Nuestra civilización en peligro. Parte I.

¿Por qué esta crisis no es una más? ¿De verdad está en peligro nuestra Civilización?

El socialismo no consiguió imponerse en Europa Occidental ni en USA por medio de revoluciones. Sin embargo la Gran Depresión de los años 30 y su falsificación histórica, pretendiendo que los mercados no se autorregulan y que el liberalismo había fracasado, abrió paso a la intervención del Estado en la economía.

Esta intervención del Estado se daría en llamar Estado del Bienestar, aunque no  se limitó a los sectores de la sanidad, pensiones o educación, el Estado intervino en el sistema financiero, energético, agrícola, construcción, televisión… e impuso todo tipo de regulaciones en todos los sectores.

hattusagateEl Estado del Bienestar se presenta de igual manera que el socialismo real. Promete el paraíso en la Tierra. Si el socialismo ofrece un mundo donde la gente trabajará en lo que quiera, sin jefes y donde el Estado se encargará de todas sus necesidades, el Estado del Bienestar ofrece la protección del Estado “de la cuna a la tumba”.

Pero el Estado del Bienestar no es mas que un gran engaño, una estafa intelectual. Por un lado ofrece duros a cuatro pesetas y por otro oculta sus efectos indeseados.

Durante décadas ha ido acumulando deudas y promesas imposibles de cumplir. Los compromisos adquiridos en pensiones y sanidad para ancianos del sistema español están en torno a los 5 billones de euros, deuda que dejamos a nuestros hijos y nietos. A eso hay que añadir unos 500.000 M€ de deuda pública. Eso hasta el 1 de Enero de este año.

Así puestos los números son tan grandes que no nos damos cuenta de su magnitud real. Cuando se entra a hablar de billones y cientos de miles de millones de euros se pierde la perspectiva. Pero sin embargo si realizamos una simple operacion matemática la cosa se ve mucho mas clara. La población española de 30 años o menor está formada por 15 millones de personas. Si dividimos los 5,5 billones que, siendo optimistas, debe el Estado entre deuda pública  y compromisos adquiridos nos da:

5.500.000.000.000 / 15.000.000 = 366.666 € / persona

Esto suponiendo que todo el mundo trabaje durante toda su vida laboral todavía es sostenible, pero en algún momento durante esta década se hará imposible de cubrir.

En cualquier caso el punto fundamental de esta historia es que ya nunca podremos volver a endeudarnos de esa manera por lo menos en un siglo.

Todas las cosas que se daban por supuestas en las últimas décadas dejarán de serlo. Esto producirá un shock en la gente que cree que el Estado es todopoderoso.

No nos llevemos a engaños: otro de los puntos fundamentales de esta tragedia es que la religión cuasioficial en los países occidentales y sobre todo en Europa es el Estado. No me creo que la gente sea atea ni agnóstica. Todo el mundo cree, necesita creer, en algo. ¿Qué quiere ser un joven español? Funcionario. Si le preguntas por cualquier problema la respuesta es casi siempre “el Estado debería dar más ayudas a…”

Pero volvamos al tema de la crisis. La crisis no ha terminado ni terminará mientras no se produzca un ajuste. Cada mes que pasa sin producirse ese ajuste éste será más brutal. Se puede huir hacia adelante, los estados pueden seguir endeudándose más y más pero eso sólo hará más duro el ajuste.
Y la voluntad de líderes mesiánicos como Obama o Zapatero y sus economistas de cámara como Krugman o Mankiw es una permanente huida hacia adelante. Saben, o quizá no y eso es lo peor, que si se retiran los “planes de estímulo” la economía se vendrá abajo y que una subida de tipos sería mortal, así que su única estrategia es seguir endeudándose esperando una ilusoria recuperación que nunca llegará.

Continuará.

Saludos amigos.

Arturo Taibo
Arturo Taibo

Economista. Liberal. Cansado de ver como se engaña a la gente y como se desperdician las posibilidades de desarrollo económico. Intentando que la gente aprenda un poco de Economía.

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6 comentarios

  1. Cuando dices

    Si dividimos los 5,5 billones que, siendo optimistas, debe el Estado entre deuda pública y compromisos adquiridos nos da:

    5.500.000.000.000 / 15.000.000 = 366.666 € / persona

    ¿Puedes explicar de donde salen esos 5,5 billones?

  2. A veces lo pienso de manera casi subconsciente, y me duele profundamente lo que está sucediendo en España. Que se menosprecie la historia y los acontecimientos sucedidos en otros lugares. Que se materialicen en el tiempo innumerables oportunidades perdidas. Que se deje el grifo abierto y que en lugar de cerrarlo, se niegue la existencia del mismo. Que gran parte de mis compatriotas sean incapaces de ver la evidencia, como daltónicos aferrados al color que les sugiere su defectuosa vista.

  3. «Estado del bienestar», es otro termino mas de la neolengua progre.
    ¿quién va a estar en contra del bienestar sino alguien malvado y avaricioso?
    El «estado del bienestar» consiste en la confiscación de parte de los ingresos de los miembros productivos de la sociedad (empresarios, obreros y ahorradores) para ser administrados por el estado, que sabe en que nos conviene gastar ese dinero, en mantener una burocracia enorme que por lo visto necesitamos mucho, subencionar esto por aqui y por alla y repartir algunas migajas entre los pobres.
    Sin embargo bienestar precisamente no nos da mucho, a no ser de que que te bajen el sueldo si quieres seguir en la empresa, o que si te echan no sea necesario que busques trabajo porque no hay, produzca mucho bienestar.
    El estado del bienestar total, donde toda la propiedad privada está confiscada y es administrada por el estado sería el comunismo, sería Cuba o Corea del Norte, paraisos de bienestar adonde sin embargo no emigran los defensores del estado del bienestar.

    Lo mismo pasa con el término «progreso» ¿quién va a estar en contra del progreso?, «educación para la ciudadanía» ¿quién va a estar en contra de educar a la ciudadanía?, el ecologismo ¿quién va a estar en contra de salvar el planeta?,

    Una industria de la mentira que a base de repetirla mil veces se convierte en verdad pero que cuando se aplica produce los resultados opuestos y entonces nos damos cuenta del engaño

  4. Ya hemos comentado por aquí alguna vez que estamos siguiendo los mismitos pasos que Roma en su declive. Y si queremos un modelo más próximo ahí tenemos a Argentina, todo occidente ha asumido su modelo peronista. Menos mal que sabemos cómo acaba la historia en los dos casos. Menos mal que hay más información y cultura (?) que nunca en la población…

  5. http://www.elpais.com/articulo/opinion/cine/espanol/bolsillo/contribuyente/elpepiopi/20100112elpepiopi_12/Tes

    http://www.libertaddigital.com/el-candelabro/asi-estafa-al-contribuyente-el-cine-espanol-1276381422/

    En el debate sobre la aplicación de la Ley de Cine -además de las propuestas de un lado y protestas del otro-, sería interesante que el contribuyente de a pie tuviera acceso a ejemplos concretos sobre lo que se está discutiendo. Al fin y al cabo, su dinero sirve para financiar una industria de la que, al menos idealmente, él es usuario y receptor último.Los productores honestos son los más interesados en que desaparezcan los que son todo lo contrario
    Los miembros de la profesión se lamentan del descrédito general que ésta sufre. Argumentan que los sectores automovilístico y agrícola están protegidos y nadie se queja. Muy cierto, pero los tomates y coches están en la calle. En cambio, si comparamos la cifra de películas subvencionadas anualmente con la cifra de películas difundidas los números no cuadran. ¿Dónde están esas obras que hemos contribuido a financiar y no vemos?

    Vaya por delante que hay muchísimos productores honorables, profesionales magníficos. Pero también abundan los vividores que medran a costa del erario público y de los esforzados trabajadores de la industria. A estos productores de pacotilla les gusta navegar bajo el pomposo título de «independientes», carta de nobleza que demasiado a menudo esconde una notoria falta de escrúpulos. Expondré un caso reciente. Su secuencia de acontecimientos, por extravagante que parezca, ilustra la realidad de bastantes películas españolas.

    El productor descubre un guión. De momento no lo paga, está descapitalizado y además el autor, guionista y director, es un desconocido; bastante favor le hace gestionando su obra. El proyecto, cuyo presupuesto supera los dos millones, consigue todas las subvenciones posibles: TVE, avance sobre taquilla y Eurimages. Para acceder a esta última ayuda es condición indispensable que haya otros coproductores europeos. Aparecen dos, se firman contratos estipulando aportaciones y porcentajes a repartir: 20% para uno, 10% para el otro.

    La película se rodará en Barcelona, nada más lógico que pedir también la subvención de la Generalitat. El coproductor local que realiza el trámite debe ser titular del 50% de la película. Ningún problema, de nuevo se firman contratos y reparten porcentajes. Se les ocurrirá, igual que a mí, que a estas alturas ya hay mucho fragmento de película desparramado por ahí. Pero sigamos.

    Con la documentación de las ayudas concedidas, el productor va al banco y éste le adelanta dinero mediante créditos avalados por las instituciones y los socios coproductores. Recordemos que él no tiene dinero.

    Empieza el rodaje, poco después la estrella protagonista amenaza con irse, no ha cobrado. Aterriza un nuevo, flamante coproductor. Se firman otros contratos y esparcen más porcentajes. Asombroso. Pero continuemos. Algo más tarde es el gerente de la sala de montaje quien avisa al autor: hasta el presente no ha cobrado y duda que el futuro traiga nada mejor. En la sala de efectos especiales se repite la melodramática escena. De improviso brotan deudas en cascada, los laboratorios bloquean el material, el proceso se atasca. A veces llegan noticias del productor, diversos reportes lo sitúan en interesantísimos y lejanos mercados: Los Ángeles, Tokio…

    Cuando el autor, que tampoco cobra, consigue pedirle explicaciones, reacciona como lesa majestad ofendida. El autor ha hecho «su» película, contento debería estar.

    Por fin, tras meses de angustias y sobresaltos sale la primera copia, proeza lograda gracias a la intervención de los coproductores catalanes y al previsible voluntarismo del susodicho autor que, aterrorizado, ve cómo años de trabajo se están yendo al garete.

    Algunos impagados presentan denuncia y el juzgado ordena el embargo de bienes de la productora. No los hay. El productor tiene otras empresas pero su mano derecha no sabe lo que hace la izquierda y ninguna de las dos paga.

    Los socios coproductores se inquietan. Presionan, le exigen que estrene, de otro modo no se materializan las subvenciones. Pero él ya no tiene dinero para estrenar. Anuncia entonces que la obra es fallida y no gusta a nadie, el negocio ha fracasado y toca asumirlo con humor. Lo del humor se aplica a los acreedores y a quienes depositaron avales bancarios. Porque él, rebobinemos, no ha puesto un euro.

    Intervienen abogados, los contratos ven la luz. En un alarde creativo sin precedentes el productor ha pulverizado el sistema decimal repartiendo el 140% de la película. Los acuerdos firmados son dobles, triples, unos destinados a las instituciones, otros «internos». La confusión es mayúscula y no se consigue desentrañar quién tiene qué, cuánto, cómo y por qué.

    Acorralado, amenazado con una querella por uno de sus propios socios, el personaje trompetea que es un «independiente», una víctima del sistema. Está profundamente dolido, nadie le entiende. A la vista de tanta incomprensión se proclama harto y cede la totalidad de la película al socio en cuestión. Se firma otro contrato del que se desconocen términos y porcentajes.

    En realidad, hace tiempo que él se despreocupó de la obra. Hizo su negocio antes, con los créditos respaldados por avales ajenos. Ahora la película es mero campo de batalla en el que inversores y acreedores intentan salvar sus dineros. Tan sólo el autor sigue interesándose -inútilmente- por ella. Sobre su trabajo se ha construido el turbio andamiaje pero él es un peón irrelevante.

    Entretanto, los coproductores catalanes deciden estrenar para rescatar la subvención de la Generalitat. Ya han perdido mucho dinero en intereses y lo hacen en precario: sólo cinco cines, cero publicidad. Pero en una conocida y céntrica sala de Barcelona la película aguanta tres meses y medio en cartel, un milagro dadas las condiciones. Se podría pensar que tras este prometedor despegue se difundirá en el resto de España. Todo lo contrario, se volatiliza. Hasta que -oh sorpresa- unos meses después reaparece súbitamente en las cifras oficiales de taquilla. Y, más sorprendente aún, está arrasando. Nadie ha oído hablar de ella, ni siquiera el autor sabe en qué remotas salas y horarios se proyecta, pero es un hecho que cada semana recauda una hermosa, redonda cifra, siempre idéntica. ¿Otro milagro? Lo cierto es que el dinero del avance sobre taquilla sólo se concreta cuando la película ha hecho un número determinado de entradas. En semejante tesitura, puede que el productor haya considerado más rentable -y seguro- comprar directamente esas entradas antes que despilfarrar el dinero en algo tan peregrino como es la promoción de la película. En conclusión, la habremos financiado todos pero muy pocos tendrán la oportunidad de verla.

    El disparatado sainete es resultado de un sistema de ayudas que sin un control estricto tiene efectos doblemente perversos. Primero, facilita que productores fulleros trapicheen con el dinero público. Segundo, condena muchas películas al olvido pues ninguna, buena o mala, llegará al espectador si no se ponen los medios adecuados para ello.

    La situación no invita al optimismo aunque últimamente se perfilan señales esperanzadoras. Los sindicatos de trabajadores del sector -ALMA, TACE- se han reactivado, y parecen llegar ciertos movimientos sísmicos con epicentro en el ministerio de Cultura. La ministra Ángeles González-Sinde es autora, probablemente no ignora los entresijos de estos burdos embrollos. Esperemos que el señor Ignasi Guardans, al frente del ICAA, sepa imponer filtros severos y mecanismos rigurosos para abortar operaciones que desprestigian a la totalidad de la industria cinematográfica. También sería deseable que los damnificados de turno denunciaran sin demora los impagos y actividades fraudulentas que detecten. Hay que perder el miedo y obviar la usual advertencia de ribetes mafiosos, esa cantinela que reza «tú no trabajarás más».

    Por último, los productores honestos deberían tener el máximo interés en que desaparezcan de la circulación los que son todo lo contrario. Para ello hay razones de orden ético, pero también práctico. Una operación de saneamiento a fondo no sólo beneficiaría al sector, caótico y viciado, sino que además rehabilitaría su imagen frente a una opinión pública muy sensibilizada, harta de que se inviertan sus impuestos en tejemanejes más que sospechosos.

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