Todos somos culpables. Antes o después caemos en esa especie de amnesia social que nos absorbe y nos obliga a decir y hacer «lo correcto». Y mentimos, sin el más mínimo rubor. Mentimos por omisión. Y manipulamos por inconscientes. Lo hacemos cada vez que pretendemos mostrar a nuestros hijos el camino «correcto», a nuestros amigos, a nuestros seres más queridos. Ignorantes irremisibles en ocasiones. En otras egoístas imperdonables. Las más pero, simplemente temerosos de no decir lo que creemos que el otro quiere (debe) escuchar.

A mi me mintieron por omisión durante muchos años mis padres, mi familia, mis maestros. No les culpo, ya digo que lo hacemos todos. Me hablaron de la necesidad de ser bueno con mis compañeros de clase. Me hablaron de la necesidad de respetar a mis mayores. Me hablaron de lo importante que era estudiar para poder labrarme un provenir. Me hablaron de Dios, de la fe, de la providencia. Me dieron libros en los que leer qué hacer y cómo hacerlo, casi en cualquier circunstancia de la vida. Me explicaron por qué no era bueno que saliese hasta más tarde de las diez. Cuando salí de casa no me resultó nada difícil asumir semejantes parámetros de mis profesores, de mis superiores. El día estaba dividido en horarios, deberes, quehaceres. Fácil.

Se les olvidó a todos lo que casi se me olvida a mí: las decisiones. Cómo enseñar a alguien a tomar decisiones? Es materia compleja esta, no crean, pues no se trata de explicar cómo las tomaría yo, si no cómo las puede tomar el otro. Cómo ha de enfrentarse a ellas. No se trata de exponer con palabras altisonantes los principios universales que tan fácil nos resbalan por la lengua cada vez que alguien nos pide consejo. Lo primero que se necesita es conocer al de enfrente. Y conocerlo bien. Lo segundo es olvidarse de uno mismo. Y olvidarse del todo. Y lo tercero?… exacto, lo han adivinado: no hay tercero. No hay tercero porque lo primero y lo segundo es imposible.

Por eso asumo mi parte de culpa, pero me niego a participar de la mentira social. Por eso intento «forzar» que mis hijos tomen decisiones, pero nunca les digo antes lo que creo que está mejor. Ellos, después de todo, son grandes imitadores y grandes preguntadores. El peso que yo pueda tener en la formación de su criterio no depende en ningún caso de lo que les diga, sino de como soy y como ellos me ven: de lo que hago. Por eso puedo analizar con un amigo las consecuencias de una decision suya, pero jamás ayudarle a tomar ninguna.

Y yo? Pues depende. En ocasiones decido, en otras no, dejo correr el programa. Cuando decido, a veces lo hago con la cabeza, a veces con el instinto. Depende.

A través del blog de un lector de esta casa llego a una página de esas pseudopsicológicas. Voy a hacer el test ese, a ver si me entero.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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3 comentarios

  1. Un hijo es una piedra al cuello para toda la vida. En los funerales, mi padre siempre decía del dfunto: «está mejor que nosotros».

    A partir de una cierta edad es imposible ayudar a nadie: «A los 16 papá me parecía tonto, a los 20…»

    Lo importante es que el/la cabezota sepa cómo se organiza el proceso de toma de decisiones. Si Bush Jr. puede sacarse un MBA en Harvard los adolescentes pueden hacer «decision trees»…

  2. Solo decirte, Camoran, amigo, que precisamente eso es lo que digo: no se puede enseñar a tomar decisiones.

    En lo demas… bueno. Se gana experiencia experimentando, no con la experiencia de los demas. Sí, lo desarrollaremos otro dia 🙂

  3. ¡Ay, ay, ay, nanoLuis, que las biotecnologías no pueden tratarse igual que las éticas……!

    Muy a menudo, esa mentalidad racionalista y taxonómica de los científicos (aun de los más humanistas, como es tu caso) os impiden acercaros a las cosas humanas en su verdadera dimensión. Peor es cuando a eso se nos añaden -a todos- los complejos ideológicos de lo políticamente correcto.

    ¿Cómo enseñar a alguien a tomar decisiones? Estrictamente, de ninguna manera. Los seres humanos no somos robots ni computadoras. No lo pretendas. Esas cosas no se enseñan. No pueden enseñarse. Se aprenden (que no es lo mismo). Tú, literalmente, no enseñas a nadie a conducir. Le dices -como mucho- lo que hay que hacer técnicamente, cómo funciona el vehículo, o cuál es tu experiencia personal, ética, estética, frente al asunto….. Le das recomendaciones. Esa persona saca sus propias conclusiones y sensaciones. Y a través de la experiencia, aprende a conducir.

    Pues eso es la vida, chavalote.

    No se puede pretender enseñar a alguien a tomar decisiones. Eso es considerarle un objeto programable (demasiado racionalista) o querer hacerle (demasiado paternalista) a tu imagen y semejanza, no ideológica sino vitalmente. O sea, no que sea un calco de tu pensamiento, que eso nos enseña la pedagogía dominante que es un pecado de lesa humanidad porque le impides el desarrollo de su libertad, sino que no cometa los mismos errores que tú y que tenga los mismos éxitos que tú (¿y eso no es negarle su libertad, aunque sólo sea la de equivocarse y formarse a través de sus propias experiencias?).

    El samelsurium [ ;-P] de ideas que propones para dar un consejo a alguien es falso (“conocerle, olvidarse de uno….). Y es falso, porque con él, lo que pretendes es tomar la decisión por el otro, que no es lo mismo que dar un consejo -o educar-. Y eso no funciona con la educación de un hijo, porque llegará un momento en que no te tendrá para que tomes decisiones por él. Aquí estamos contaminados por una falsísima idea de la sacrosanta empatía. Y -lo siento de veras- con un hijo no se trata de empatizar, sino de comprenderle y guiarle. Aunque suene muy políticamente incorrecto. Aim zorri.

    No puedes olvidarte de ti mismo (tu segundo punto) a la hora de dar un consejo o un ejemplo ético. Tienes que dar tu punto de vista. Te guste o no te guste. En el caso de la paternidad, aunque no te guste, es tu obligación. No es que sea imposible -como dices-; es muy posible y es obligatorio.

    Y discúlpate todo lo que quieras, pero la mentira social te afectará en tanto en cuanto la creas. Yo no me disculpo por nada. No la creo. ¡Pues claro que tienes que “forzar” a que tus hijos tomen decisiones! Repito que es tu obligación. Y también es tu obligación decirles lo que crees que está mejor. Como también enseñarles un criterio de libertad ética. Luego, cuando sean autónomos éticamente, que establezcan su propio sistema. Pero tú, dales uno y la posibilidad de cambiarlo.

    Si el tuyo es bueno, ya lo imitarán, como dices. Pero dáselo, no sólo con el ejemplo, sino también con la palabra. Es el tuyo y es en el que crees. Que el que te dieron tus padres no fuera el ideal para ti ahora, no quiere decir que el que tú les des a tus hijos no lo sea.

    Eso es relativismo absoluto. Un gran error de nuestra civilización. Como el de pensar que todo lo que enseñan los mayores es malo y los jóvenes deben encontrar un camino totalmente diferente y por su cuenta absolutamente. Así habríamos sucumbido hace cientos de miles de años. Y como el de pensar que el tomar decisiones puede enseñarse. Eso se llama dogmatismo pedagogista y es uno de los más grandes errores de nuestro sistema ideológico. Pero éste es un punto demasiado complejo -a la par que interesante- y es preferible desarrollarlo otro día.

    En fin, chico, que tú verás….

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