Propuestas vagas y dispersas

La pasada semana, sobre todo en su tramo final, incurrí en la demencia, reconocida de antemano, de hacer propuestas vagas y dispersas. Sabía que era fútil todo intento de modificar las conciencias con ese espíritu entre serio y bromista, con esos contenidos entre lo práctico y lo utópico. Esta semana Desde el Exilio volverá a la normalidad, con las valiosas y rigurosas aportaciones de sus participantes más experimentados y/o técnicos, o, en todo caso, con el silencio, en caso de que no tuvieran tiempo o ganas de hacer dichas aportaciones. Yo tengo que descansar de mi mismo y dejar que los demás descansen de mi omnipresencia (cuando estoy). Al menos una semana.

Cambiar un status quo político demencial como el de este país, vestido de gala y acompañado de rituales refrendados por grandes masas humanas y comportamientos serenos, discursos aparentemente coherentes, y rostros serios, con poca concesión al humor, no sé todavía lo que requiere. La impotencia nos puede hacer gritar, clamar en el desierto de nuestra miseria. Y probablemente muchos miembros de la plebe  lo encuentren como algo muy pintoresco y quijotesco, algo de lo que reírse mientras fuman alguna sustancia, como el comentarista anónimo de mi post Huelga de Paro.

Así se reían los personajes del Mundo Feliz Huxleyano, felices con su soma -o droga para un estado de drogadicción permanente- de su protagonista, que acabó colgado…en un molino, lugar contra el que chocaban los ideales del Quijote.

Mi propuesta del voto negativo dio lugar a un interesante debate, en el que se tocaron varios palos, hasta que llegó Cara de Palo a dar el palo definitivo: la idea no era nueva, incluso se había hecho un trabajo estadístico (de mayor o menor representatividad, pero cuyos datos arrojaban un resultado que, de traducirse en el resultado de unas elecciones generales, terminará por convertir un país en vías de subdesarrollo en un erial dónde no puede crecer vida económica ni buena hierba alguna: acaso cannabis, para que los del partido por la legalización del porro fueran «felices»).

La conclusión que saco de todo esto es que ni los llamamientos a la sensatez y al respeto de los principios que se dicen defender, si median los intereses y las prebendas, ni las propuestas desesperadas tienen el menor efecto. Exactamente eso: como gota de agua en el océano o grano de arena en el desierto uno debe dejarse llevar por los grandes números y no hacer nada, excepto ser un mero espectador, y acaso reírse o llorar ante el drama y la comedia que se representen en la escena. ¿Qué puede hacer una célula del cuerpo contra un cáncer que va a acabar con todo él -siendo ella no más que una víctima entre muchas de una hecatombe?

Los franceses se han burlado de nosotros. Cuando al director de las jiñadas (llamadas guiñoles) del Canal Pus francés le preguntaron por el asunto, se refirió a que nuestro único motivo de orgullo eran nuestros deportistas, que nuestra economía no estaba dopada y protestábamos porque estábamos en crisis. El porrero que se reía de mi Huelga de Paro puede comprobar cómo los galos se mofan de nuestra seriedad. Ya se sabe que hay mucho galo gilipollas, pero sobre todo gilipollas engreído. Pero eso no quita que seamos el hazmerreír del mundo, por mucho Nadal que tengamos.  Y eso nos lo hemos ganado a pulso, primero votando a ZP dos legislaturas seguidas, luego con un sistema judicial que no hace justicia, ni siquiera en el mayor atentado de Europa, el infausto 11-M, cuyos perpetradores siguen sus vidas felizmente, seguramente ocultos entre los poderosos, y luego con los payasos oficiales, esos que ganan pasta por sus payasadas, haciendo propaganda de los contravalores en los medios. Fumad porros, colocaos, amigos, hay que divertirse, carpe diem, a largo plazo todos muertos, descapitalicemos, es decir, cortemos nuestras propias cabezas en las aras del socialismo, ese compañerismo espurio que en las altas esferas lleva al amiguismo, al nepotismo y al tráfico de influencias y en las bajas a la pobreza enganchada a drogas duras o a la nueva generación de antidepresivos.

En este contexto mi cuento kafkiano tiene un realismo que a kafka le hubiera conmovido. Su protagonista tiene alucinaciones, como los que ingieren drogas en exceso, y tiene esquizofrenia en dos sentidos del término: la clínica y la resultante de un cerebro dividido en dos bandos irreconciliables.

Los corderitos del rebaño de bienpensantes amantes de la naturaleza y de la humanidad sólo tienen que votar en las elecciones y gozar de una buena salud psicológica mientras a su alrededor todo se derrumba. La decadencia tiene sus agentes activos, y también tiene que tener su rebaño pasivo, masa fundamental a la que se le puede llamar pueblo. Toda termita necesita madera. Más madera. Pero este pueblo no es, desde luego, el pueblo elegido, y no será capaz de atravesar las aguas del mar rojo. Su Dios no es el dinero, es otro peor: la pereza. Será conducido al redil cada vez que de él salga, y tratado como el ganado es tratado, como el ganado, lo sepa o no, merece ser tratado. Y que me disculpen los defensores de los animales, animales también ellos, que no saben defenderse a sí mismos. Estepaís es una mierda de granja orwelliana.

Me retiro un rato a mis aposentos. Bueno, al ala norte de mi choza.

Germanico
Germanico

No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.

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6 comentarios

  1. El idiota moral sería algo así como una persona con una formación mediocre que cree tener ya suficientes elementos de juicio para valorar las grandes cuestiones que suscitan la sociedad y el trato humano y se mete a opinar en política con fuertes convicciones, empezando por la de que tiene la razón y la verdad de su parte. Yo he sido idiota moral. En ocasiones soy idiota moral. Pero habitualmente procuro estar alerta contra mi idiota moral, porque su principal baza es el ir disfrazado de sabio imperturbable.

    • Yo veo la democracia directa como un ideal inalcanzable, dada la complejidad de las instituciones y organizaciones que forman la sociedad humana. Pero si se me ocurriera alguna fórmula que la hiciera posible, me pregunto si querría ser responsable de hacerla pública.

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