Lujo y Capitalismo o el tedio reduccionista

¡Rebate a Sombart, Sofía! No te emociones, lector, ya dije en mi anterior artículo que por ahora sólo he leído Lujo y Capitalismo, así que me remito a este libro en lo que se refiere a este artículo:

Qué poderosa sensación da al reduccionista ver el Primer Motor Inmóvil en algo, ¿verdad? El reduccionista de pronto observa en ese algo que al fin dio con el eje central de los problemas del mundo, ve un punto común entre la enmarañada red del cosmos y dice exaltado «¡Esta, esta y no otra, es la causa de todo!». El reduccionista ya ha superado a todos los pensadores que le precedían, ya puede morir tranquilo, porque ha encontrado un patrón histórico que lo explica todo. Pero, mi querido, queridísimo, adorado reduccionista, el ser humano es tan rico, tan absurdo, tan variado, es tal su riqueza comportamental, que cualquier hipótesis podría ser sostenida con hechos históricos. Es por esto que comprendo que Sombart al ver semejante punto de inflexión con la aparición del lujo y la mujer en la corte francesa se dijera a sí mismo «he aquí algo inmenso», y no negaré lo importante de este acontecimiento, pero si algo bien caracteriza la tesis de Lujo y Capitalismo es su simplificación de las cosas.

Ya Hayek en Camino de Servidumbre dice que Sombart yerra al generalizar cuando extiende la experiencia socialista de Alemania al resto de los países, a lo que yo añado que Sombart tiende imitar al protagonista de La Búsqueda del Absoluto de Balzac. Bien es cierto que el lujo ha sido la característica protagonista de la burguesía, el distintivo, el meme. Pero es un terrible error considerar que todo el proceso histórico posterior tiene aquí y sólo aquí su origen. Del mismo modo que erramos crasamente al decir «el capitalismo es intercambiar cosas por dinero» por ser una generalización que obvia toda una red conceptual y de factores antrópicos de todo tipo que subyacen al fenómeno de la compra-venta, es un error reducir la historia al snobismo de la clase pudiente. ¿Qué hacemos entonces con toda la riqueza de matices y misterios que nos brinda cada día la realidad humana? ¿Deberíamos entonces ignorar la singularidad del individuo y pasar de lo general a lo particular? Desde luego sería algo muy acorde a su postura económica, pero no hemos venido a hablar de eso, yo quiero decir aquí una obviedad que el buscador de tesoros ontológicos (también llamado reduccionista) suele olvidar:

El mundo, como decía Joyce, es pura epifanía, lo que significa que la praxeología está sometida al caos, y no al revés. Habríamos de ser dioses para poder identificar cada condicionante histórico existente, entrelazarlos todos entre sí y trazar la flecha que señale la causa última. Al sucumbir al reduccionismo ignoras la inmensidad la red de objetos a analizar que forma la acción humana.

Si Sombart hubiera querido centrarse en el papel del lujo y el amor en el auge del capitalismo podría haber salido un libro harto interesante, pero este delirio que supone ignorar todas las demás ramas antropológicas históricamente condicionantes hacen de Lujo y Capitalismo un libro tedioso y predecible, porque sí, evidentemente las relaciones amorosas y la forma en que se dan en una época histórica marcan gran parte de la mentalidad de la época y como tal los fenómenos que la siguen, pero se le olvidó algo fundamental a Sombart, y es que la forma de la relación amorosa no cambia por generación espontánea, sino que se transforma mediante diferentes procesos y factores, y así constantemente cada aspecto de la vida humana se va nutriendo de unos factores y otros, haciendo imposible que haya un epicentro de las ramas antropológicas al menos de la manera absolutamente rígida en que el autor lo expone. Utilizando argumentos análogos a los suyos han corrido ríos de tinta aludiendo al protestantismo como el hilo conductor del desarrollo del capitalismo, por poner un ejemplo, y así con otros fenómenos. El reduccionismo sólo tiene un sentido cuando se da a nivel ontológico, pero no es por otra cosa que porque da por hecho esta riqueza humana que he mencionado. Sombart basa las tesis de este libro en un cúmulo de coincidencias, no en relaciones de tipo conceptual.

Cuando se observa un patrón ineludible a nivel histórico, una se llena de emoción, pero hemos de ser humildes en lo que se refiere a la complejidad del cosmos. El mejor ejemplo que conozco se encuentra en «Historia de la mierda» de Dominique Laporte, que ya desde un comienzo aclara que no ve en el trato de los excrementos el factor histórico definitivo, pero sí que observa cómo esto ha sido un condicionante de vital importancia y por ello se limita a hablar de su papel, evitando así crear un Ícaro de palabras.

 

Sofía Rincón
Sofía Rincón

Escritora y artista multidisciplinar. 1993. www.sofiarincon.org

Artículos: 33