Desde mi exilio interior

El exilio siempre se vive, se sufre, se goza, con la plena claridad de aquel que se sabe lejos, en tierra extraña, de otros, pero nunca propia.

Es posible que llegues a apreciarla, incluso a amarla, pero siempre será de ellos. La mía se quedó allá y no sé si me será posible retornar en algún momento. No digo que sea negativa la experiencia del exilio, pero tampoco afirmaré que sea positiva. Todo dependerá de qué es lo que hayas dejado atrás, y qué te forzó a hacerlo. La nostalgia siempre te acompañará y permanentemente volverás la vista hacia la tierra que te dio a luz, que te arrojó a la existencia, porque en ella hundes tus raíces más profundas, en ella te reconoces como eres. Algunos se vieron, y se ven, forzados al exilio. Otros lo adoptamos voluntariamente como estado de vida, como forma de sobrevivir.

El mío no es el caso de un José vendido por aquellos sangre de tu sangre al primer comerciante que pasaba por allí. Tampoco es el caso de un Jacob que ha de poner un desierto de por medio y escapar de la mano fraterna que trata de arrancarle del mundo de los vivos. Ninguna espada llameante me ha expulsado de Edén alguno ni poseo un Jetró que me acogiese tras mi crimen sin hacer preguntas. El mío es un exilio jonásico, voluntario, de huida. Es un exilio interior, en las profundidades y simas que hieren lo oscuro y escondido. Conozco bien mi Nínive, vivo en ella, me muevo por entre sus calles, converso con sus gentes, me empapo de sus olores y me embriago con sus sonidos. Veo con claridad dónde le llevan sus pasos errados. Y para mi desgracia, al igual que a nuestro ninivita sé qué es lo que se me pide. Y como él prefiero el exilio interior, retirarme a mis reductos, a mi plaza bien guarecida, inexpugnablemente oculta y alejada. Corro a coger un barco de bandera extraña y adentrarme en aguas que me alejen de mi destino, con la esperanza de ser olvidado, dado por muerto.

Pero es imposible escapar, desaparecer, olvidar el resonar constante y machacón de la tarea por hacer, del trabajo pendiente. Y el gran pez acaba tragándote vivo y escupiéndote en misma playa desde la que partiste, en la Ítaca a la que no deseas mirar de frente. Y da gracias que te traga y te introduce a lo largo de tres simbólicos días en su caliente, oscuro y protector estómago, impidiendo que las olas de un mar oscuro y enloquecido te devoren, te traguen, te fagociten sin remedio arrancándote hasta el último aliento entre estertores de agonía.

El mío es un exilio interior y voluntario, de otra época, lejos de aquello que no va conmigo, que me es ajeno, que no comparto. Y como exiliado consigo sobrevivir y sobrellevar lo que sucede a mi alrededor. Pero la idea de fuego y azufre que arrasa hasta los últimos cimientos de la gran ciudad hace que regrese a ella, que no me calle, que grite aunque no sepa muy bien cómo articular el discurso. Porque quizá si consigo encontrar a 10 justos la ciudad pueda seguir en su lugar, sus muros en pie y sus tejados cubiertos. Porque quizá en ese momento pueda retornar para siempre a ella sintiéndome como en casa. O tal vez porque en ese momento, al fin, se me permita huir lejos sin ser perseguido ni observado, pues mi voz dejó de tener valor alguno.

Las fuerzas fallan y la esperanza se rompe, pero el regreso constante del grito, del clamor, me devuelve una y otra vez, irremediablemente, a una tierra que es la mía aunque, en ocasiones, reniegue de quienes la habitan. Y es que en valoraciones humanas, desde siempre, estuve más cerca de Hobbes que de Rousseau, aunque siempre deseé contra toda lógica que el primero se equivocase.

Sé que otros exiliados podrán entender, y en el mejor de los casos hasta compartir, estos mismos sentimientos. Gracias sean dadas, pues uno no se sentirá tan solo en esta locura. Gracias de corazón, también, a nuestro Anfitrión en el Exilio que nos abre su casa sin pedir nada a cambio.

hurssel
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6 comentarios

  1. Luis, mil gracias por hacerme un hueco en este lugar de exiliados. Trataremos de estar a la altura

    *, ciertamente el exilio de unos es más duro que el de otro. En el caso de Arístegui lo que se juega es la vida, en el sentido más literal y sangrande del término… una vergüenza vivir así en un país democrático

    Lola, varón, que lo de señor se me queda muy grande :mrgreen: Gracias por su comentario, hace que este pobre exiliado se sienta mejor. Saberse comprendido mitiga la sensación de soledad 😀

    Rafael, cada cual lo vivirá como desee/quiera/le dejen. En el caso de un servidor, no, de estilita ná de ná. Sigo con mi trabajo y mi vida cotidiana, aunque en muchas ocasiones me sienta ajeno a todo ello.

    Nora, encantado de compartir trinchera con vosotros

  2. Hurssel: enhorabuena por el post (me ha hecho reflexionar)… y ahora ¡¡¡somos co-bloggers!!! Me alegro de que te lo haya pedido Luis y tú hayas aceptado.

  3. Señor o señora Hurssel:
    Su escrito me ha conmovido enormemente. Desde luego no hay exilio más doloroso que el exilio voluntario interior. Porque implica que uno se siente un extranjero en el mismísimo tiempo y sociedad en la que le ha tocado vivir. Para no sufrir , ni hacer sufrir a los demás se suelen exiliar en su interior.
    No se crea usted que es el único o única exiliado interiormente de esta época, ni de épocas anteriores, ni posiblemente futuras. Aunque también es cierto que son personas con gran riqueza interior, que podrían enseñar esa riqueza, como es su caso , al común.
    Así que desde aquí le doy las gracias por su sinceridad , que hará sentir menos soledad , a los que como usted, eligieron exiliarse en su interior.

  4. Pues . «Dasein ist Pflicht, und war ‘s ein Augenblick», o sea, que la existencia es un deber, aunque sólo fuera un instante. Qué bien le sientan esas gafas, Dr. Fanjul…

    Estos días han retirado su escolta al diputado pepero De Arístegui, que debe ser la persona más amenazada de España, para regocijo de nuestros hombre de paz. Es vecino de una anciana señora conocida mía. Una vez me topé con él en el rellano y no se me olvidará su cara de susto cuando hice el gesto de sacar el móvil. Si él puede, los demás también.

  5. Bienvenido, Hurssel. Salir y repirar, el aire puro y el impuro. Regresar y discernir, lo que mancha y lo que alimenta. Cuando vuelves a salir, eres otro. Y los demás lo ven.

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