Partidos liberales y demás seres mitológicos

El Yeti, Nessie, partidos liberales españoles...
El Yeti, Nessie, partidos liberales españoles…

Dado que nos acercamos a un nuevo periodo electoral, mi primera intención era hacer un artículo sobre la circunstancia de que en España no hubiera partidos realmente liberales con ciertas opciones no ya de gobierno, sino simplemente de contar con representación parlamentaria. Sin embargo, el mero planteamiento de lo que es o no “realmente” liberal, ya me parece bastante problemático. Demasiadas discusiones estériles (principalmente vía redes sociales) sobre si unos u otros son liberales puros, o camuflados socialdemócratas con pretensiones.

Inútiles y absurdas, puesto que el mismo concepto de liberalismo, a mi entender, excluye en la vida real cualquier intento de establecer un cánon, más allá del siempre interesante aspecto académico.

A menudo en la práctica, caemos en la tentación de intentar analogías con dogmas religiosos como los del marxismo. En esa ideología, por ejemplo, existe un texto sagrado básico, que posteriormente ha sido interpretado por los padres de la iglesia (laica) para crear una doctrina canónica. De esta forma es relativamente sencillo establecer quién es un buen marxista, o qué políticas se acomodan mejor a la fe canónica. Además, las interpretaciones que difieren de la principal son perfectamente identificables e incardinables en herejías clasificadas y definidas.

En cambio, cuando nos encontramos ante corrientes filosóficas, políticas o económicas basadas en la no injerencia coactiva de terceros, y en el respeto de elementos básicos de individualidad y libertad de pensamiento, intentar establecer un dogma dominante siempre me ha parecido contrario a la misma base del planteamiento.

Pero como me suele ocurrir, ya estoy divagando y desviándome del tema que pretendía ser el principal.

Desde mi punto de vista, un partido político, si bien debe tener una base ideológica bien definida (abomino de los que dependen de las encuestas para establecer sus principios), no puede ser un mero foro de filosofía ni dedicarse a la teoría social abstracta. La misma razón de ser de un partido es actuar en la política, es decir, en la vida práctica de la comunidad política. Y lo esencial para ello es llegar al poder, o al menos a una situación en la que se tenga la posibilidad de aplicar las políticas coherentes con su base ideológica.

Y una de las cuestiones más importantes para lograrlo es conocer la realidad que lo rodea. Principalmente los gustos, inquietudes, necesidades y prejuicios de los ciudadanos que deben optar por una u otra propuesta de gobierno.

No me gustaría que en este aspecto se me malinterpretase. No estoy defendiendo proponer lo que se desea oír, ni mucho menos la hipocresía de prometer unas políticas, para después poder actuar como se quiera una vez en el sillón. Muy al contrario, abogo por ser honestos no sólo con los electores, sino con los propios miembros del partido, en una relación bidireccional en la que asumiendo lo que se puede hacer, se luche por ponerlo en práctica con la idea de llegar más allá posteriormente.

En pocas palabras, a lo que me refiero es a un programa de mínimos, capaz de suscitar suficiente apoyo electoral, sin renunciar en absoluto a un proyecto finalista global, pero asumiendo que éste no se puede lograr de un plumazo, y sobre el que ir trabajando paso a paso. Olvidar la revolución para poder hacer política.

Para no divagar demasiado, permítanme que trate de ser esquemático en mi explicación de por qué considero que un programa político liberal (en realidad, cualquier programa) no puede ser ejecutado a corto plazo y de golpe:

1.- Para reformar hay que poder hacerlo:

Seamos realistas: la inmensa mayoría de la población española es socialista, ya sea de un tipo o de otro.

Ciudadanos políticamente responsables, reunidos para cambiar el mundo.
Ciudadanos políticamente responsables, reunidos para cambiar el mundo.

Podemos criticar este hecho, lamentarnos, culpar a la educación, a la cultura, a los medios, al destino o a los astros, pero eso no va a cambiar la realidad. Salir al mercado vendiendo anarco-capitalismo es el mejor método para ser olvidados en el tiempo que se tarda en pulsar el botón izquierdo del ratón (o el mando a distancia).

¿Se debe hacer una labor de pedagogía? Por supuesto. ¿Muchos cambiarían sus dogmas si comprobasen que otras políticas funcionan mejor que las que desde siempre les han inculcado? Es muy posible. Pero para mostrar esas políticas, es necesario ponerlas en práctica, y eso no se consigue simplemente quejándose (como hago yo, me temo) en la red.

¿Se puede llegar al poder en España con un programa liberal (signifique eso lo que signifique) de máximos? Obviamente no. Pero es realista pensar que se puede estar en posición de influir si se asume la realidad social de la que se parte, y se empieza a trabajar desde ella.

No es muy útil espantar a los ciudadanos. Parece mucho más práctico atraerlos, y hacerlo sin mentirles, por supuesto. No se trata de ocultar nada, sino de además de exponer claramente las ideas, proponerlas paso a paso. Repito que no abogo por la renuncia a los principios, sino a ser conscientes de que no pueden realizarse revolucionariamente de una sola vez.

Porque si bien puede resultar frustrante no poder aplicar alguna medida que nos parece importante, lo es más no poder ejecutar ninguna, porque el espectro político esté copado sólo por socialistas.

2.- Para poder seguir adelante, no se puede fracturar la sociedad:

Y ahora sitúense en un hipotético escenario en el que un partido liberal esté en situación de poder aplicar al menos algunos de los puntos de su programa. Cualquier modificación de una situación establecida durante mucho tiempo, genera perdedores. Gente que se beneficiaba incluso de realidades dañinas.

No hay más que estudiar casos patológicos como el de los EREs en Andalucía para entender que muchas víctimas creen que se benefician del abuso. Gente que es pobre por la situación a la que la han arrastrado decenios de políticas socialistas, considera que las migajas que sus amos le ofrecen, son un gran beneficio por seguir manteniendo el régimen.

Esas mismas personas se opondrán a cualquier modificación de esa situación. De hecho incluso es posible que lo hagan de buena fe, creyendo que se los está perjudicando. Y efectivamente, a corto plazo, la transición sí que se les perjudica. Arreglar semejante desaguisado social y económico llevaría un tiempo, durante el que verían con terror cómo desaparecen las migajas arrojadas desde la mesa de los antiguos dirigentes.

Este es uno de los motivos por los que dudo de la posibilidad de que los cambios puedan ser drásticos o revolucionarios. Las transiciones hay que estudiarlas con calma, siendo conscientes de la realidad, no sólo para tratar de paliar en lo posible situaciones personales dramáticas (que vistas en general pueden no parecer importantes, pero que lo son para quienes las sufren), sino porque una resistencia a esos cambios necesarios puede imposibilitar continuar avanzando en políticas liberalizadoras.

De nuevo, no estoy hablando de hipocresía, sino de ejecutar políticas con efectividad, pero al ritmo que la realidad lo permita, y evitando enfrentar a unos ciudadanos con otros en bloques enemistados. Esa es una táctica que, si bien a ciertas corrientes políticas que todos conocemos puede resultarles conveniente, no considero ni ética ni práctica.

3.- La ingeniería social no es compatible con la libertad:

Pero hay una razón que me parece de mucho mayor peso. Uno de los aspectos más criticables del socialismo es el de tratar de cambiar la sociedad por decreto. El intento de modificar gustos, hábitos, costumbres y actitudes de la gente desde arriba, para adaptarla a los gustos y preferencias de quien tiene el poder.

Copiar esta tara ha sido siempre una tentación incluso por parte de gobernantes de tendencias teóricamente liberales. Ejemplos hay bastantes, y sus resultados nunca han sido especialmente edificantes.

La pregunta a responder es que si es legítimo (o incluso práctico), partiendo de una población mayoritariamente de ideología socialdemócrata, intentar imponer desde el poder y de golpe, un programa absolutamente liberal.

¿Alguien quiere una política realmente revolucionaria? Quizás me puedan corregir (lo agradecería, no se crean), pero conozco pocas revoluciones que me hubiera gustado vivir. Todas empiezan con ilusión e ideales, continúan con un baño de sangre y acaban en tiranía. Aunque a veces el orden de los factores puede variar.

Las dos únicas excepciones que se me ocurren a la citada progresión son por una parte la Meiji en Japón (que empezó con una guerra, continuó con otras y acabó con el país arrasado por los B-29 americanos) y por otra la de independencia de los EEUU, en la que se libraron por los pelos de la tiranía (supongo que algo tuvo que ver una escasa densidad de población, basada en pequeños propietarios libres y comerciantes), pero que no quedó asentada hasta una de las más sangrientas guerras civiles del siglo XIX.

Una labor de pedagogía (mira que me parece cursi la expresión, pero aquí me resulta útil) y de información es no sólo legítima, sino necesaria. Al igual de tratar de obtener puestos representativos para implantar políticas liberales. Sobre lo que tengo dudas es si esas políticas pueden ser ejecutadas de golpe, en contra de los deseos mayoritarios de la población sobre la que se aplican. Es decir, lo que me pregunto es si un gobernante liberal está legitimado para actuar como un socialista.

Por contra, ir estableciendo hitos, pequeñas conquistas que los ciudadanos, consciente y voluntariamente estén dispuestos a aceptar y a apreciar, y sobre ellas sentar las bases de una sociedad liberal, me parece una opción no sólo más práctica, sino más ética.

 

A pesar de la leyenda, este lugar no colapsará sobre sí mismo ni creará un agujero negro si en él entra un liberal.
A pesar de la leyenda, este lugar no colapsará sobre sí mismo ni creará un agujero negro si en él entra un liberal.

Con estas líneas, por supuesto que no es mi intención, apoyar a ningún partido político concreto. Ni pertenezco a ninguno, ni he encontrado aún el que me parezca más digno de que yo le haga propaganda.

Y sé que es posible que me esté metiendo en un berenjenal, y más teniendo en cuenta los sentimientos tan exacerbados que este tipo de disquisiciones suele levantar. Parto de la base de que mis simpatías políticas se acercan mucho al ideal anarco-capitalista, aunque en ciertos aspectos concretos (seguridad exterior e interior, relaciones diplomáticas o justicia, por ejemplo, con detalles y salvedades escapan a los motivos de este texto) entiendo la necesidad práctica de la existencia de un Estado, llamémosle mínimo.

Pero lo que me resulta bastante sorprendente es el empeño de los liberales españoles por automarginarse de la política, renunciando así a cualquier posibilidad de aplicar sus ideas, y dejando el país en manos de socialistas y conservadores (y en ocasiones de esa rara especie autóctona de socialista-conservador). Mientras los partidarios de la libertad individual nos dedicamos a discutir sobre el modelo más puro de sistema donde vivir, quienes no ven problema en imponer su modelo bajan al barro a luchar por el poder.

Falta quien sin ocultar sus ideas y dejando claro cuál es su situación ideal a futuro, exponga un programa liberalizador aplicable a corto plazo, aceptable por los ciudadanos (al menos por un suficiente número de ellos), sobre el que seguir avanzando sin pausa, pero sin apresuramientos forzados.

Como ya he dicho, prefiero que me ofrezcan una política mínimamente liberal a que se me abandone directamente en las garras de gobiernos estatistas. Situación, esta última, en la que me temo que nos encontramos.

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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7 comentarios

  1. Un último comentario sobre este párrafo:

    «La pregunta a responder es que si es legítimo (o incluso práctico), partiendo de una población mayoritariamente de ideología socialdemócrata, intentar imponer desde el poder y de golpe, un programa absolutamente liberal.»

    Si se entiende bien la cuestión, uno se da cuenta de que un programa liberal no se puede imponer.
    Y no se puede imponer precisamente porque el programa liberal lo que hace es eliminar las imposiciones.

    Ningún programa liberal impediría que la gente se asocie libremente para formar comunas o para crear mutualidades de seguros.
    Bajo un sistema liberal, se puede perfectamente ser socialista, lo que no se puede es imponer a los demás que lo sean.

    Y en cualquier caso, si se diera la circunstancia de que el Partido Libertario (por ejemplo) estuviera en disposición de aplicar su programa, esto habría sido precedido necesariamente de unas elecciones en las que habría obtenido el apoyo de la mayoría de la población. Haría falta la mayoría absoluta seguramente.
    Para ese entonces, ya no se podría hablar de que hay una mayoría socialista o socialdemócrata.

    Un saludo.

    • Hola. Perdón por el retraso en responder, pero es que he estado muy liado (que aunque no sea una excusa demasiado buena, es cierta 🙂 )

      Estoy de acuerdo que en un sistema absolutamente liberal, no existirían imposiciones, pero como ya dije en el artículo, son las transiciones las que crean perdedores, y las que provocan situaciones difíciles. Aún en el caso de tener una mayoría suficiente para aplicar un programa liberal (y a estas alturas, cualquier mayoría posible de cualquier opción, parece que no llegaría a ser demasiado espectacular), modificar un modelo asentado debe hacerse con cuidado y no mediante una confrontación. En cualquier caso, hay que recordar que no es legítima la imposición a una minoría por parte de una mayoría, por mucha diferencia que hubiera.

      Será que mi condición de abogado me lleva a tener en cuenta el asunto de los derechos adquiridos y de las expectativas legítimas. Fuera del ámbito meramente civil, y concretamente en política, esas situaciones me pueden parecer odiosas, y dignas de ser modificadas, pero como ya explico en el artículo, deben ser tratadas con sentido común.

  2. Simplemente extraordinario el texto. Y lo comparto casi al 100%. Creo que para llegar a algún punto de influencia liberal hay que empezar en algún punto, por perogrullada que sea. Y ese punto de comienzo evidentemente no puede ser el de asustar a la gente, como ya expuse en mi blog. Creo que el punto debe ser el de una coalición de partidos liberales que se unan en torno a un programa de mínimos y a partir de ahí intentar algo, tomando en cuenta desde ya que ese «algo» va a ser extremadamente difícil. Pero la unión hace la fuerza. Como también dije en mi blog, las próximas elecciones generales hay que darlas por perdidas. Pero justo después de ellas será el momento de ponerse a trabajar de cara a las siguientes (las de 2019… o antes), aprovechando el momento presente de nuevos partidos y tal, para hacer esa unidad liberal y llegar a aquellas elecciones con alguna posibilidad de conseguir representación parlamentaria. Un saludo y muchas gracias por el texto.

    • Muchas gracias. Sí, es evidente que un buen número de liberales se pongan de acuerdo es muy difícil, pero no hacerlo es abandonarse al socialismo hegemónico.
      Estoy de acuerdo con que no es posible ya hacer nada para estas elecciones, pero a estas alturas creo que la única opción realista es pensar a medio o largo plazo.

      • Perdona mi retraso en responder, pero no había vuelto por aquí. Gracias por tus palabras. Eso es lo que vengo defendiendo desde hace mucho tiempo, una unión entre partidos liberales de cara a las siguientes elecciones. Cuando pasen las del 20-D espero escribir algo en mi blog sobre el asunto. Un saludo.

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