Por qué el estado no garantiza la felicidad

Es necesaria una nueva sociología, una sociología libertaria, menos apegada a la estadística, a las tradiciones, a las estructuras; más interesada por el hombre, preocupada por sus contradicciones pero capaz de reconocer el potencial de desarrollo de cada uno de ellos. El sociólogo debería huir de la obsesiva búsqueda de medidas y soluciones para todos los hombres incluidos en grupos sociales arbitrarios.

Una crítica liberal/libertaria al estatismo.

.

“Cuanto más uniforme sea el medio, mayor será la heredabilidad”

Así concluían Herrnstein y Murray en su obra “The Bell Curve“, basándose para ello en la hipótesis por la cual, dado un factor social igual para todos los individuos, la diversidad individual respondería en un 100% a la heredabilidad. En otras palabras: si una estructura estatal consiguiese generar un medio social uniforme, los individuos, lejos de avanzar en la igualdad, responderían a la heredabilidad, tanto genética como de su propio entorno particular. La consecuencia sociológica de tal afirmación aún no ha sido discutida en su totalidad. Los programas que se vienen desarrollando desde los años 60 para mejorar la situación de grupos sociales marginales se basan todos en un modelo falso: se trata de igualar las condiciones de su medio social –ojo, y cultural- a las de la clase media blanca occidental.

bibiana-aido-igualdaz1Las principales herramientas han sido las llamadas “leyes de igualdad” y, sobre todo, la escolarización estatal obligatoria. Herrnstein y Murray, pero también Christopher Jencks (1, 2) antes, demostraron con cifras el fracaso en USA de todas esas medidas: la adopción de medidas sociopolíticas no son suficientes para convetir a todos los individuos de una sociedad en igualmente felices. Esta afirmación es al mismo tiempo falsa y cierta. Es cierta en sentido lógico: si el medio social es exactamente igual para todos, son las limitaciones y/o ventajas biológicas heredadas las que definen las diferencias. Es falsa en su consecuencia sociológica: hasta la fecha, las medidas sociales encaminadas a compensar situaciones deficitarias en uno o un grupo de individuos han nacido de la falsa creencia por la que una sociedad es más igual (más justa por tanto) cuanto más iguales sean las condiciones del medio en que se desarrollan los individuos.

Los individuos son diferentes, ya sea por limitación/ventaja biológica, limitación/ventaja cultural o limitación/ventaja social. No se trata de imponer un sistema social exactamente igual para todos, se trata de asumir con normalidad el desarrollo de diferentes sistemas sociales que permitan a cada individuo la mejor compensación posible de sus limitaciones y el fomento óptimo de sus ventajas.
El estado no tiene la misión de proporcionar a todos los individuos las mismas condiciones sociales, sino que debe esforzarse por facilitar el mejor desarrollo de las diferentes capacidades individuales mediante diferentes modelos sociales.

No es en absoluto preocupante constatar que existen diferencias entre los individuos de una sociedad. Lo verdaderamente preocupante es constatar cómo, víctimas de sistemas estatales de ingeniería social , un gran número de individuos se ven limitados en el desarrollo de sus propias capacidades.
Si grave fué el error de los sociobiólogos atribuyendo exclusivamente a la genética la individualidad de los humanos, cayendo no pocas veces en la trampa racista, no menos grave es el de los sociólogos más puristas obviando por completo la base natural del ser humano – su individualidad – abandonándose en una loca carrera por ver quién es capaz de “diseñar” la sociedad perfecta. Hayek lo llamaba constructivismo de la sociología: nos fabricamos una estructura social ideal y suponemos que los humanos se encontrarán en ella felices, dado que no podrán seguir otros intereses que aquellos que su socialización en esa estructura social perfecta enseña.

Es necesaria una nueva sociología, una sociología libertaria, menos apegada a la estadística, a las tradiciones, a las estructuras; más interesada por el hombre, preocupada por sus contradicciones pero capaz de reconocer el potencial de desarrollo de cada uno de ellos. El sociólogo debería huir de la obsesiva búsqueda de medidas y soluciones para todos los hombres incluidos en grupos sociales arbitrarios. Estructuras sociales construídas como “los blancos”, “los negros”, “los españoles”, “los europeos”, “los países occidentales” o “los países en vías de desarrollo” no son las adecuadas para fomentar el desarrollo de los valores individuales ni sus estrategias de mejora.

El Estado debería ser más abierto a diferentes formas de organización social para así generar verdaderas bolsas de oportunidad social a los diferentes individuos o grupos. Debería abandonar los experimentos por los que se pretende alcanzar profundos cambios individuales en todos los administrados mediante la impostura de estructuras únicas obligatorias (educación, por ejemplo).

La identidad de grupo es algo que, como muchas otras cosas en nuestras sociedades modernas, ha sido ocupada y manipulada por el Estado. Tiene, ciertamente, raices naturales: la familia, el entorno cultural/religioso, el paisaje son factores que se conforman para la creación de un entorno que solemos identificar con “el nuestro”. Sin desarrollo en un medio social, sea este cual fuere, el hombre no es hombre. Pero desde ese natural de todo ser humano como ser social no se deben postular dos de los principios fundamentales que caracterizan un Estado: ni es necesario establecer fronteras entre grupos sociales diferentes, ni la “sociedad” tiene ningún tipo de derecho sobre cada uno de los individuos que la componen. Un niño nace en el seno de un grupo social. El niño no firma ningún contrato de ningún tipo que habilite a ese grupo social a constituirse en acreedor. Es más, un grupo social no es un ente independiente del individuo con capacidad de acción, a no ser que un Estado se autoarroge la función de “representante y comandatario” de la sociedad. «Sociedad» carece de voluntad y de existencia propias. La institución o estructura que se autoatribuye el papel de representante de la sociedad no es más que un subgrupo social cuyos individuos pretenden dominar al resto. Por ello la verdadera solidaridad social es un obstáculo para todo Estado. Allí donde el poder del Estado pretende extenderse más allá de las marcas naturales de una lengua, un pueblo, una cultura, se encuentra con gravísimas dificultades para alcanzar una homogeneización satisfactoria. Las tradiciones locales y las estructuras familiares se encuentran en clara oposición con la voluntad homogeneizante del estado y son, por ello, eliminadas o minimizadas.

Mientras las ideologías estatistas conservadoras asientan sus razones para un estado fuerte en la cultura, el idioma, la religión y la familia, combaten las ideologías materialistas precisamente estos principios, claramente opuestos a la idea de una estructura social construída y supuestamente válida para todos.

¿Para todos?

En el momento en que estamos convencidos de que debemos ayudar a otro que no necesariamente ha solicitado ayuda nos autoconcedemos permiso para saltarnos las fronteras de su esfera privada y convertirlo en objeto de aquellas medidas correctoras que nosotros creemos que son las mejores. De esta manera aparece una nueva “intimidad”, nacida de la eliminación de fronteras personales, caracterizada por una nueva frontera: la frontera entre aquellas personas que se comportan conforme a la “norma social” y las que no lo hacen.

Todo aquel que se diferencie en alguna forma de lo aceptado socialmente será objeto de medidas sociales de ayuda con la única meta de readaptarlo a lo convenido (a lo conveniente).

Esta paradójica eliminación de fronteras (las personales) por la creación de otra nueva (la social) alcanza incluso los niveles más profundos de privacidad. Marta se queja de que su amigo Julio es un “macho” que pierde demasiado tiempo con sus amigotes y que esa forma de ser es definitivamente anticuada. No se para a preguntarse si el haberse enamorado de Julio tal vez sea consecuencia de que precisamente ella no está dispuesta a mantener una relación más estrecha con un hombre. Mide su relación con un rasero social, un estandar público, en lugar de hacerlo desde sus propias necesidades.

discrepanciaPara la mayor parte de los humanos la necesidad de compañia es absolutamente básica. En las relaciones de pareja el día a día y las necesidades de cada uno de los participantes son las que marcan las fronteras de lo que no es común. La necesidad de “no soledad” nos lleva a formar también grupos más grandes, para mejor alcanzar determinados objetivos. Las relaciones en grupos más grandes también necesitan fronteras. Cualquier caracterísitica de un individuo que no afecte a las metas para las que se ha agrupado debe permanecer en el ámbito de lo puramente privado. Si el hecho de llevar un pañuelo en la cabeza, o un crucifijo en el pecho, no afectan a la capacidad de una clase para aprender matemáticas, no es competencia de nadie ayudar a quien porta el pañuelo o el crucifijo a integrarse mejor en una cosmovisión social predeterminada: eso es un asunto puramente privado.

Las diferentes formas de agrupación presentan diferentes niveles para el establecimiento de las fronteras personales. Si la portadora de un pañuelo en la cabeza se enamora de alguien que no acepta la exhibición de signos religiosos encontrará serias dificultades para mantener la relación o mantener intacta su frontera particular. Pero ello sigue sin ser asunto del profesor de matemáticas, ni de la clase de matemáticas. Tampoco de la escuela.
En nuestra sociedad las cosas son diferentes. Dado que hemos derribado las fronteras de lo particular nos convertimos cada uno de nosotros en entes públicos frente a cualquiera de los otros. Ya no hay nada secreto o personal. Cualquiera puede exigir que no se lleven pañuelos en la cabeza o crucifijos en el pecho … y si la mayoría está de acuerdo (bendita democracia y sus malusos) lo privado pasa a ser de interés social, público. A cambio, cada individuo recibe la atención de la sociedad, no de forma personal, de forma anónima mediante ayudas estatales y las estructuras del estado. Quien tiene problemas de subsistencia no recibe ayuda del vecino, pero tal vez tenga derecho a recibirla de la burocracia.

La diferencia entre las dos formas de solidaridad, de comprensión de lo social, es muy significativa:

  • la ayuda de los vecinos es un contacto directo, personal. El ayudador conoce el caso, la persona, valora en qué medida puede ayudar y lo hace renunciando a algo suyo. El ayudado percibe agradecimiento y valora el gesto del vecino. El ámbito de la realción es privado.
  • la ayuda burocrática, por el contrario, es algo a lo que “se tiene derecho”, y se basa en criterios abstractos válidos para grandes grupos de personas, lejos del caso particular. Quien mejor sepa manejar la situación  legal recibirá más y mejores ayudas. Ya no es necesario atender al vecino, pues lo hacemos vía impuestos y no es necesario preveer reciprocidad (tal vez algún día nosotros necesitemos ayuda): tenemos derecho a que nos ayude el estado. Nos convertimos en un poco más egoístas, nos centramos más en nuestra “realización personal” y no sentimos necesidad de vernos como responsables directos de lo común.

Les dirán que la culpa de todo esto es la progresiva individualización y el abandono de los verdaderos valores sociales. ¡Que nos hacemos egoístas! ¡Avariciosos! ¡Descreídos! … ¡Insolidarios! Que hemos de regresar a los verdaderos valores que nos hacen humanos … si es necesario mediante las leyes, obligando a todos a vivir según esos valores que “creemos” (o “sabemos” … ¿quienes?) mejores. Esta receta conservadora de enajenación y superprotectorado es compartida por los conservadores de izquierdas y de derechas, aunque varíen los temas: para los conservadores de derechas será necesario volver a recuperar los valores de la familia tradicional (por ejemplo), para los conservadores de izquierdas se trata de perpetuar y mejorar los “logros sociales” (por ejemplo).

Defino nuestra sociedad actual como la “sociedad del consumo pasivo”. Las personas, en una sociedad estatalizada, no tienen ni la posiblidad de generar por ellas mismas las bases de su “realización personal”, ni deben enfrentarse a las consecuencias de sus acciones. Al final, pierden la voluntad de hacerlo. No estamos ante un problema de “individualización”. Lo que realmente caracteriza nuestra sociedad es la asunción por parte del Estasdo de los riesgos (es decir, de la responsabilidad). Liberados de “la vida en serio” y sus consecuencias, la individualidad apenas es más que consumo pasivo, conformidad generalizada.

Estructura social de la sociedad estatalizada. La sociedad responde a los intereses de los individuos: su seguridad material, pero la absolutización de esa meta agrede la esfera privada de los individuos y sus otros intereses. En lugar de una estructura represiva aparece un red de instancias burocráticas respondiendo al deseo de reducir riesgos mediante una mejor organización. La diferencia entre formas legales privadas y públicas de estas instancias desaparece.  Se genera una red burocrática incontrolable por la política (por lo tanto por los votantes) o por el mercado. Como las personas, gracias a la red de instancias burocráticas “sociales” no necesitan responder individualmente de sus actos, aparecen contínuamente nuevas y más numerosas “víctimas”: parados de larga duración, receptores vitalicios de asistencia social, … La red del estado se fortalece para atender a los nuevos necesitados.

Estructura psicológica de la sociedad estatalizada.  Como a las personas todo se les presenta “precocinado” y “válido para todos”, es imposible que lo que se les oferta atienda exactamente a sus necesidades particulares (y sólamente éstas permiten, mediante la acción individual, una verdadera satisfacción) Siempre queda algo atrás, algo que no es exactamente como nos gustaría que fuese. Algo que no podemos conseguir. Pero ya no existe un enemigo represivo ante el que rebelarse. Somos una democracia social y de derecho …. ¿ante quién rebelarse?  La consecuencia es la resignación o, en casos aislados, la violencia.

A modo de resumen, desde un punto liberal podemos hacer la siguiente crítica social:

  1. Cuando la red social estatal asume la responsabilidad de los errores particulares, el individuo carece de toda posibilidad estructural-social para recuperar su responsabilidad. Desde el punto de vista psicológico carece de toda motivación para hacerlo.
  2. Cuando la solución a los problemas vitales particulares ya no es la propia acción, nos dedicamos en exclusiva  a “solucionar” las necesidades menos vitales: diversión y entretenimento.
  3. Cuando la red social estatal cubre las necesidades de los otros, desaparece la solidaridad. Dado que los individuos productivos pagan esa red social mediante cargas impositivas enormes (bajo amenaza de uso de violencia si no pagan), la motivación a la generosidad disminuye … o desaparece.
  4. Cuando la responsabilidad última está en manos de la red social, el individuo no puede ser dueño único de sus actos. El abandono de la responsabilidad favorece la aparición de violencia.
  5. Mayor presión laboral, mayor paro. Los costes de la red social estatal acarrean sobre todo un aumento del coste salarial. Los exorbitantes costes laborales fuerzan al empleador a buscar trabajadores de alto nivel, que justifiquen el pago de las altas tasas impuestas por el estado. Los otros individuos caen en el desempleo, lo que aumenta el coste de la red social y, por consiguiente, los laborales.

Cualquier solución debe alejarse del debate tradicional derecha-izquierda, de las posturas neo-conservadoras, neo-liberales o romántico-socialistas. La solución debería tener como meta la devolución al individuo de sus fronteras privadas, de su capacidad para tomar decisiones vitales y, por consiguiente, recuperar la perdida responsabilidad sobre las consecuencias de las mismas.

 

[1] Inequality: A Reassessment of the Effect of Family and Schooling in America. Jencks, Christopher; And Others

[2] Who Gets Ahead? The Determinants of Economic Success in America. Jencks, Christopher; And Others

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

Artículos: 3201

6 comentarios

  1. Hola Luís. Un par de puntos que creo que no vienen al hilo de tu artículo:

    “Un niño nace en el seno de un grupo social. El niño no firma ningún contrato de ningún tipo que habilite a ese grupo social a constituirse en acreedor.” -Tampoco el grupo social ha firmado ningún contrato que lo obligue a constituirse en proveedor. La mutua relación-imposición cae entonces por su peso.

    -Continúas con tu letanía, muchas veces repetida como un mantra:

    “Es más, un grupo social no es un ente independiente del individuo con capacidad de acción, a no ser que un Estado se autoarroge la función de “representante y comandatario” de la sociedad.”

    -Asumo sin problemas que una sociedad o grupo NO es un ente que pueda existir sin individuos, el resto es gratuito e incorrecto. Además no aportaría nada ni le quitaría su capacidad de acción (que supongo te interesa como punto de partida filosófico para atacar y deslegitimar el Estado, guerra en la que entro muy a gusto hasta cierto límite). No hace falta ser individuo, ni consciente, ni siquiera ser viviente para ejecutar acciones. Las simples cosas ejecutan acciones continuamente. Cualquier grupo social también, tenga o
    no tenga conciencia. Tenga o no tenga una organización que pueda llamarse Estado.
    Y esas cosas tienen consecuencias sobre el individuo. Así que la intervención del Estado (sea eso lo que sea) sobre el individuo me parece inevitable se firmen o no contratos. Como el clima, vamos. Discutir su legitimidad o derecho me parece perder el tiempo. Está imperativamente ahí y sólo aspiraría a controlar su efecto en el individuo en beneficio de éste. O trabajar en esa dirección.

    Por lo demás es artículo me parece impecable, quizás espeso para quienes más lo necesitan, aunque muy bien resumido en los cinco puntos finales. Lo apoyo y difundo. Ahora bien, no tengo esperanzas. En su extremo, y en Román Paladino viene a decir: -si quieres ser feliz has de solucionar tus propios problemas. Todo lo demás, en el fondo te perjudica.

    ¡Cualquiera lo acepta en una sociedad acomodada y muerta de miedo!

    Y desde luego, hay problemas que sólo se solucionan en grupo, y no es malo. Y a veces sólo te los soluciona el grupo –sin tu acción- y tampoco es malo. Como siempre al final, todo es cuestión de medida.

    • Hola JJI,

      sobre el punto 1 de tu comentario: y sin embargo lo hace. Ilegítimamente, contranatura, mediante el mecanismo de mitologización llamado estatalización de las sociedades.

      Sobre el punto 2: No es gratuito, pues desnuda a «sociedad» de los rasgos antopomorfos de que la dotamos mediante la idealización mágica de la misma. Y no es incorrecto, pues «sociedad» no hace nada por mí, son las personas las que lo hacen….o el estado autoarrogádose la representatividad de todas ellas.

      Las cosas no hacen nada: son y están. Como carecen de voluntad, no puedo reconocerlas en ningún caso como gentes actuantes de nada. Si acaso son agentes limitantes de quienes sí actúan. O herramientas de quienes sí actúan.

      Gracias por tus comentarios!

      • Desde luego veo por dónde vas, y podría discutirlo, pero no tiene importancia aunque convergiéramos en los términos o aceptara plenamente tu opinión. Quizás por mi mentalidad pragmática lo que me preocupa no son tanto las palabras sino su traducción en actos. Para mí, actualmente, reducir la intervención del Estado en la vida individual es imperativo. Definir si el Estado es prescindible o no, o si son las personas las que hacen algo por el individuo o es la sociedad, o ambos, no es tan importante (aunque te apunto que cuando varios hacen algo por alguien, el acto ha perdido su individualidad, y ya no será lo mismo, pero esto es filosofía, es decir, doctrina). Lo que importa es lo que las personas que piensan parecido respecto de la intervención del Estado en el individuo están haciendo. Si lo que hacen es pasar de llamarse liberales (por ejemplo) a libertarios, creo que desenfocamos y debilitamos (vamos, en mi entorno alguno ya ha dicho que no los volverá a votar) lo que para mí debería ser el objetivo primordial: adelgazar el Estado y ya veríamos hasta dónde más adelante.

        En el fondo lo que motiva mi queja es la sensación que tengo (ante mi desamparo político), de que el fracaso del liberalismo para venderse en la realidad los ha derivado hacia una especie de huída hacia adelante en un terreno metafísico. ¡Vamos, que si no podemos hacer algo real discutamos de la pureza de nuestros principios! Me imagino que los dirigentes del P-Lib habrán perdido muchas horas con el asunto, y trasegado muchas cervezas, pero al final no queda nada. El nombre es secundario frente a las obras. Hoy a muchísimas cosas se les cambia el nombre para esconder supuestos desprestigios pasados y arrimarse a supuestos prestigios presentes, pero a los cuatro días se ve que no se ha conseguido prestigiar a nadie aunque sí desprestigiar el término.

    • «No hace falta ser individuo, ni consciente, ni siquiera ser viviente para ejecutar acciones. Las simples cosas ejecutan acciones continuamente. Cualquier grupo social también, tenga ono tenga conciencia. Tenga o no tenga una organización que pueda llamarse Estado.»
      ¿Puedes poner un ejemplo de algo que haga la sociedad sin que podamos señalar como actores en última instancia a individuos?

  2. Luis, estupenda entrada en defensa de la libertad y contra el estado esclavizador de individuos.
    Fernando Nogales

Los comentarios están cerrados.