Maquiavelismo inconsciente, egoísmo evolucionado

– «¡Eres un egoísta!» …. «¡Solo piensas en ti mismo!».

Cuando mis hermanos me decían eso, en medio de una discusión sobre quién debía hacer qué, me sentía ligeramente mal, y ello pese a saber que el comportamiento de ellos estaba siendo igualmente egoísta, en mayor o menor grado según la circunstancia. Pero la puntilla llegaba cuando me espetaban: “¡Te vas a quedar solo!”. Entonces la espada de Damocles de la exclusión social pendía sobre mi cabeza, sujeta por un solo pelo que yo mismo estaba a punto de cortar con mi ineptitud.

Mi padre, cuando le planteamos el asunto del egoísmo en una comida familiar, nos distinguió netamente entre distintos grados del mismo, teniendo la gradación en sus extremos más bajo y más alto respectivamente al egoísmo primario y al egoísmo inteligente.

Ha pasado ya tiempo desde entonces, y nuestra manera de ver y comprender las cosas ha variado enormemente. Creo que ahora todos sabemos que los presupuestos en los que se basaban aquellas acusaciones mutuas eran falsos. Y no, ciertamente, porque no fuéramos egoístas, ni siquiera por la mayor o menor inteligencia de nuestro egoísmo. Las cosas iban por otro lado.

Mientras nuestro padre nos asombraba con sus brillantes abstracciones, cuya armonía teórica era indiscutible pero cuya validez era difícilmente contrastable, nuestra madre nos inculcaba una moral maniquea profundamente sensata, que había recibido de su madre y sus tías y cuya contrastación empírica imposible pasaba por la satisfacción subjetiva del obrar bien o de recibir bienes de otro. Quizá fuera esta moral recibida e impresa a fuego culturalmente, en parte, lo que nos llevase a llamarnos egoístas los unos a los otros como ella nos llamaba, pero en el fondo no era la causa de que nos amásemos los unos a los otros como ella nos amaba. Y es que tiran más los genes que dos trenes.

La educación no pudo con el deseo de comprender de esos genes, que perseguían el egoísmo incluso en las obras más santas y altruistas. Al final los genes se miraron a sí mismos en un espejo, a través de la máquina de supervivencia que los portaba, y se encontraron egoístas.

¡¡¡Determinismo!!!, ¡¡¡Reduccionismo!!!…..podría gritar alguien. Pero no tendría «Razón».

La filosofía maquiavélica se ha presentado siempre como una filosofía de racionalidad extrema. Ciertas aplicaciones en el ámbito político, que es en el que nació y al que sirvió, han llegado a denominarse, no sin cierta arrogancia por parte de quienes las consumaron o los admiradores que les escribieron los libelos, Real Politik.

Pero el maquiavelismo consciente no suele funcionar, ni en el amplio y abierto ámbito político o general ni en el cerrado y restringido ámbito (en comparación, claro) de las circunstancias vitales de una persona . Tropieza con la naturaleza humana, las más de las veces, y cuando no es así, lo hace con la complejidad, que está llena de emboscadas de circunstancias azarosas e imprevistas.

Da origen el maquiavelismo, entendido en el sentido estrecho de racionalismo o realismo político a muchos males, pues los medios quedan justificados, o, dicho de otra manera, el mal queda exonerado a priori. Y es que la frase «el fin justifica los medios» ni siquiera es de Maquiavelo. Pero es que ni siquiera El Príncipe fue la obra que mejor reflejaba al verdadero Maquiavelo. Este se mostró más en el «Discursos sobre la primera década de Tito Livio».

Ocurre con la filosofía maquiavélica como con la epicúrea: algunos dicen seguirla y no entendieron al pensador, así que lo que siguen es una versión simplificada, espuria, de sus pensamientos. Sobra decir que en la simplificación se pierden los significados esenciales y queda solo la basura, «el hedonismo», «el fin justifica los medios». Curiosamente además ambas basuras se entremezclan en muchas personalidades decadentes. Para alcanzar los fines inmediatos que el hedonismo marca se recurre a expedientes perversos. Todo vale porque nada tiene valor, excepto la satisfacción de los impulsos del ego.

Pero ¿qué ego exactamente es ese?

Y, en política, ¿qué tipo de «realismo» es ese en el que creen los ególatras de la razón?

Espero poder explicar, al menos parcialmente, alguna de estas cuestiones. Aunque en la formulación de la segunda pregunta ya apunto parte de la respuesta de la primera. La egolatría racionalista, la egolatría de la Razón (con mayúsculas), consiste en la evaluación de costes y beneficios del trato social a partir de criterios derivados del uso exclusivo de la razón, del discurso interior consciente. Este procedimiento tiene serios inconvenientes. Los tiene porque muchas veces no sabemos realmente lo que queremos, sabemos más bien lo que deseamos. Es decir, conocemos los fines inmediatos (racionalmente percibidos) pero no los fines últimos de nuestra naturaleza (que se expresan torpemente). Esto a muchos les lleva a creer que hay que llevar la contraria a los instintos, porque estos nos llevan a comportamientos malos, dañinos, a través de unos deseos que conducen a vicios. Sin embargo al tratar de contrariar a la naturaleza con un racionalismo extremo terminan por caer subyugados ante esta precisamente de la manera que trataban de evitar. Entran de esa forma en una esquizofrenia de vicios y virtudes que se alternan en una vida sin sentido. Al final la virtud es una máscara hipócrita que oculta el rostro demacrado de Dorian Gray. Se cae en contradicciones entre el fondo irracional (o de racionalidad evolutiva) y el pensamiento racional, que llevan a su vez, paradójicamente, a contradicciones lógicas, y genera un enorme sufrimiento en la parte no lógica del cerebro. Y así se llega al socialismo, doctrina impura que pretende disfrutar de todos los bienes y servicios, de la paz, del orden, de la armonía sociales, sin crearlos con los costes y los valores de la frugalidad, la laboriosidad y la paciencia, sin demorar la gratificación ni apretarse el cinturón, esto es, hedonistamente, con un falso epicurismo. Para ello crea un programa «racional» de realismo político, de falso maquiavelismo.

Obedecer a la naturaleza en sus fines últimos, torpemente expresados, sería lo más sabio, pero implicaría renunciar a una explicación racional de la propia conducta y a cimentar esta en principios y valores irrenunciables. Por supuesto para llegar a ello hay que hacer uso de la razón, pero únicamente para constatar su fuerza y sus límites.

El «realismo» político no debe ser reemplazado por la utopía, pues esta requiere medios para fines imposibles, necesariamente malos y justificables por estos. Simplemente hay que delimitar claramente el concepto de realidad, que deriva de la perspectiva desde la que esta se mira y analiza. Si esta perspectiva es la de los fines inmediatos disfrazados de racionalidad contraria a los mismos, tendremos una visión de la realidad socialista. Si, en cambio, la perspectiva es la de los fines últimos cimentada en principios y valores irrenunciables y en cierto sentido irracionales, vestidos con la ignorancia racional percibida racionalmente, valga la aparente contradicción, se llega a la óptica liberal de una realidad que no se puede llegar a conocer nunca completamente.

Dos ideas opuestas de libertad se pueden extraer de estas dos perspectivas de realidad. La primera, la socialista, cree en una forma de individualismo colectivista (contradicción lógica) consistente en la ausencia de restricciones para los individuos por medio de la acción colectiva. La segunda, la liberal, consiste en la restricción
a priori, de una restricción marco, legislativa y de valores, una restricción que (en este caso vale la contradicción) se restringe a sí misma por principio. Y sobre ella se desarrolla a posteriori un individualismo que es libertad con responsabilidad, una libertad que no flota en el vacío, se asienta sobre una base sólida.

En el plano no político, verdaderamente individual del propio individuo que vive y actúa, los fundamentos de esos conceptos de libertad son por un lado la arbitrariedad y el relativismo moral inherente a la esquizofrenia moral de la egolatría de la razón, y por el otro los principios y valores fuertes e incontrovertibles que sirven de cimiento y límite constructivo a la acción.

Al maquiavelismo, si hemos de considerarlo desde esa frase breve y poco acorde con el espíritu del autor, hay que dejarlo operar en el ámbito inconsciente en el que lo ha hecho desde el principio de los tiempos (situado en un punto indeterminado del continuo evolutivo).

Nuestros fines últimos justifican a diario nuestro comportamiento, que es nuestro medio de llegar a ellos. No tenemos ningún control sobre ello porque de ello no somos conscientes. Y ha llegado a tal grado la inconsciencia que pueden llegar a producirse fenómenos sociales como el socialismo. Un socialista, sencillamente, se desconoce por completo a si mismo, como todos….pero es que desconoce hasta que punto se desconoce, y toda su arrogancia parte de la racionalidad incompleta con la que justifica cada día actos y palabras. El fin marcado por su razón es erróneo, no es su fin. La razón no es un traductor directo de fines. Cuando a partir de él pretende justificar sus medios, en resumen, su acción, incurre en la contradicción mas flagrante.

Reconocer y admitir cuales son esos fines últimos, aceptar nuestro egoísmo, se disfrace como se disfrace, puede llevar a la armonía entre las palabras y las obras. El altruismo no es una fantasía, existe. Lo que pasa es que hay que considerarlo desde una perspectiva evolucionista, para comprender su esencia egoísta. No todo está perdido por ello. El origen no virtuoso de las virtudes no supone que estas no sean tales, que pierdan su importancia o su belleza (según nuestro particular canon). Para vivir en sociedad hemos desarrollado muchos mecanismos de detección y de reacción y el altruismo es uno de ellos. Surgió entre nosotros lo que Trivers denominó altruismo recíproco, lo cual permitió que superásemos el inclusivismo (inclusive fitness) del círculo familiar (de los genes compartidos) y pudiésemos ser elegantemente altruistas con perfectos desconocidos o extraños. Sobre este mecanismo se genera la dinámica social, la dialéctica entre demagogos y creyentes que se denomina socialismo, y se teme que el todos contra todos hobbesiano sea el destino que le deparará a la humanidad la elección de la libertad. Pero el altruismo recíproco necesitaba, para funcionar, que se detectasen los tramposos, los free riders. Y este mecanismo surgió. Entonces…. ¿cómo lograron los mentirosos alzarse con el poder en tantas ocasiones?…Steven Pinker nos lo dice. Señala que el mejor modo de engañar a los otros es creerse uno su propia mentira, y que, pese a que en el juego social evolucionamos hacia gestos que nos delatasen si mentíamos, las mismas interacciones llevaron a que creyésemos nuestras falacias para mejor engañar a los demás. El maquiavelismo, también en este caso, es inconsciente, y producto de la evolución. Uno se cree sus propios medios perversos para llegar a sus fines mundanos. Y si para ello su razón ha de creer que «el fin justifica los medios, lo cree.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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13 comentarios

  1. Por ahora señor. Pero en vista de las ventajas que tiene ser mujer en esta sociedad y la posibilidad de cambiar de sexo en el DNI sin tener que pasar por el quirófano… Nunca se sabe. De repente paso a ser mujer con pene y me proclamo lesbiana de toda la vida…

    Saludos E. February.

  2. Puies sí, aquí ofrecen un atisbo de la tarea que tenemos por delante…

    Atisbo.

    Un saludo, señor o señora Juano 😉

  3. Para con el hombre soy optimista, a través del tiempo siempre ha evolucionado para bien. Es con nuestra sociedad / civilización con lo que soy pesimista. Todo imperio cae. Y estamos contemplando la autodestrucción del que nos ha tocado vivir cuando el remedio es tan simple y conocido. Lo malo de verdad va a ser la transición…

    Sé que no vale como argumento en este foro, pero el Apocalipsis no predice un futuro de rosas y vino. Al menos sí establece que al final ganan los buenos… 🙂

  4. Empiezo a notar una rigidez en las manos, E, ……creo que me estoy fosilizando. Voy a ver si llamo a Oliver Sacks para que me despierte, cuando esté completamente rígido, con un chute de L-Dopa.

    Con esta parálisis no voy a poder contribuir en nada a la lucha por difundir los memes liberales por el mundo, Juano. Soy pesimista respecto al futuro. Soy pesimista respecto al hombre….

  5. Germanico, buenos articulos los tuyos. A veces uno no sabe qué decir. Y, una vez más, es díficil no estar de acuerdo con Juano.

    Joder qué tío.

    Gracián, sotana y todo, fue un lúcido precursor de Las Luces pero, naturalmente, sólo se enteraron de ello algunos alemanes. A algunos cabe recordarles la frase de Ezequiel sobre unos esqueletos que echan a andar en el desierto (C. 37).

    Volviendo al presente, el menosprecio y el ninguneo padecidos por ciertos recuerdan el chiste del dinosaurio vivo que el paleontólogo rechaza por no estar fósil.

    Ciertamente ahora se cotizan más las energías fósiles y los fósiles intelectuales a lo Mediapro que los que otean más allá de lo vigente.

    Shakespeare escribe que el malo que hacamos nos sobrevive y el bien queda enterrado con nuestros huesos. Yo espero que cuando seamos fósiles enterrados en el páramo de internet, remuevan nuestros huesos y coticemos igual que los fósiles actuales.

  6. Estamos de acuerdo, hay que analizar teniendo en cuenta la condición de ser social del individuo.

    Lo que acabo de darme cuenta de que por norma los liberales cometemos un error argumental que nos perjudica. Cuando realizamos los análisis sociales hablamos con naturalidad de la configuración de mayorías que modelan el sistema. Damos por sentado una dinámica democrática hasta el punto en que nuestra meta es luchar para poder vencer conformando esa mayoría decisiva mediante una democracia sólida.

    Por un lado no caemos en la cuenta de que consolidar los valores democráticos para establecer una lucha limpia por el poder perjudicaría a las estructuras oligopolísticas y partitocracias actuales. De hecho las carencias democráticas les permiten, como mínimo, mantenernos aislados y marginados. Así que razonando por las buenas dudo que seamos capaces de cambiar las reglas del juego.

    Por otro la dinámica social, en la realidad, no funciona por mayorías reales. Lo cierto es que son minorías activas las que interviniendo en los puntos claves de la estructura social arriman el ascua a su sardina para luego arrastrar a las masas pasivas. Si exceptuamos la Revolución Norteamericana, donde sí prosperó una mayoría con unos valores comunes, en todos los demás casos que estudiemos la norma es la de la minoría activa que se impone, el de la conformación del oligopolio dominante. Pasaba sin democracia y continúa pasando con ésta.
    Así que sin tomar acciones encaminadas para hacer descarrilar el tren para llevarlo a nuestra vía, seguiremos siendo una voz en el desierto. No estamos organizados, no tenemos presencia en los medios de comunicación de masas, no ocupamos puestos relevantes,…., en resumen: no nos estamos enfrentando al enemigo. Y por si eso fuera poco, esperamos que «algo» ocurra que depure el sistema por las buenas y nos permita competir en igualdad de condiciones. ¿En qué planeta vivimos?

    Sólo viendo como un bulo como el calentamiento global arrastra a masas mientras que nuestros aplastantes planteamientos lógicos no acaban de calar en una sociedad alienada debería hacernos ver cual es el camino… Soñamos con un partido liberal cuando ni siquiera somos capaces de que una masa crítica de la población conozca nuestras ideas y planteamientos…

    Lo cierto es que un poco de chiste somos. De individualistas que somos nos mostramos incapaces para agruparnos y organizarnos… 😀

    Mientras la partitocracia imperante va regalando cadenas de televisión a los suyos, subvencionando y financiando periódicos de su línea, organizando cadenas de radio afines, colocando jueces de su color que sigan las ideas del partido, inflando la función pública con correligionarios… Legislan cosas que nadie pide ni se plantea, o que sólo interesan a una minoría, pero que cambian la fisionomía de la sociedad hasta que no la reconoce ni su puta madre…
    ¿Quién va a ser el guapo que mueva esa máquina luego en contra de su amo?

    Tal vez deberíamos leer más a Baltasar Gracián para encontrar caminos prácticos para nuestras ideas… Es una línea lo suficientemente retorcida, pero moral… 🙂

  7. Si, Juano, pero es el individuo, ser social, en el contexto de su sociedad, el que toma las decisiones que harán esta un poquito más libre o un poquito más socialista. En la medida en la que predominen las tendencias hedonistas/cortoplacistas y maquiavélicas/autojustificativas que apunto en el post, la sociedad será menos libre. La libertad se construye con la responsabilidad, y esta última está hecha de honestidad y trabajo, de proyección en el futuro y de veracidad. Es pues en el estricto plano individual en el que se decide y, de hecho, el pensamiento liberal incide en la importancia del individuo precisamente por eso.

  8. En el estricto plano individual no tiene sentido enfrentar las ideas socialistas a las liberales. El choque surge cuando el individuo pasa a formar parte de un colectivo. Ahí cada postura propone un modelo distinto.

    Por un lado tenemos el socialismo que promete la felicidad. Has de ser sometido para poder ser feliz. Si no sabes, te enseñarán. Si no tienes trabajo, te lo buscarán. Si enfermas, te curarán. Si no tienes casa, te darán un techo. Pero para eso tienes que bajarte los pantalones hasta los tobillos.
    Se trata de que en el contrato social el individuo se someta al colectivo para poder alcanzar el nirvana. No hay culpa, no hay responsabilidad. Todo está estudiado y controlado para que no tengas que preocuparte de nada y así ser feliz. Pues la felicidad está en la despreocupación. El estado y la sociedad te proveerán de todo lo necesario.
    Si compras una casa, el estado te garantiza que se han seguido todos los procedimientos para que no se caiga. Pero si se cae tú no tienes culpa, el estado no tiene culpa, el constructor no puede tener la culpa porque siguió las reglas establecidas. Y si no las siguió, suerte para demostrarlo…

    Por otro lado tenemos el liberalismo que sólo promete libertad. Es inevitable que en el contrato que se establece entre el individuo y el colectivo ambas partes cedan. Por ende el individuo ha de renunciar a una cierta cuota de libertad para que el contrato funcione, ya que si nada aporta la persona al grupo, nada podrá esperar de éste. El liberalismo lo que propugna es mantener tal contrato en su nivel más básico para que el precio sea mínimo y el beneficio máximo.
    Aquí no se promete felicidad, facilidades, soluciones. No. Se establece la responsabilidad y el sacrificio como valores esenciales para que cada uno haga con su vida lo que le plazca.
    Y en tal esquema se puede aseverar que el beneficio será máximo puesto que la sociedad dará sólo lo que puede dar: respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica, orden y defensa. Es máximo pues no puede ser superior la prestación del colectivo para con el individuo. Si la contraprestación fuera inferior, el individuo podría no estar interesado en el trato. Si fuera superior, el colectivo tendría que invadir espacios de la libertad del individuo, rompiendo así el marco liberal.
    Aquí si te compras la casa el estado no tiene nada que ver en el asunto. Responsabilízate, infórmate sobre el constructor, revisa la obra, estudia los costes, negocia. Si luego la obra se cae tú serás por un lado el único responsable de haber decidido sobre la seguridad de la misma (si preferiste aquellas vigas que costaban un 75% más baratas para ahorrar es tu problema chaval, de nadie más). Y por otro, si hay falta por parte del constructor, la justicia actuará y deberá poner una pena ejemplar que desincentive acciones similares.

    Cuando el estado me exige por la fuerza dinero para financiar una película con la excusa de promover mi entorno cultural para que yo sea más culto y feliz según el plan maestro, lo que en realidad hace es: primero robarme, por lo que no respeta la propiedad privada. Segundo me priva de poder destinar el fruto de mi trabajo a lo que yo considere mejor, por lo que cercena mi libertad. Tercero destina mi dinero a un caradura que es incapaz de ganarse la vida por sí mismo, por lo que estimula a que cada vez más menos gente produzca y cada vez más quieran una vida fácil. Cuarto me oferta un producto que no he solicitado reduciendo las posibilidades de que obtenga otras alternativas que sí busco, por lo que el vínculo que me une al colectivo queda dañado al perjudicarme el intercambio establecido -al que me he visto forzado-.

    Así pues, el socialismo lo que promete es una utopía, pues por un lado precisa uniformidad de criterio para que la felicidad pueda ser alcanzada por todos los miembros sometidos (cosa imposible). Y por otro, es un sistema autodestructivo, puesto que los valores que incentiva a la larga impiden el progreso, derivando cada vez más recursos a tareas improductivas. Amén de que proclama un nivel de control que jamás es capaz de llevar a cabo ni de lejos en su totalidad. Con el tiempo todo sistema socialista o se desmorona o, ante la declaración de inalcanzable para la felicidad, tiene que imponerse por la fuerza bruta para que el individuo renuncie a esa felicidad prometida en pos del bien común. Osea, que el contrato acaba por romperse. Y rota la relación contractual entre iguales, el individuo se convierte en vasallo sin expectativas.

    Mientras tanto el liberalismo sólo exigirá el coste básico para mantener el entorno de libertad que disfrutan todos los ciudadanos. De manera que los que tomen decisiones correctas y trabajen progresarán. Y los que tomen decisiones incorrectas y/o no trabajen, se las verán crudas. Así se fomenta la responsabilidad y el sacrificio, valores que generan riqueza y progreso.

    Nadie corrige su actitud si es premiado siempre de una u otra manera independientemente de lo que haga.

    En resumen: el liberalismo promete libertad, nada más. Y ahí que cada palo aguante su vela. Así es como funciona la vida real, no esperes que nadie venga a salvarte por la cara. Mientras el socialismo propone un cuento de hadas que nada tiene que ver con cómo funcionan las cosas en la realidad…

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