Preferentes y despreciados

Luis:

Me quito un poco de rato de sueño para escribirte. He visto el editorial televisivo de Iñaki Gabilondo y ha dicho una frase que no ha dejado de rondarme la cabeza. Porque está muy bien expresada. Decía, si no cometo errores, que en la COPE Jiménez Losantos no sabe expresar una preferencia sin manifestar un desprecio.

Fíjate qué sutil. Tiene que ver con las sensaciones que (me) crea el locutor y su entorno, y mucho de la algarada de esas personas y diarios que encuentran cierta realización en la imitación de un estilo que sólo puede ser perdonable a su autor. Porque se vuelve difícil explicar cómo la mezcla de argumentos sólidos, con exageraciones, opiniones personalísimas e ingenio en la descalificación, puede ser desafortunada e ingrata al tiempo que en parte acertada y en parte errónea.

Tengo la sensación de que si lees esta carta a tus amigos y colegas se va a producir ese bloqueo infinito que suele rodear esta materia, teñida además de comparativas sobre la capacidad de propaganda del rival político. Y de su manipulación. O de denominaciones pintorescas, como centrista o equidistante. Me sigue pareciendo agudo: preferir sin despreciar. Al menos necesariamente. Al menos que no parezca con todo. Aunque te desprecien a ti. La cuestión es que tú y yo solemos sentirnos en minoría ante una sociedad para la que es fácil vivir de sus prejuicios sobre el bien y el mal, que pudiera ser una forma de definir las percepciones que sobre el capitalismo y la sociedad en libertad predominan en hombres de toda condición. Buenos y malos. O, como nos sucede a casi todos, buenos a ratos y malos a otras.

En Aldea del Sacristán se mira todo con cierto retraso, uno no vive pegado a cada cambio, a cada instante de novedad que una sociedad tan conectada como la de hoy produce. Es como el que mira una partida de ajedrez cuando ya van unas cuentas rondas. Las partidas se ven así de forma sosegada, evaluando la posición sobre el tablero y concluyendo quién se encuentra en mejor posición. Independientemente de su categoría moral o de su bondad, sólo cuenta su habilidad con las piezas. Por eso creo que el hecho de que la percepción que tienen los que tú y yo creemos que son los mayoritarios sea la de desprecio sobre su preferencia, es una mala estrategia en la partida.

La vindicación por la vindicación, un pequeño síndrome de aldea de las galias rodeada de acuartelamientos romanos, la reacción estentórea incluso ante las reacciones estentóreas de quien diverge, discrepa e incluso insulta, no da la mejor posición en el tablero. Convencer a nuestros vecinos de que es mejor pagar que ser subvencionado, sin ir más lejos, resulta tan remoto de los aprioris y de los sueños más dulces de los humanos que creo yo que requiere un buen pellizco de humildad.

Tuyo,
Mardito Roedor

TIRABUZÓN
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Un comentario

  1. Vindicando no pocas veces he tenido que deshacer el «camino» andado clamando perdones, Mardito Roedor. Lo malo de estas cosas no es errar, que humanos somos. El problema está en hacer, erróneamente, del error una estrategia. Y no me negarás que en eso todos andan al pulso. No es del estilo castizo -todos lo somos, un poco, aunque lo neguemos- andar escondiéndose tras los capotes. Nos va el «pase del desprecio», aún a sabiendas de que nos puede costar algo más que el dolor de haberse equivocado. Centímetros.

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