Por Dios, por la Patria y el Rey …

… lucharon nuestros padres …

Así rezaba la primera frase de una canción carlista, curiosamente también cantada durante la guerra civil española. La decepción de muchos de aquellos requetés debió ser enorme al ver cómo Franco asumía la Jefatura de Estado… o no. El caso es que el dictador no era un rey. Para ello hubo que esperar (algunos cronistas dicen que cobardemente) a la muerte del caudillo fascista. Y llegó el Rey. Volvíamos a tener Dios, Patria y Rey.

No sé si Dios existe, pero de hacerlo, dudo mucho que esté en lo más mínimo interesado por los destinos particulares de los hombres en la tierra. En caso contrario, su omnipresencia y omnipotencia lo convertirían en un Dios cruel o un Dios indiferente al sufrimiento de sus criaturas. Yo, omnipotente y omnipresente, jamás encontraría argumentos «luisológicos» para continuar impávido ante la desgracia de un hijo mío. Pero claro, yo soy humano. La compasión, la rabia y la acción para evitar el daño a los míos son defectos inherentes a mi condición. No. Si Dios existe, seguro que no lo hace (no lo «es») como nosotros lo imaginamos. Y no creo en absoluto que necesite de nuestra inmolación para su satisfacción. Quien quiera morir por su fé que lo diga. Que muere por sus creencias, lo que convierte en igual de legítima toda lucha por las ideas en las que el luchador cree. Unas ideas serán justas, otras no, unas defenderán la libertad, otras serán liberticidas. Todo el mundo tiene derecho a luchar por aquello en lo cree. Aunque esté equivocado. Pero nos encanta sacudirnos el «yo» a la hora de matar. O a la hora de morir. Lo hacemos por Dios, por la libertad, por el pueblo, … como si morir, o matar en nombre de algo que no soy «yo» fuese más fácil, más perdonable, menos sangriento. «Humanizamos» la muerte por sublimación.

La Patria. Huele a roble y haya, a tomillo y hierba recién cortada, a carbón y azufre. Sendas entre peñas, camino a Valporquero. Peña Colorada y Bernesga. Entre la Gotera y el Cueto. Partidas interminables de «Bote», «Manro» y fútbol en la calle. Las mujeres tejiendo al sol de la tarde, esperando -deseando- que los hombres regresen sólo sucios, no ensangrentados. Los hombres lejos de la luz, dando sentido a la tierra entre la que cavan galerías, convirtiendo las piedras negras en comida para sus hijos. Es pequeña, pero es la mía. Y seguro que no tiene nada que ver con la suya, verdad? Morir por mis recuerdos? No. En todo caso al lado de mis vecinos, porque me piden ayuda y yo decido dársela. La Patria? La de hoy? La de todos? Quiénes somos «todos»? Decididamente, la Patria tampoco espera que muera por ella.

El Rey. Yo no conzco a ese señor.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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8 comentarios

  1. La desgracia, el mal en sentido estricto, procede de las voluntades y actitudes humanas. El dolor, las enfermedades y los cataclismos son consecuencias de la limitación psicofísica de la especie: son algo más bien incómodo y antiestético pero no equiparable a lo moral y absolutamente «malo».

    Y la muerte es un fenómeno físico, universal y necesario, que acaece, no es el mal en su sentido propio.

    En el fondo, es sólo a base de una falsa concepción (a veces inducida por una catequésis leucémica) que concibe el bien de manera pequeño-burguesa, sin grandeza y más bien como un «orden» racionalemente dominable, regido por un dios/madre o abuelo/cajeroautomático, como puede resultar desconcertante el espectáculo del dolor, la enfermedad el hambre y la muerte.

    Los griegos clásicos, con su concepción de la ananke estaban más preparados para aceptar los contrastes y las paradojas de los destinos particulares, y no se escandalizaban, sino que se catartizaban al contemplar la grandiosidad, inconmensurable para la razón -aunque fuese una razón griega- de las disposiciones de ese poder trascendente a los mismos dioses. Y en esto eran mucho más religiosos que bastantes.

    Pero es que ni siquiera el Dios cristiano requiere, para ser tenido por «bueno» y «providente» de estas blanduras guateadas que una pedagogía pietista (que por otra parte predica el estoicismo… a los demás) le atribuye.

    Rigen en el mundo derroteros y constantes disonantes con las conveniencias racionales, privatísticas y subjetivas, sólo válidas al nivel de la experiencia familiar.

    Y habría mucho que decir sobre la familia, pero tú morirías por tus hijos y seguramente tus hijos morirían por tí. Él también. Nietzsche decía que Dios tenía su infierno en el amor a los hombres.

    PS.- Del Rey Ya he hablado aquí.

  2. Quizás el valor más importante de este comentario tuyo no está en lo que denuncias sino en el porqué es denunciable…. Lo es porque existe.

    Existen multitudes de “causas” por las que matar, por las que morir. Los liberales realmente también tenemos una cuantas y así ha sido en el pasado. La causa fundamental la de conseguir la libertad. La otra, la de verdad, la de defender lo nuestro, lo de cada uno.

    Desgraciadamente hay muchas otras que nos colocan cono zanahorias delante de los hocicos para “pertenecer” al grupo. O haces esto o no eres de los nuestros. O hablas el mismo idioma, oras al mismo Dios, o eres de mi misma clase… La siempre machacona manía de homogeneizar el grupo para poder tener la fuerza frente a los otros.

    No es, por tanto, consecuencia lo uno de lo otro sino que existe desde el momento en el que el hombre vivía en manadas y se tenía que defender de las fieras y de otros grupos humanos. Ahí radica la dificultad para erradicar esa manía grupal y exclusivista. Desgraciadamente, es cosa evolutiva, nos sentimos más cómodos entre los que son “como nosotros” que ante el que viene de fuera. Si somos nosotros los que vamos fuera, hacemos lo imposible, no todos, por adaptarnos a la nueva situación para que nos acepten.

    Cosas antropológicas.

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