Algo por lo que manifestarse

A cuenta de una débil reforma laboral como la aprobada, los sindicatos han convocado movilizaciones para que el Gobierno la retire. Este movimiento puede entenderse como una toma de contacto del “sentir popular” y, en última instancia, el inicio de las movilizaciones sindicales hacia una huelga general (salvo en el caso de Madrid, donde se quiere hacer una huelga contra Esperanza Aguirre a pesar de no tener ninguna competencia en la materia).

¿Por qué? Porque, según ellos, es injusta con los trabajadores, ineficaz con la economía e inútil con el empleo.

Personalmente, a mí esa manifestación no me ha representado. Me van a permitir que les explique porqué.

Si hay algo que define esta era es la velocidad. Lo vemos en Internet, en los medios de comunicación, en los transportes y hasta cuando calentamos el café en el microondas. Y si no resulta lo suficientemente rápido, nos enfadamos. Con las empresas ocurre igual: actualmente, las empresas más rápidas accedan y se apropien antes de los nichos de mercado que las lentas (se dice que el pez grande se come al chico, pero en realidad el pez rápido se come la comida del lento). Todas las empresas confían en que sus proveedores les presten el mejor servicio posible al precio más barato posible, como así también lo quieren los consumidores. Y el mundo no va a parar. Más bien al contrario.

Todo esto, la presión constante por los resultados en el menor tiempo posible y la innovación que hace que las personas queden desfasadas, genera en muchos incertidumbre, inseguridad sobre su futuro laboral.

Planteemos la pregunta abiertamente: ¿De qué depende la entrada, permanencia y despido de un trabajador en una empresa? Por mucho que digan los sindicatos y la izquierda en general, esto no tiene que ver con la explotación del proletariado, la vuelta a la época medieval, el derecho de pernada o las leyes establecidas para evitarlo. Va de dinero.

Todos los factores habidos y por haber que responden a esa pregunta pueden resumirse en uno: hacer el trabajo de la forma que quiera el empresario y cuyo resultado final resulte suficientemente rentable para el empresario. Nada más. Si usted, yo, y cualquier persona creamos una riqueza tal que al empresario le resulte rentable, podemos estar tranquilos. Dará igual si la indemnización por despido improcedente es cero, o incluso si nos despide por motivos poco morales como el hecho de ser mujer, tener un credo o pertenecer una raza o cultura distintas: Otro empresario nos contratará. ¿Por qué? Porque la razón por la que se contrata y despide es el dinero que el empresario gane con nosotros.

En España, el salario mínimo real (es decir, el que le cuesta al empresario) es de 748,30 euros al mes, a lo que hay que añadir todos los impuestos extra que paga el empresario por esta contratación. Lo que ingrese el empresario al mes debe superar esa cantidad para que le sea rentable mantener a ese trabajador (y aquí no estoy citando otros costes y gastos, como pueden ser la luz, el alquiler del local, los pagos de deudas, etc.). Es decir, hay que generar bastante más de 750 euros al mes.

Si no se cumple este requisito, da igual que la ley ordene indemnizar con 20, 33, 45 ó 60 días el despido. Sencillamente, el empresario tiene dos opciones: o le despide o su empresa pierde competitividad, y puede perderla hasta el punto de llegar a cerrar si es incapaz de equilibrar la situación.

La izquierda en general utiliza dos argumentos para exigir la intervención en la legislación laboral:

1.- La plusvalía. Consiste en que el empresario se apropia de la riqueza creada por el trabajador. Pues bien: El empresario no se apropia de nada.

Primero, porque jurídicamente, el empresario establece un contrato en el que, se presume, ambas partes están de acuerdo (lo contrario es robo, esclavitud, etc.).

Segundo, porque esta idea desprecia la figura del empresario. El empresario es un señor o una señora, no necesariamente rica o con un poder adquisitivo elevado, que tiene una idea y monta un negocio, y que para montar su negocio tiene que ir de puerta de banco en puerta de banco pidiendo que le presten dinero. Si el negocio fracasa, este empresario puede acabar teniendo unas deudas muy abultadas y perder su casa, su coche… todo. El valor del empresario es su idea, su iniciativa y su riesgo. Y si el empresario puede perderlo TODO, ¿por qué no puede ganar todo lo que le sea posible mediante los frutos de su idea, su iniciativa y su riesgo?

Aquí tienen una explicación mucho más completa de la idea.

2.- El monopsonio. Consiste en que sólo existe un agente que ofrece empleo. Ya de por sí es un argumento falaz, en tanto que si nos remitimos a sectores económicos concretos y a zonas concretas, lo que pueden existir son oligopsonios, es decir, entre tres y cinco competidores. No obstante, se puede llegar a un pacto de caballeros entre las empresas y fijar topes salariales comunes y acordarse no robarse trabajadores.

Pero es que, en este mundo globalizado, no existe sólo una empresa. Existen millones de empresas. Y uno, en función de lo que el trabajador puede ofrecer a cada empresario, puede acceder a unas empresas o a otras. La misma España, por poner un ejemplo, forma parte de un mercado común compuesto por 500 millones de personas y 27 Estados, a los que habría que sumar países europeos a los que podemos desplazarnos libremente para trabajar y comerciar. ¿A que ya no estamos hablando de 4 o 5 empresas por región?

Eso sí, si no se habla el idioma del país (o al menos inglés con una razonable fluidez), las posibilidades de encontrar un empleo se reducen drásticamente (uno de los mayores errores que cometemos los emigrantes es creer que la tasa de paro de un país se nos aplica también, craso error).

Supongamos incluso que los argumentos de la plusvalía y el monopsonio son ciertos. ¿Por qué no se atacan directamente estos problemas? Eso nos llevaría a enfocar el problema desde dos puntos de vista: El del número de empresarios y el de la formación de las personas.

Respecto del número de empresarios, éste debería aumentar. Así, los empresarios competirían más por los trabajadores y reducirían su plusvalía para pagarles más. Lamentablemente España ve al empresario como una figura temible y enemiga, con suerte un mal necesario, y se esfuerza en tener mentalidad de funcionario o de trabajador temeroso de la ira burguesa al que sólo se le puede proteger mediante la ley.

Respecto de la formación de los trabajadores, es clave por dos razones: Primero, porque cuanto mejor formado esté, mayor será la riqueza que pueda crear y más dinero podrá ganar. Segundo, porque incluso en el caso de que entendiera que no le pagan lo que realmente puede ganar, podría irse al extranjero y trabajar gracias a que habla el idioma.

¿Qué han planteado los sindicatos (y la patronal, que los agentes sociales son dos) respecto de estas cuestiones a lo largo de las negociaciones? Nada. ¿Y qué están planteando hoy que esté relacionado con el tema? Nada. Por muy respetable que sea el derecho de manifestación, no es un argumento válido decir que se está contra la reforma laboral y no aportar algo más. Para ello debe proponerse una alternativa, y recuerdo que este Real Decreto-ley debe ser aprobado por las Cortes y que, por lo tanto, es susceptible de modificaciones a día de hoy. ¿De verdad debemos seguir pensando que las empresas deben ser menos eficientes y menos rentables y que van a mantenerse en el tiempo? ¿De verdad debemos seguir creyendo que las empresas van a mantener cientos de puestos de trabajo, no en base a criterios de rentabilidad o eficiencia, sino por el tamaño, la marca o porque los empresarios deben ser menos codiciosos?

¿Qué han hecho los sindicatos? Seguir impulsando la idea de que el dinero le llega al trabajador por Real Decreto o mediante protestas, y no por nuestra capacidad de crear riqueza. Guiándonos por esas ideas y teniendo suerte, no bajaremos del 20% durante muchos años.

Burrhus el elefante neocon
Burrhus el elefante neocon

Manolo Millón.
Licenciado en Psicología.
Máster en Dirección de Recursos Humanos.
De vuelta cuasiobligada en Málaga

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12 comentarios

  1. Ay, las cosas van muy deprisa hoy, Burrhus, tienes razón. Hemos entrado en un remolino que suerte tendremos si no se convierte en una revolución. Yo hace unos años estaba en la parra y pensaba que eso ya no era posible, por lo menos en España y durante varias décadas. Ahora ya no sé qué creer. Todo se desmorona, y lo hace muy rápido. Yo aconsejaría a todo el mundo la lectura del libro de Milan Kundera, La Lentitud, pero creo que casi todo el que lo leyera lo interpretaría de forma tal que consideraría la vida muelle como la más deseable. Y puede que lo sea, pero no la vida muelle a costa de la esclavitud de otros. Podría llegar el caso en el que las barreras a la entrada en el mercado de trabajo fueran tan elevadas que ni el muro de Berlín las igualase. A un lado decenas de millones de esclavos mendigarían las migajas que les sobrasen a los del otro lado de sus opulentas cenas. Casi todos los del lado «bueno» serían o funcionarios, o enchufados, o técnicos muy muy competentes que, por alguna razón,no emigraron al extranjero.
    Y van los pobres infelices y los listos que los aborregan y se manifiestan para que se pongan más ladrillos sobre el muro.
     

    • Pero fíjate, Germánico. La clave no es económica, con la explosión de una burbuja. Ni económica, con un país endeudado y al borde de la quiebra. Ni social, por los cinco millones de parados. Es política, porque gobierna el PP. Esto no pasa en Andalucía, y tienen un 30% de paro. Repito, un 30. Pasarán  las cosas a partir del 26 de marzo.

      Ahora mismo, la mayoría de las medidas han sido orientadas  a la dualidad. Lo que tú dices no es el Muro de Berlín, sino el Ejército de Reserva de Trabajadores al que se refería Marx. Lo curioso es que dicho Ejército no viene derivado del libre mercado, que los absorbería fácilmente,  sino de las limitaciones impuestas por el Estado. 

      A mí los aborregadores me preocupan en según qué ámbitos. En el educativo, por ejemplo. Me preocupan los tíos iluminados que se unen a la fiesta y que cometen una estupidez que acaba como el Rosario de la Aurora. Porque la mayoría, lo que es la mayoría que va a votar, no la tienen.

      • Ya se sabe que cuando gobierna la derecha hay barra libre de protestas. Pero es que están empezando muy pronto y cuando apenas han hecho nada. Si hicieran la reforma laboral que algunos deseamos habría habido mucha más violencia en una espiral creciente hacia…..nunca se sabe qué.

        • Tiene gracia. Tú imagínate que se ponen a explicar lo que van a hacer. Y explicándolo, resulta que no quieren hacer daño a nadie. Curiosamente, al no dañar a nadie, están dando las razones por las que la reforma será inefectiva. Con lo cual, quien les presta el dinero para no bajar el déficit a cero de golpe no lo haría más. Con lo cual, no aumenta el riesgo de quebrar. Salvo por el hecho de que la reforma laboral tampoco ataja los problemas que tiene la legislación del ramo. En fin, que esto es un cachondeo que no entiende nadie. 

          ¿Las protestas? Están forzando la máquina. Eso es todo. Ahora, a corto plazo, la contratación de gente sin nada se ha vuelto muy golosa. Pero es una cuestión de oferta y demanda. Eso no se arregla con la reforma propuesta.

  2. Lo insostenible que es el argumento sobre el despido libre que dicen los sindicarios, no se entiende cuando, por ejemplo, en el chiste que citas sobre la productividad y la codicia del diario el país. ¿Si según el socialismo el empresario es un explotador, porque hay que proteger al trabajador del despido? 

  3. Lo tengo enlazado en el artículo, Cara de palo. Yo tengo alguna divergencia (no tengo aquí el material que necesito para aclararme las dudas), pero van por ahí los tiros. Es decir, una pasta gansa que el español medio  no genera ni de broma.

  4. Una cosa interesante del los sindicaros  (quería decir sindicatos, pero creo que se va a quedar con sindicaros por lo que nos cuestan) españoles, y que parece que todavía no se han enterado es que vivimos en la Unión Europea.

    Aunque estamos inmersos en la mayor economía planificada desde la caída de la URSS, si tenemos una gran movilidad de mercancías, capital y  trabajadores dentro de la misma. Eso implica que la riqueza se puede generar y transportar fácilmente de una zona a otra de la UE. Y si resulta que para el empresario es más fácil generarla en Polonia o Alemania lo va a hacer.

    Otra cosa, que parece que los españoles no nos enteramos es que lo de colocares en un puesto para toda la vida se ha acabado, al menos en la empresa privada. Los que curamos en la misma , tenemos que dar valor añadido, sino , santas pascuas.

    La mentalidad sindical, por otra parte, está muy metida en la sociedad española. No en vano, más del 50% de los universitarios quieren ser funcionarios. 

    • Es el 70% de los españoles quienes quieren ser funcionarios, Drizzt. ¿Qué dato es peor? ¿El tuyo o el mío?

      Me hace gracia un argumento sindical diciendo que no quiere un país con unas condiciones laborales como las chinas. Yo siempre digo que no hay que irse tan lejos, Polonia está ahí al lado y pronto lo harán mejor que nosotros.

      Por desgracia, me he dado por vencido. No tengo ninguna esperanza en España o sus gentes.  

      • La legislación laboral española es responsable directa de las sangrías de paro que se producen cuando cambia el ciclo económico.  Esto, parece ser que sólo lo tienen claro cuatro gatos y medio.

        El problema del sindicalismo español es que no se entera de un hecho muy importante: Los puestos de trabajo los crean las empresas privadas. Y que cuanto más se destruyan, muchas de ellas porque no pueden ajustar plantillas o por el corsé que suponen los convenios colectivos, acaban cerrando. Los cálculos de las que han cerrado en esta crisis ronda las 150000.

        No tengo demasiada esperanza en que los españoles comprendan lo anterior (sólo tengo que ver alguna de las frases lapidarias de los supuestos «intelectuales» por Twitter). 

        Tampoco tengo mucha esperanza porque en España somos alérgicos a la competencia, ninguneamos el esfuerzo personal y estamos rodeado de mediocridad. Eso sí, luego nos creemos los reyes del mambo y culpamos de todos nuestros problemas a todo el mundo, menos a nosotros mismos.

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