Tolerancia, violencia, libertad. Un apunte breve

Me entero por José Carlos Rodriguez  que a la indeseable Marine Le Pen quieren llevarla a juicio por comparar a los musulmanes con los nazis:

 

Permítanme unas reflexiones sobre la cuestión de la libertad de expresión, la tolerancia y la violencia.

a. Por un lado tenemos a quienes exigen comprensión hacia los muslmanes „ofendidos“. Lo hacen porque de este modo se aseguran la “protección frente a la ofensa“ de su propia mercancía de fe.  O porque temen que de no hacerse nada ante los contínuos ataques verbales a los musulmanes, éstos puedan ejercer represalias violentas que serían respondidas con más violencia por “Occidente”

b. Por otro lado están quienes rechazan la intervención violenta de la justicia contra este tipo de ofensas (sin que crean necesario protestar cuando la justicia censura otro tipo de actuaciones) y luego, a la hora de la verdad, se rasgan las vestiduras reclamando una pronta intervención militar allí donde sus creencias lo estiman oportuno.

No pocos libertarios, y muchos autonominados liberales son incapaces de sustraerse de tales  razonamientos (yo en su día podría perfectamente haberme colocado en el grupo segundo), olvidando de forma imperdonable que las dos posturas descritas se encuentran alejadísimas de conceptos como Libertad, Humanidad y Tolerancia.

1. Antes de nada, dejar claro que no existe ninguna justificación para masacrar, matar, intervenir, privar de libertad a nadie por los delitos que probablemente hayan cometido otros. Demonizar/atacar a “los muslmanes” es colectivismo injustificable desde cualquier moral que me sea conocida.

2. Que la señora Le Pen compare a los musulmanes con los nazis alemanes no es un „crimen“. Es absolutamente irrelevante si esta buena señora dice esto, se dedica hacer películas porno, o proclama su intención de prohibir a los homosexuales darse besos en el metro de París. Tiene perfecto derecho a proclamar su visión particular del mundo. La „ofensa“ no es una categoría jurídica con sentido.  Y no lo es porque no existe norma para ello: cuando yo me siento ofendido (no importan los motivos) se trata de algo estrictamente personal: mi problema. Y no puedo hacer a nadie responsable legal de que me siento ofendido.

3. La censura preventiva, para evitar acciones violentas de los „ofendidos“ es injusta y supone la rendición ante los violentos entre ellos: estaríamos  poniendo en sus manos el poder de matar para generar censura.  . Por la misma razón, la persecución de este tipo de “declaraciones” también carece de todo sentido. La violencia sólo es justificable en la propia defensa de la libertad.

4. Esto último no justifica intervenciones militares de estado. Cada uno debe luchar por su propia libertad. No se puede obligar a nadie a ser libre mediante la violencia sobre otros.

Considero las palabras de Le Pen absolutamente absurdas e injustificadas, amén de colectivistas y por tanto inmorales. Pero en ningún caso son perseguibles, punibles o censurables.

Con la cantidad de tonterías ofensivas que decimos todos todos los días, ¿se imaginan la de jueces que íbamos a necesitar?

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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16 comentarios

  1. En el ámbito general de las garantías el mercado funciona espectacularmente bien (como suele pasar). Así surgieron las instituciones de los seguros, de las certificaciones, de las auditorías y, en el ámbito de la opinión/información, del prestigio.

    Sin ninguna excepción, desde el momento en que se aceptó como fuente del derecho la arbitrariedad política además del uso y costumbre, la injerencia del estado en estas instituciones no sólo ha reducido la utilidad y efectividad de las mismas, sino que llega a producir el efecto contrario.
    Hay varios motivos para que, como siempre, el efecto de la intromisión del «interés general» resulte en perjuicio general. Tenemos las típicas externalidades imposibles de calcular, la corrupción de los lobys, la eliminación del proceso de evolución de las instituciones al encorsetarlas en un reglamento, incrementos de costes, reducción de rentabilidades… Al final todo puede resumirse en un problema esencial: el de ubicar la responsabilidad fuera de la parte interesada, lo cual es aceptado por esta al asumir el estado -muy supuestamente- los costes de semejante esquema.

    Así en el cálculo de los seguros hay que incluir variables y situaciones que el negocio no aceptaría de forma natural, dando lugar a un esquema de precios intervenidos y controlados. Así las certificaciones y auditorías son pagadas por la empresa certificada o auditada, no por el comprador o el acreedor. Es el mundo al revés.

    En el entorno de la información el problema es más grave, dado que la regulación del mercado estaba menos formalizada, pero lo publicado tenía más o menos relevancia dependiendo de quién lo decía y donde.
    Desde el momento en el que se regula lo que se puede decir y lo que no (teniendo en cuenta que se regula mirando los intereses de los lobys próximos al poder) y asumiendo los tribunales la responsabilidad de vigilar por el prestigio de las publicaciones, ya el sistema no funciona. Y así, mientras un periodista o publicación no tengan ningún pleito, todo lo que larguen formalmente tendrá la misma categoría que lo comunicado por cualquier otro medio. Y el fondo percibido por el público pasa a ser más un tema de marketing que de veracidad o ética profesional.

    Al final las leyes sobre delitos de información u opinión pasan a ser, como siempre, herramientas del poder para defender a los suyos y para experimentos sociales.
    El resultado es realmente alarmante, pues a día de hoy personalmente no sé de ningún medio de comunicación profesional que pueda servir seriamente en un argumento de autoridad… De eliminar las leyes que intervienen en el ramo (subvenciones incluidas), intuyo que el panorama sería algo más prometedor.

  2. Muchas gracias, Luis.

    Una afirmación, como la de equiparar la llegada de musulmanes con la invasión nazi, puede ser errónea, desde el punto de vista fáctico, y puede ser reprobable desde el punto de vista moral.

    Lo primero puede contestarse con datos más precisos y pertinentes.

    Lo segundo puede contestarse con una reprobación moral.

    Y punto. La expresión pertenece al mundo de las ideas, y ha de contestarse desde el mundo de las ideas.

    La cuestión es que las ideas están inextricablemente unidas a los sentimientos. Y hay gente que sufre al oír determinadas expresiones que le parecen ofensivas.

    Pero la ofensa no es cosa de quien la provoca, sino de quien la siente. Yo tengo libertad plena para indignarme con cualquier acción u omisión ajena. Con cualquier gesto, dicho, vestimenta, representación… puedo sentirme indignado con, literalmente, cualquier acción de los demás. Si mi indignación fuera argumento suficiente para prohibir aquéllas acciones, yo tendría el derecho de prohibirlo todo. Y como todos somos iguales en nuestro derecho de indignarnos, todos podríamos prohibir a todos los demás.

    Esto, claro, es un sinsentido. Pero como hablamos de ofensas e indignaciones, no olvidemos que de lo que estamos hablando es de sentimientos, y que la gestión de estos problemas debe gestionarse en el mismo ámbito de la libre acción individual, y no con el Código Penal.

    JC.

  3. La cuestión es que en este caso, en mi opinión, la sra. Le Pen tiene razón. E incluso se queda corta.

    Estoy cansado de oir hablar de musulmanes moderados, pero allá donde el Islam llega al poder la tiranía se instala.
    No soy partidario de hacer guerras para «exportar la democracia» pero no hay que ser ingenuos: basta con que un bando quiera la guerra para que esta empiece y hace tiempo que, nos guste o no, estamos en guerra con el Islam.

    • La verdad es que sólo había leído el titular de la noticia sobre Le Pen. El que dice compara a los musulmanes y los nazis. Y te iba a discutir su «razón», pensando en que no son comparables, y en que ya es suficiente con comparar a los musulmanes con los musulmanes.

      Pero no es eso lo que ha hecho. Ha comparado una ocupación militar con una «ocupación» civil. Puede discutirse la lógica, pero yo no veo el insulto por ningún sitio.

      «For those who like to talk about World War II, to talk about occupation, we could talk about, for once, the occupation of our territory. There are no armoured vehicles, no soldiers, but it is an occupation all the same and it weighs on people,» she said.

      Funciona exactamente lo mismo con la segunda que con la primera guerra mundial, solo que la segunda fue la última. El argumento tiene que ver con la ocupación, y es independiente de las características del ocupador, siempre que sea extranjero.

      Todavía es más imbécil la idea de que incita al odio racial. Los musulmanes no son una raza. Que le llamen odio cultural, si quieren. Pero después van a tener que hacer gimnasia para distinguir entre el odio cultural, y la autodefensa cultural. Si los valores de dos culturas son incompatibles, sencillamente, no puedes defender tu cultura sin ofender a la otra, aunque no la nombres. Con que digas que un tío que fostia a las mujeres es un mierda, sin mencionar a nadie, ya has ofendido. Y ya ni digamos si te da por hablar de la idea de la teocracia.

      Estamos todos locos.

  4. Yo lo enfocaría así. ¿Si alguien dice de ti lo que le Pen dice de los musulmanes, entra eso dentro de las leyes habituales para impedir que te insulten? En ese sentido no veo diferencia entre una persona y un grupo. Pero, al contrario, nunca haría nada especial por la «sensibilidad» o «creencia»de ningún grupo (más allá que la que hagas por una persona).

    La „ofensa“ no es una categoría jurídica con sentido.

    Yo diría que las leyes prohíben que te insulten por la calle, o en el periódico, etc. Creo.

    • Lo cual no lo hace sensato. Una ley que prohiba a Mengano llamarme (insultarme) hijo de puta en la calle (o en un papel) es absurda. En Alemania nos querellamos (en contra de mi voluntad) como empresa contra unos tíos que decían en internet que éramos una banda mafiosa de embaucadores (insulto y ofensa gordísimos) .. la juez dijo que dado que era posible para cualquiera – como hizo ella- informarse de las actividades de mi empresa y comprobar que era falso que se tratase de una banda mafiosa de embaucadores, la cosa quedaba circunscrita en el ámbito de la libre expresión de opiniones. Con lo que estoy muy de acuerdo, como ves en el post 🙂

      • Yo no estaba juzgando la bondad de las leyes que tenemos, sino encajar este caso dentro de una lógica digamos normal dentro de las leyes que hay.

        Lo de esa juez me parece curioso, si era así mismo. Por una parte creo que no veía insulto, porque el insulto (p.e. hijoputa) no lo quita el hecho de que se pueda comprobar que la madre del aludido es una santa. Así que da la impresión de que miraba por el lado de una información maledicente, o así. Extraño, porque poder comprobar la información no parece una buene disculpa para admitir el libelo. Invita a la juez a participar en DEE, y le damos un repaso al asunto.

        ¿No debería de haber leyes contra la difamación? Es posible, pero dudo mucho que la libertad de expresión tenga necesariamente que ser una libertad de insulto. La libertad de tránsito no suele incluir la libertad de atropello, etc. Y yo creo que es común a todas las legislaciones, al menos de nuestro entorno cultural. Con los frenos y salvedades oportunos, no veo que causen mal.

        • Hombre Plaza, no lo sé. Yo no creo que deba existir una ley así. Es mi opinión muy personal. El único caso en el que admitiría una intromisión legal es aquel en el que se puede demostrar un daño material. Me explico.

          Si el daño que causa el insulto o el libelo es meramente personal – me siento ofendido – resultará muy difícil establecer qué es aquello que ofende y qué no lo es, pues sentirse ofendido es algo absolutamente subjetivo.

          Si el daño es material, si debido a un libelo/insulto/difamación tu actividad económica (ventas, contratos) se ve disminuída, entonces sí es posible hacer una cuantificación. Que sea posible no signifia que lo sea en todos los casos, ni la cuantificación, ni la evidencia de que tus «pérdidas» se deban al insulto/libelo/difamación.

          Creo que tanto en lo personal como en lo empresarial, la transparencia y el carácter son buena vacuna contra los maledicentes.

          • Que sea difícil de cuantificar el mal, porque depende del carácter del que lo recibe, no quita que sea facilísimo apreciar el deseo de producir un daño. Que no siempre será condenable; hay defensa propia, causa justa, etc. Pero como idea general no es malo pensar que si te ha surgido la idea de hacerme daño, mejor si te lo aguantas. Y si no puedes (por ejemplo los niños), a ver si con un coscorrón te ayudamos a civilizarte. Yo lo veo muy normal.

            A ver, no te atasques con las leyes. Imagina que perteneces a un club de debates. O de canicas, me da igual. Y propones que como el club es de liberales, el insulto es libre. ¿A que no? ¿Y por qué? Porque se está mejor si el insulto no es libre. Y como no es necesario, que se joda el cafre.

            ¿Tú que haces si un hijo te insulta? Supongo que darle un sopapo. Por lo mismo, es razonable darle un sopapo al vecino del bar que te insulta. Pero no es razonable vivir a sopapos.

            Hay mil ejemplos. Y el más claro, que el insulto libre favorece a la masa cafre organizada. Vamos, es su salsa. Colau y tal.

            En resumen; disiento. Le veo todo el sentido.

            • Pues en la disensión nos quedamos 🙂

              Una ley tampoco puede censurar preventivamente, abres la puerta a que hoy sea la intención de causar daño «moral», mañana te multen por mirar raro o cosas así.

              en «mi» club de debate el que insulta es un maleducado a quien, con mucha educación, se ignora.

              Corregir la falta de educación de un hijo no es comparable a penar la misma ausencia en el vecino de barra. Es mejor cambiar de barra, siempre.

            • Diagnosticar y corregir errores del pasado es una de las caracterísiticas del hombre civilizado 😉

              Ya sabes que soy un «alegre», que no suelo fijarme en lo que hacen/piensan los demás y que me gusta pensar que lo pensado igual no está del todo pensado.

          • Míralo por el lado del que da, en lugar de por el lado del que recibe. ¿La agresión es libre? Ni de broma. ¿El insulto es agresión? Pues no hay más que hablar.

          • Es un tema interesante. En la legislación penal española, entra dentro de lo que tradicionalmente se han llamado delitos (y faltas) privados, es decir, perseguibles sólo a instancias del ofendido, y teniendo en cuenta una serie de cuestiones subjetivas, como el animus injuriandi, y la consideración de una serie de circunstancias objetivas para ponderar si el insulto es tal.

            Siempre ha sido un tema individualizado; el ofendido es una persona, o un grupo identificable de ellas, aunque hace poco se han introducido tipos especiales vistosos y mediáticos, como el de ofensa a los sentimientos religiosos. Más que discutible, y que está dando bastante la lata, hablando desde el punto de vista jurídico, claro.

            Es un tema interesante; no sé si dará para un artículo, o será demasiado técnico y aburrido…

            • Me parece un tema muy interesante. Por favor, si puedes, desarróllalo. Más que nada por las interferencias que pudiese haber respecto de la libertad de expresión, como intento plantear en el post.

            • A mi me parece muy interesante, Miguel A. No la parte de siempre, que me parece coñacillo y desarrollada con bastante normalidad hasta ahora (a pesar de Luis I), sino eso que llamas » tipos especiales vistosos y mediáticos». Más que discutible, me parece muy grave.

              Tal vez el quid está en la pamplina de lo de los sentimientos. Cuando uno insulta a una persona, el problema está en el insulto, la agresión a la persona, no a los sentimientos de la persona (aunque la agresión despierte sentimientos). Por ejemplo: -tú es que eres un sentimental, o un forofo, o un activista, lo que sea-, es una agresión a los sentimientos de esa persona, pero no a la persona. No es un insulto, ni libelo, ni leches. Y si te metes con el equipo de sus amores hieres sus sentimientos, pero no su persona. Peor, dile que su novia muy guapa no es, y puede sentirse muy herido, pero no es un insulto. Pero lo han pervertido aberrantemente con la coña de «herir los sentimientos». Y eso sí es una forma muy consciente de ataque a la libertad. Especialmente cuando los sentimientos de unos son mucho menos heribles que los de otros.

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