El humor negro como necesidad

Decía Lichtenberg que «como todos los agentes corrosivos, el humor y el chiste han de usarse con la mayor prudencia». Y, en efecto, he aquí la raíz del humor: la tragedia. El humor hace gracia porque señala la tragedia, la evidencia en términos absolutos, o como dice David Suárez «es señalar el elefante que está dentro de la habitación».

El humor hace que el objeto de chanza se haga, inevitablemente, mundano, independientemente de su gravedad. Esto permite al individuo evitar a toda costa el endiosamiento de según qué cosas (en función el baremo humorístico que se aplique), y si no hay endiosamiento, no hay dogmatismo. El humor negro escandaliza porque ataca lo más sagrado, es una defensa contra el horror del mundo, desvirtúa lo más excelso y ridiculiza lo más solemne. La renuncia del humor no significa otra cosa que el comienzo del enjuiciamiento. Allá donde el humor deja de estar presente se instaura la jerarquización moral forzosa.

Quien no se ríe es porque cree que es poseedor de la verdad, pues la verdad es lo más serio que existe, es eje fundamental de la divinización, antagonista de lo mundano. Los tribunales son la mayor muestra teórica de seriedad que podemos encontrar porque en ellos se decide si el Estado considera algo como verdadero o falso y de qué manera lo hace. Esta decisión toca directamente lo sagrado en términos inamovibles ya que al tachar algo como cierto o falso desde esa posición de indiscutible enjuiciamento sencillamente la risa no tiene cabida.

Nos reímos porque sabemos de la imperfección de las cosas, la risa es la asunción de estas grietas humanas. Hacer humor es crear una atmósfera (ficticia) en la que todo está permitido porque no hay juzgado moral. Es por esto que el humor que pretende moralizar no tiene ni puta gracia, porque se salta el precepto del no-enjuiciamiento y se sitúa a priori como juez del que ríe. El juicio puede ir a posteriori del humor, pero nunca a priori.

Los ofendidos no tienen capacidad de reír, son jueces las 24 horas del día. Ahora más que nunca es necesario el gusto por el humor negro. Nada mina más las libertades que un pueblo que se autocensura o que denuncia políticamente al vecino. El mayor antídoto contra el veneno de la «gente seria» no es otro que la irreverencia, que hacerles ver a través de la mundanización de las cosas el ridículo de tomar en serio lo que no merece tal grado de afectación. Renunciar a reír es lo mismo que considerarse un olímpico, es tomar la palabra propia por dogma, es divinizar el logos propio.

Renunciar a reír es, sencillamente, ser un idiota.

Sofía Rincón
Sofía Rincón

Escritora y artista multidisciplinar. 1993. www.sofiarincon.org

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5 comentarios

  1. ¡ Que hilo tan estupendo !
    Estoy aquí, en plena recaída de la gripe, y haciéndome la imprescindible. Y nada como reírse de una misma, y de esas pretensiones ridículas , que a todos se nos puede sustituir, incluso con mejoría del resultado.
    ¡¡¡ Muchas Gracias !!!

      • Es muy posible, es lo único que queda cuando todo se va a la mierda.
        Acabo de ver un documental muy bueno sobre Chaplin y Keaton, y es curioso cómo estos maestros del humor sacaban todos sus gags de situaciones dramáticas.
        En El maquinista de la general había una escena que giraba en torno a la muerte de unos soldados, y el personaje de Chaplin siempre era un vagabundo que no tenía donde caerse muerto, y aún así conseguían darle gracia a situaciones que en principio no la tienen.
        Es algo digno de estudio.

        El documental se titula Duelo: Chaplin contra Keaton, lo recomiendo.

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