políticos y sus expertos decidan cómo fue la Historia e impongan por Ley sus conclusiones? ¿Y luego qué? ¿Penalizamos al discrepante? ¿Abolimos la libertad de expresión, al tiempo que prohibimos la investigación histórica?

¿Y por qué quedarnos ahí? ¿Por qué no hacemos lo mismo con el resto de la Historia de España? Que los expertos a sueldo del político de turno establezcan la verdad irrefutable de todo cuanto sucedió. Y ya que estamos, de todo cuanto sucede.

Y extendámoslo a otros ámbitos, y así nos quedaremos más tranquilos. La Filosofía es una lata. ¿Por qué no dejar sentado legalmente qué corriente de pensamiento tiene la razón? E igual con la Física, la Química, la Biología…Todo sea por evitar las polémicas, que sólo traen crispación y… bueno sí, avance en todos los ámbitos del saber. Pero viviremos todos tan tranquilos…

Y por supuesto, la política. ¿Por qué no determinar ya desde el poder qué ideología es la correcta? ¿Y qué gobernante es el mejor?

Y todo ello gracias a Franco. El personaje más útil de la Historia. Dictador, vale, pero un chollo. Eso es lo que es.

 

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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2 comentarios

  1. Franco va camino de conseguir lo que Hitler no logró: el Reich de los mil años….

    Como decían en whatsapp «llevo dos días sin oír hablar de Franco ¿No se habrá muerto?»

    Lo pero es que los actuales gobernantes son casi tan dictatoriales como Franco: deciden por sus santos huevos sacar un cadáver (que no le importa a nadie) de un lugar muy apropiado para olvidarlo (está a esparragar de un sitio civilizado) y llevarlo a donde les da gana (no creo que si la Familia decidiese hacer un panteón abierto en un lugar visitable los dejasen)…

    Y ahora se descuelgan con la maravillosa Nueva Ley de Memoria Histórica, por la cual decir que Franco hizo cosas buenas (me imagino que no les parece eso ni el hecho de morirse…. ya que lo hizo en la camita, sin nadie tocándole los pelendengues y con un funeral que ellos ni van a oler: miles de personas pasando VOLUNTARIAMENTE por su capilla mortal y llorando de verdad) bajo pena de prisión o buena multa. Por supuesto podrás decir que Stalin era un tío muy bueno que luchaba por el bien de su pueblo, pero no que Franco hizo embalses de los que hoy bebemos, o que levantó España de la posición que tuvo en los últimos siglos a una bastante importante en el Mundo (y con un bloqueo económico…. muy liegro y de boquilla por otra parte). ¿libertad de expresión? ¿para qué?

    • Lo de sacar a Franco de su tumba es una más de las muchas «pruebas del algodón» que utiliza la izquierda para testear si la sociedad española está lo suficientemente aborregada para elevar el listón en su camino hacia la dictadura para perpetuarse en el poder.
      Si tienen éxito con lo de la tumba de Franco, seguirán con la Nueva Ley de Memoria Histórica que convertirá en delito opiniones como las que se expresan en esta web, y luego extenderán ese delito a opiniones contra cualquiera de los mandamientos progres: cambio climático, igualdad de sexos, etc.
      Por eso, en mi opinión, es fundamental que perciban que sacar a Franco de su tumba no les va a salir gratis.

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