El hombre como medida del hombre (entrevista a Roy Baumeister)

Las personas que cometen actos malvados tienden a verse a sí mismas como las víctimas de aquellos a quienes persiguen. La Naturaleza del Odio. Robert J. Sternberg y Karin Sternberg. Editorial Paidós.(cita tomada por los autores de Roy Baumeister).

Nuestra autoestima, esto es, el grado en que nos valoramos a nosotros mismos, requiere, como cualquier otra evaluación, de una piedra de toque con la que establecer una comparación que arroje un resultado positivo o negativo.

Con una unidad de medida adecuada, como es el metro, podemos comparar dos distancias entre dos distintos puntos, y concluir que una es mayor que otra. Con nuestra estima, el metro que habría que aplicar sería el de los logros y aptitudes de quienes nos rodean. No resulta por ello tan fácil en este caso el cálculo de valores y diferencias, dadas nuestras complejas psicologías y comportamientos y las múltiples facetas a las que los aplicamos. Pero ciertamente por debajo de todas nuestras actividades diarias se encuentra la verdad última de la necesidad, del instinto de sobrevivirnos como personas y como grupos. Si dispusiéramos de un sociómetro ideal (tomo el término de nuestro hace tiempo entrevistado Mark Leary y Roy Baumeister) podríamos medir el nivel de autoestima, a partir de ciertas variables del comportamiento, la cognición y los logros de las personas, en relación con su éxito o fracaso relativos dentro del grupo humano al que pertenecen y en relación a los imperativos básicos de la supervivencia personal y en grupo.

Por mucho que saquemos pecho ante el espejo en una habitación vacía, lo que necesitamos para sentirnos mejor y valorarnos más positivamente son relaciones sociales con una valencia positiva y con un alto grado de compromiso, así como la apertura a nuevas relaciones potencialmente fructíferas y evitación de aquellas otras que puedan resultarnos perjudiciales. De estas últimas quizás un ejemplo sean las de tipos solitarios que contagian su soledad (véase al respecto la entrevista al neurocientífico social John Cacioppo).

El ser humano es un ser social, cosa que nadie puede discutir, pues al hacerlo ya estaría siendo social, con su disputa y su lenguaje. Pero también en un ser grupal, y al distinguir entre social y grupal lo que hacemos es establecer nuevamente una valoración basada en un «metro», el número de personas con las que uno puede tratar sin que entremos de lleno en la sociedad de masas y la absoluta impersonalidad. Ya el antropólogo Robin Dunbar nos habló de sus 150 personas, en la entrevista que le hicimos, cifra sacada de estudios comparativos de los neocortex de distintas especies primates y sus tamaños grupales. Válganos este número o no, que es en cualquier caso meramente aproximativo, el hecho es que no somos tan sociales como para relacionarnos con cualquiera y de cualquier forma con absoluta naturalidad -nuestra naturaleza impone restricciones al respecto. Evolucionamos en grupos relativamente pequeños, posiblemente con un número como el que Dunbar indica, aunque quizás variando algunas decenas arriba o abajo. Así nos hicimos animales grupales, y en eso reside gran parte de lo que biológicamente tenemos de sociales.

En el lejano pasado en el que todos nuestros ancestros eran cazadores-recolectores la exclusión del grupo constituía un mal irremediable. Así nuestra autoestima evolucionó como un sociómetro (pueden leer más detalles en el documento enlazado de Luis Gómez Jacinto, del que tomo la última frase, página 10) Esta es, en última instancia la propuesta que hicieron Leary y Baumeister, señalando de paso la necesidad de pertenencia al grupo que es inherente a todos nosotros.

Pero el sociómetro funciona en el grupo. Aunque los seres humanos busquen el aprecio y el logro, dentro de nuestras grandes sociedades, en la fama o el poder a gran escala, siguen necesitando un núcleo duro de afecto y una referencia cultural, familiar y de amistades íntimas a la que aferrarse. Siguen necesitando el grupo reducido del pleistoceno.

Y la gran mayoría de las personas que no se proyectan tan alto dentro de las sociedades masificadas e impersonales en las que vivimos, que a lo más que pueden aspirar es a los 15 minutos de fama de los que hablaba el extravagante artista Andy Warhol, tienen por referente único y fundamental, en su vida diaria, a los más allegados que le toquen en suerte en la lotería genética, social y cultural, y con ellos deben conformarse y, lo que es más importante, medirse.

Aquí hago una digresión política. En el plano cultural de hecho ha habido una auténtica rebelión por parte de grupos que aspiran a proteger sus costumbres más o menos ancestrales y más o menos artificiales, a través de los mecanismos políticos establecidos en las sociedades democráticas o bien, en el peor y desgraciadamente el más habitual de los casos, a través del uso de la violencia. Las sociedades cerradas de las que en su día hablo Popper hacen la guerra a la sociedad abierta desde dentro, intentando boicotear su desarrollo.

La artificialidad de las costumbres defendidas está en relación directa con la pérdida, en gran parte de los casos, de los lazos originales del grupo -al aumentar enormemente el número de sus integrantes- y su sustitución por otros más políticos, pero el carácter de grupo está de forma natural más en la mente de quienes lo forman que en el número y tipo de lazos establecidos.

En cierto modo se llega a un enfrentamiento entre la sociedad moderna y algunos de los grupos por ella absorbidos, que aspiran a una vuelta a la naturaleza y al socialismo de la tribu. El otro, es decir, el que está fuera del círculo cerrado de las costumbres del grupo de referencia, es visto estereotipada y prejuiciosamente, es el enemigo, es, llevado al extremo, el mismo mal.

Baumeister ha reflexionado sobre nuestra malicia en sus diversas manifestaciones, escarbando en nuestra psique, como buen científico de la mente, las raíces del mal. Por supuesto la expuesta arriba no es en absoluto la única raíz, ni sus trabajos con Leary y sobre las raíces del mal los únicos de su larga trayectoria, como podrán comprobar en la entrevista. Este 1 de Septiembre publicará, junto con John Tierney, un nuevo libro, cuya portada hemos puesto más arriba.

El Profesor Baumeister ha tenido la amabilidad de respondernos unas preguntas, cuya traducción al inglés revisó José Miguel Guardia y cuyas respuestas tradujo al castellano Marzo Varea. La entrevista original en inglés la tienen en La Nueva Ilustración Evolucionista.

1. En sus propias palabras, ningún tema es más interesante para las personas que las personas.  Además, para la mayoría de las personas la persona más interesante es uno mismo.  ¿Cuán egocéntricos somos?   ¿Cuánto nos influye la imagen que tienen de nosotros otras personas?  En su opinión, ¿cuáles han sido para nosotros las ventajas de esta perspectiva centrada en uno mismo, tanto desde un punto de vista evolutivo como actualmente?

Personalmente, yo encuentro a otras personas más interesantes que a mí mismo. Por supuesto hay razones prácticas para estar interesado en uno mismo, para poder ocuparse de problemas, etcétera. Pero para mí la investigación es un modo de explorar mentes y vidas muy diferentes de mi propia experiencia.

La evolución ciertamente favorece el egocentrismo, aunque sólo sea porque es más sencillo y por tanto más prevalente. La mayor parte de las criaturas no humanas son prácticamente incapaces de entender la perspectiva de cualquier otra. Así que la capacidad de salir de la propia mente y entender cosas desde el punto de vista de otra persona es una capacidad nueva y presumiblemente frágil que hemos desarrollado los humanos. Ha hecho a los humanos capaces de compartir información y cooperar de maneras nuevas y potentes. En ese sentido, es una importante base de la cultura, que es la estrategia biológica de los humanos.

2. ¿Qué significa para un psicólogo social la frase «ningún hombre es una isla»?   ¿Qué clase de adhesivo nos mantiene juntos en grupos sociales?

En todos los lugares de la tierra, los seres humanos eligen vivir en grupos, típicamente construyendo mundos sociales con grupos pequeños caracterizados por relaciones continuadas. Esto es lo que hemos evolucionado para hacer. No hemos evolucionado para arreglárnoslas solos, sino para formar estos grupos que no son sólo sociales sino también culturales: comparten información, desarrollan sistemas con papeles complementarios y en interacción, cooperan para lograr cosas juntos, etcétera.

Estar solo en el mundo, o aun simplemente ser solitario, tiende a ser uno de los más potentes predictores de toda suerte de problemas físicos y psicológicos. Asimismo, el confinamiento solitario es uno de los castigos más opresivos y crueles.  La mente humana simplemente no está diseñada para la soledad. 

En mi libro «El animal cultural: la naturaleza humana, el significado y la vida social» desarrollo la idea (basada en hallazgos de laboratorio de psicología social) de que los rasgos específicamente humanos son adaptaciones para hacer posible la cultura.  La cultura es la estrategia biológica de la especie humana.  En otras palabras, así es como nuestra especie resuelve los eternos problemas de la supervivencia y la reproducción: creando cultura y trabajando con su información y sus sistemas. 

3. ¿Cuáles son sus opiniones sobre las raíces del mal?  ¿Por qué nos hacemos daño mutuamente con tan persistente regularidad?  ¿Es el mal, en algún tortuoso sentido, el reverso tenebroso del bien?

En mi libro «El mal: la violencia y crueldad humanas por dentro» he concluido que hay cuatro amplias raíces del mal.  Una es que la agresión a menudo es útil: es un modo de reducir conflicto y conseguir lo que uno quiere. Otra es el egotismo amenazado: las personas tienen opiniones favorables de sí mismas y buscan mantenerlas. Cuando alguien desafía estas opiniones favorables, las personas se revuelven contra quien lo hace. Esto, por supuesto, es contrario a la sabiduría convencional de que la baja autoestima causa la agresión, pero creo que es mucho más compatible con la gran cantidad de evidencia empírica.

La tercera raíz del mal es el idealismo.  Tristemente, muchas personas recurren a medios violentos para conseguir lo que consideran objetivos positivos, deseables, como hacer del mundo un lugar mejor, defender sus ideales políticos o religiosos, o deshacerse de personas que consideran malvadas.  Esto es generalmente colectivo, pero ha traído algunos de los mayores baños de sangre de la historia del mundo. Después de todo, los nazis y los soviéticos y los comunistas chinos estaban motivados todos por ideales positivos y una visión del maravilloso mundo que iban a construir.  Las guerras de religión, asimismo, han sido a menudo brutales a pesar de sus muy idealistas motivos.

La última raíz es el sadismo.  Es mucho menos prevalente que las otras tres, creo, pero puede ser enormemente cruel.  Algunas personas aprenden a disfrutar infligiendo dolor y sufrimiento a otras y lo hacen por la satisfacción que les procura. 

Esas son las causas profundas.  Es difícil cambiarlas.  Por otra parte, la causa próxima (en contraste con la causa remota, profunda) de mucha violencia es un fallo de los frenos y del autocontrol.  La mayoría de las personas refrena la mayoría de sus impulsos agresivos y violentos. 

Yo empecé mi libro con la pregunta clásica «¿Por qué hay mal?», pero una vez que vi todas las causas que incrementan la violencia hube de formular una segunda pregunta, a saber: «¿Por qué no hay más mal que el que hay?»  Y la respuesta es que por la mayor parte las personas refrenan e inhiben sus impulsos violentos.  Cuando fallan esos frenos, la violencia aumenta.  La violencia empieza cuando cesa el autocontrol.  Mejorar el autocontrol parece un modo mucho más viable de reducir la violencia que eliminar las causas profundas. 

4. ¿Cuáles son los factores esenciales de la evaluación social que hacemos de nosotros mismos?  ¿Que determina nuestra autoestima?

La teoría del sociómetro subraya que la autoestima está ligada a la aceptación social.  Esto es, la autoestima depende de cuánto piensa uno que es la clase de persona que otras querrán incluir en sus grupos y relaciones.  Esto incluye ser atractivo, amistoso y agradable, pero también ser competente y moral. 
Pero esto no es todo.  La autoestima depende también de logros y dominancia, y tal vez del ejercicio de control.  Lo más probable es que haya otros factores además.

Las autoevaluaciones se basan en parte en realimentación que recibimos de otras personas.  Pero las personas no son simplemente receptáculos de opiniones ajenas.  Procesan muy selectivamente, y a veces defensivamente.  Así que el concepto de uno mismo es producto tanto de realimentación social como de procesamiento interno. 

5. En general, cuando nos obsesionamos con hacer o no hacer algo acabamos sucumbiendo a las tentaciones que intentábamos evitar (pasividad o abuso).  ¿Cuáles son las claves del autocontrol?

En primer lugar, ¡permítame decir que el cuadro no es en absoluto tan sombrío como sugiere! Las personas a menudo tienen mucho éxito en resistir tentaciones.  El autocontrol es muy efectivo.  Ocurre simplemente que los fracasos destacan.  

Para poner las cosas en perspectiva, tenemos un estudio reciente con muestreo de experiencias realizado por Wilhelm Hofmann y colaboradores.  Cuando las personas no resisten a un deseo o impulso, lo ejecutan aproximadamente el 70% del tiempo.  (A veces uno puede fracasar en hacer lo que quiere aun si no resiste; por ejemplo, las oportunidades pueden desvanecerse por razones externas).  En contraste, cuando resisten a sus deseos los ejecutan sólo el 17% del tiempo.   Así que un modo de contemplar esa diferencia es que el autocontrol reduce dramáticamente la tasa de ejecución de los impulsos: del 70% al 17%.  Esto indica un enorme papel del autocontrol, y un alto grado de éxito.  Aun así, ese 17% puede causar muchos problemas. 
En cuanto a la pregunta de cuáles son las claves del autocontrol, mucho se trata en mi nuevo libro, «La fuerza de voluntad: redescubriendo la más importante fortaleza humana» (coescrito con John Tierney, a publicarse el 1 de septiembre de este año).  Brevemente, hay tres partes principales.  En primer lugar, la persona ha de adoptar estándares claros de autocontrol.  Es decir, hay que tener objetivos claros de lo que se supone que debe conseguir el autocontrol.

En segundo lugar, es importante prestar atención y llevar cuenta de la conducta que se supone que hay que controlar.  Por ejemplo, las personas comen más y beben más cuando no prestan atención.  En contraste, cuando se ponen a dieta a menudo llevan cuidadosos registros de qué comen y cuántas calorías consumen.  Prestar atención y comparar la realidad con el estándar son partes vitales de un autocontrol efectivo. 
En tercer lugar, se necesita fuerza de voluntad.  Las personas tienen una cantidad limitada de energía que se pueda canalizar hacia el autocontrol.  Otras actividades también drenan esta misma energía.  Por ejemplo, la toma de decisiones usa fuerza de voluntad, que es por lo que el autocontrol puede fallar después de que una persona se ha esforzado mucho tomando decisiones. 

6.  La psicóloga de Stanford Carol Dweck cree que deberíamos alabar el esfuerzo más bien que la inteligencia, ya que alabar esta alienta la conformidad mientras que alabar aquel refuerza la tendencia a arriesgarse a errar, y es mediante los errores como mejor aprendemos.  Sabemos que ha investigado usted en esta área.  ¿Qué piensa usted que debría alentarse para explotar plenamente las capacidades de aprendizaje de los seres humanos?

Mi mentor, Edward E. Jones, también escribió extensamente sobre la cuestión del esfuerzo frente a la capacidad.  El esfuerzo es controlable y puede cambiarse, mientras que muchas capacidades (como la inteligencia) están fijadas.  (Aunque Dweck cree que es mejor pensar en la inteligencia como mutable, si entiendo su trabajo correctamente).  Sin embargo en nuestra sociedad premiamos la capacidad.  Como dijo Jones, ¿preferiría usted ser conocido como una persona brillante pero algo perezosa, o como una persona trabajadora pero estúpida?  La mayoría de las personas preferirían lo primero. 

En cualquier caso, por lo que sé ha habido muy poco éxito en cambiar la inteligencia a largo plazo, así que no tiene mucho sentido alabarla.  Alentar el esfuerzo es mucho más valioso e importante. 

7. ¿Hasta qué punto muestran sus estudios que la gratitud es una convención social, o, menos eufemísticamente, una forma de hipocresía?

Hace algún tiempo publiqué un estudio en el que los sujetos escribían sobre un gran logro personal.  En la condición pública, los participantes esperaban leer sus relatos en voz alta ante un grupo.  En la condición privada, los entregaban anónimamente.  Hallamos que en la condición pública los sujetos agradecían profusamente a otras personas por ayudarles y contribuir a su éxito.  En la condición privada, hubo muy poco de esto.  Etiquetamos este hallazgo de «gratitud superficial» porque los sujetos no parecían honrar sinceramente a otros sino que les mostraban gratitud como una concesión a las normas públicas. 

Sin embargo, sí que existe la gratitud genuina.  Yo sé que recuerdo largamente a personas que me han ayudado y hecho favores, y les guardo un elevado aprecio y lealtad.  Además, trabajos recientes en psicología positiva han mostrado que los ejercicios de gratitud, como dar las gracias a personas importantes e incluso simplemente reflexionar sobre las cosas por las que uno ha de estar reconocido, contribuyen de forma duradera a la felicidad y el bienestar.  La gratitud es un rasgo que es importante y deseable cultivar. 

8. ¿Qué diferencias fundamentales halló usted entre varones y mujeres en sus profundos estudios de la conducta sexual?

Hay muchas diferencias, algunas fundamentales y otras no tanto.  Uno de los hallazgos originales de mi trabajo fue la diferencia de «plasticidad erótica».  Esto es, el impulso sexual femenino responde mucho más que el masculino a influencias sociales, situacionales y culturales.  O, para decirlo de otra manera, los teóricos han discutido mucho tiempo sobre cuánto del impulso sexual es naturaleza y cuánto cultura, y mi conclusión es que la respuesta depende del género.  El impulso sexual masculino es más natural, el femenino es más cultural.  La sexualidad de las mujeres tiende a ser fluida y cambiante, a lo largo de la vida y en diferentes circunstancias.  La sexualidad de los varones cambia mucho menos. 

Otra diferencia es simplemente la fuerza del impulso sexual.  Publicamos un artículo de revisión hace algunos años que combinaba los resultados de docenas de estudios.  Prácticamente todos los estudios y todas las medidas hallaban que los varones tienen deseos sexuales más frecuentes que las mujeres.  Esto puede contribuir a la diferencia en plasticidad: un impulso más débil es más susceptible a las influencias modeladoras y civilizadoras de la cultura que un apetito incesante y potente. 

Estas diferencias forman la base de la teoría que hemos desarrollado Kathleen Vohs y yo, y que llamamos «economía sexual».   Aplicamos principios económicos a la conducta sexual.  Brevemente, el sexo opera como si las mujeres fuesen la oferta y los varones la demanda.  Por esto la sexualidad femenina tiene valor de cambio y la sexualidad masculina no.  Los varones generalmente dan cosas a las mujeres a cambio de sexo: regalos, amor, respeto, atención, y a veces incluso dinero u otros beneficios materiales.  Cuánto dan (el «precio» del sexo) fluctúa con la oferta y la demanda, entre otros factores.  Así, cuando hay muchas más mujeres que varones las normas sexuales tienden a ser permisivas, con abundante sexo premarital y extramarital, y las mujeres no obtienen mucho a cambio.  Cuando hay más varones que mujeres las normas tienden a ser restrictivas y mojigatas, con poco sexo premarital o extramarital, y los varones deben contraer importantes compromisos para empezar una relación sexual. 

9. ¿Dónde están los límites de la racionalidad humana?  ¿Qué es realmente sapiens en el Homo sapiens?

Oí una vez a Daniel Kahneman resumir esto muy bien.  Es conocido por haber proporcionado una potente crítica de la racionalidad humana, especialmente en las decisiones económicas.  Lo que él decía era que los seres humanos somos racionales, sólo que incompletamente.  Esto me parece del todo correcto.
El filósofo Davidson escribió una vez en un famoso artículo que la racionalidad es un rasgo social, y sólo los comunicadores la tienen.  Creo que esta es una profunda intuición que los psicólogos sociales deberían considerar más.  Las personas aprenden a pensar en virtud de sus interacciones sociales, y en verdad el entender a otras personas y otros puntos de vista puede ser una parte vital de la capacidad de pensamiento racional, que incluye analizar diferentes opciones y compararlas mediante la lógica.

La psicología social ha tendido a estudiar conductas irracionales y a esforzarse en buscarlas.  Hay discusiones sobre si son realmente errores y actos irracionales, o meramente basar las acciones en criterios diferentes. 

Mi trabajo ha mostrado un interés duradero en la conducta contraproducente o autodestructiva.  Para mí es un modo estupendo de observar los límites de la racionalidad humana.  Si la racionalidad es la búsqueda del interés propio ilustrado, entonces la conducta autodestructiva es la esencia de la irracionalidad.  En mi estudio de la literatura de investigación, la autodestrucción es rara vez buscada por sí misma.  Más a menudo las raíces de una conducta contraproducente están en transacciones, especialmente en cosas señaladas por ganancias a corto plazo con costes a largo plazo.  (Por ejemplo, fumar cigarrillos es contraproducente, pero las personas no fuman porque quieran contraer cáncer;  más bien buscan los beneficios a corto plazo, como el pacer de fumar, y arriesgan los costes a largo plazo, como la enfermedad).

Otra fuente de conducta contraproducente es seguir estrategias que fracasan.  El proceso de toma de decisiones de las personas puede quedar distorsionado, de modo que continúen siguiendo estrategias que no están funcionando.  Y otra fuente de de conducta contraproducente es el fracaso de la autorregulación. 
En términos del pensar, la mente usa muchas diferentes clases de información, no siempre las cosas mejores y correctas.  Así que las personas cometen errores, y estos contribuyen a la conducta irracional. 

10. ¿En qué trabaja ahora? ¿Cuál es en su opinión el mayor misterio del ser humano?

Ahora estamos buscando extender mi trabajo sobre el autocontrol a una comprensión más amplia del libre albedrío.  También me he estado esforzando mucho en entender para qué es el pensamiento consciente, porque en décadas recientes ha habido abundante investigación que sugiere que el inconsciente hace algunas cosas mejor que el consciente.  Tenemos en curso algunos proyectos estupendos sobre la emoción, incluida la idea de que la emoción puede crear «ilusiones de aprendizaje»:  las personas creen que han aprendido mucho simplemente porque han experimentado emoción.  También he seguido estudiando el rechazo interpersonal y la necesidad de inclusión, mientras estudiamos los efectos de quedar excluido de grupos sociales.   Estoy también trabajando en algunos proyectos sobre cómo se orientan las personas hacia el futuro y cómo ajustan su conducta basándose en el futuro más bien que en el pasado.

En cuanto al máximo misterio, es difícil escoger uno.  Tal vez la consciencia merece llamarse el más grande misterio, porque es difícil entender cómo cosas físicas como el cerebro humano pueden crear experiencia subjetiva.   También me ha fascinado largo tiempo la gran cuestión de cómo causa conducta la cultura.  Aquí también se cruza la frontera entre lo físico y lo no físico, porque la cultura no es una cosa física, mientras que la conducta sí lo es; así que si aceptamos que la cultura puede causar conducta estamos diciendo que los eventos físicos pueden sufrir la influencia de cosas no físicas.  La cuestión relacionada de cómo cambian las culturas siempre me ha parecido una de las más grandiosas de todas las ciencias sociales.  Las culturas están cambiando constantemente, pero de muhas maneras diferentes, algunas interrelacionadas, otras independientes entre sí.  Si pudiésemos captar cómo cambian las culturas, podríamos ser más capaces de prepararnos para nuestro futuro colectivo como seres humanos.  ¡Eso sería de gran ayuda para la especie humana!

Germanico
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No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.

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7 comentarios

  1. Me llama la atención que no haya mencionado la falta de empatía cuando habla de las raíces del mal; yo creo que es fundamental. Ese factor, además,  es perfectamente compatible con los otros factores mencionados.
     
    El tema de la «economía sexual» es muy interesante también, y suele conducir a conclusiones que ponen en cuestión ideas muy extendidas en nuestra época. Baumeister no lo dice, pero se lee entre líneas. Por decirlo claramente: ciencia y feminismo son incompatibles.
     
     

    • Sí, Cara de Palo, se lee muy bien entre líneas. Pero no tiene nada de especial que ciencia y feminismo no coincidan mucho. El feminismo es una ideología, y por tanto una revelación sobre cómo debería de funcionar el mundo, y la ciencia solo trata de averiguar cómo funciona en realidad.

    • Si yo hubiese de defender el sistema de cuatro raíces de Baumeister, diría que la falta de empatía encaja más bien como fallo de un freno.

  2. Supongo que gran parte de esa aparente contradicción que señalas, Plazaeme, quedará razonablemente explicada en su nuevo libro, que sale ahora en EEUU (confío en que se traduzca al castellano) sobre la fuerza de voluntad. Baumeister atribuye un gran poder a la misma, a lo que se conoce también por su aparente reverso, el auto-control.  Fuerza de voluntad sugiere una fuerza que empuja, mientras que autocontrol sugiere una que se opone a las fuerzas que empujan, pero que es, asimismo, una fuerza.

    Para Baumeister, está claro que el auto-control es la clave de la fuerza de voluntad.  Esta fuerza de autocontrol se aplica una vez sopesadas las diversas opciones con la lógica -claro está, si hay tiempo, si uno no se distrae, etc.

    A mi me ha gustado lo que ha dicho sobre la energía disponible para este auto-control. En efecto, todos disponemos de una cantidad determinada de energía psíquica (no se me vaya a entender esotéricamente) que proviene del cuerpo. Si uno está muy cansado o estresado resulta mucho más difícil mantener el control sobre los propios impulsos, y, de lograrse, se hace a costa de un colapso mayor del sistema nervioso, lo que puede conducir  a fenómenos como la depresión, etc.

    En cuanto al mal, explicarlo no lo hace menos malo, pero comprender las cosas siempre nos ayuda -al rodearlas y atraparlas con la mente. a tener una mayor sensación de control sobre ellas, y a verlas con una perspectiva y dimensión diferentes.

  3. Muy interesante. Pero qué curioso enfoque de la racionalidad. Por una parte lo relaciona con «analizar diferentes opciones y compararlas mediante la lógica». Por otra relaciona la irracionalidad con lo autodestructivo. No casa. O una, u otra.
    Uno puede tomar una decisión acertada conducente a lo autoconstructivo, sin que en la decisión haya intervenido para nada el «analizar diferentes opciones y compararlas mediante la lógica». O si ha intervenido, lo ha hecho con mucho menos peso en la toma de decisión que otros factores.
    Que seamos capaces de razonar no quiere decir que la razón sea nuestra principal herramienta en la toma de decisiones. Quiere decir que es una de las herramientas. Luego habrá que medir, y no es nada fácil. Y se puede sospechar que no empezamos en blanco, sin nada del chimpancé. No estaríamos aquí. Pero el chimpancé toma decisiones todo el rato, en general sin el menor apoyo en el raciocinio. No entiendo.
    Pero me ha encantado lo del mal. Me gusta la heterodoxia de la segunda raíz, y la tercera me ha llegado directamente al alma. Mi obsesión. Tal vez me falta otra raíz amplia. El mal de grupo. Pero puede ser una especialización de la primera. Conseguir lo que se quiere, solo que en este caso es lo que se supone que «quiere» el grupo. Yo creo que la violencia por objetivos o por conflictos de grupo es más frecuente, porque tiene menos frenos. Educamos a frenar el «yo», pero muy rara vez a frenar el «nosotros». Incluso suele estar muy mal visto, y te tachan de raro.
    Gracias.
     
     

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