Qué hacer con los regalos

No creo que a los lectores habituales de esta casa se les haya escapado el detalle: escribo poco y, cuando lo hago, lo hago crispado, casi sin tiempo a tomar distancia de lo que comento. El resultado es más bien pobre. Os pido disculpas a todos.

No es este precisamente un blog en el que abunden las anotaciones de tipo personal. Considero que ya hacemos bastante «strep tease» todos los días en nuestra vida cotidiana, como para tener que, encima, contarlo. Sin embargo creo que debo una explicación a quienes me leen.

Los acontecimientos de los últimos meses han destrozado todas mis previsiones. Me está bien, por traicionarme y pretender ser previsor. Para alguien que como yo vive tan apasionadamente el día a día, las previsiones dejan de tener carácter de «plan» para convertirse en un ejercicio cómico de adivinaciones imposibles. No me refiero a las cosas «planeables», claro. Que si tal cita, que si tal trabajo, que si mañana he de entregar esto y dentro de tres meses lo otro. Eso, aunque siempre de resultados inciertos, es programable, organizable.

No. Me refiero a los regalos. Los que te llegan así, de pronto, sin esperarlos. Otros les llaman golpes del destino. Yo no creo en el destino. Sé que lo que hago hoy es condición indispensable para que «algo» pueda ocurrir mañana, o en tres meses, o en veinte años. Nos pasamos la vida recolocando nuestro universo a golpe de «ahoras». Si los acontecimientos desbordan nuestra capacidad de comprensión, caemos por la cascada del miedo y la inseguridad. Si no son los deseados, duelen.

Pero, qué hacer cuando la vida se empeña en regalarte lo que te gusta? Lo que sueñas?
La respuesta es fácil: abrir el paquete y disfrutarlo.

Después de casi 15 años se empieza a reconocer mi trabajo. El resultado ha sido una revaloración de mi empresa, lo que conduce inevitablemente a una mayor responsabilidad. Es mi forma de disfrutar ese regalo. Trabajar más, y mejor. Es por eso que le quito tiempo al blog, para trabajar. Les pido disculpas.

Hace meses me subí al sueño de un tal Manel. Quería hacer un peródico. No uno cualquiera. Un «periódico ciudadano». Pues bien, está funcionando. Otro regalo que exige mi atención y que, de momento, lo tengo en una esquina a medio desempaquetar, haciéndole guiños de vez en cuando. En cuanto pueda lo desempaquetaré entero y eso también me quitará tiempo para el blog.

Y hay más regalos. Pero esos, los mejores, los más grandes, sí que son sólo cosa mía. Sólo decirles que los he desempaquetado para dedicarles todos los «ahoras» que puedo, y los que no puedo también.

Espero sepan disculpar mis ausencias. No se notarán mucho, AMDG seguirá contándoles cosas sobre las que discutir y los comentaristas habituales continuarán llenando esto de ideas y palabras. No siempre pensamos igual, no es posible estar de acuerdo en todo, ni siquiera en mucho. Pero ahí está lo bueno de la comunicación: se aprende. Gracias a todos por leer aquí. Por comentar.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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8 comentarios

  1. KAleA ObAbA – III

    Un error, una decisión aleatoria de un día, un pensamiento descolocado, un gesto malinterpretado, una mirada sin respuesta, todos esos pequeños detalles pueden cambiar toda una vida. Después están los grandes movimientos sociales que intentan rodear al hombre de un destino común, de una patria, de una bandera, de un himno, de una sique colectiva. Todo eso también es real. Pero en Obaba es más fuerte la individualidad que el sentimiento de la colectividad, aunque uno pueda muchas veces pensar que el lema fundamental de Obaba sea ‘dame pan y dime tonto’. No es cierto. En los rebaños de Obaba cada oveja tiene su nombre y desempeña su papel. Juanma Aparamendi lo sabía pero ya no le importaba. Quería seguir en su rol de capador de grillos aunque hubiere decidido alejarse y protegerse del mundo con unos cuantos michelines de grasa. Fue entonces cuando verdaderamente empezó a comer pan de manera compulsiva. Nadie entendía por qué Juanma se metía en el cuerpo aquellos bocadillos inmensos, nada más que de pan, a veces untados con un poco de mantequilla para hacer más suave su masticación. Empezó a aumentar su barriga al mismo tiempo que ponía distancia en centímetros a las personas que le rodeaban. Su cerebro se iba a resentir de la transformación , iría anulándose poco a poco. Tampoco le importaba porque ya no le era necesario. Seguiría haciendo lo que más deseaba en sus ratos libres: perfeccionar la técnica centenaria sólo conocida en su familia y heredada generación tras generación. Capar grillos no es una labor baladí ni trivial y requiere de constante perfeccionamiento. Ya casi sólo vivía para ello y a través de ello. Fue su abuelo el que realmente impulsó la técnica del capado hasta cotas insospechadas. Hasta esas fechas había varias familias que pujaban cada año por llevarse el brazalete verdinegro acreditador del mejor capador anual. Su posesión daba prestigio y rango a toda la familia. No sabía cómo ni por qué pero su abuelo se enroló en la guerra de Aprica contra los noros. Seguramente es allí donde pudo aprender algo nuevo en cuanto al capado. El norte de Aprica es tierra de contrastes y abundan los grillos en las noches de plenilunio. Los habitantes del lugar tuvieron también su tiempo para jugar con ellos y descubrir sus secretos. Las historias que su abuelo le había contado sobre esa guerra siempre le llamaron la atención. ‘-Paisa, paisa, obabenses tontos porque comer mucho pan’. Eran frases que su abuelo las repetía en un juego del que él mismo pretendía excluirse. Pero él estaba en el mismo ruedo que todos, frente al toro en cada corrida que televisaban. Fue perdiendo la vista y consumiéndose su carne entorno a sus huesos, pero siguió narrando una y mil veces cómo deshuevaban a los reos en aquellas tierras, y recitó sus últimas poesías antes de que el toro de la muerte lo empitonase por el esófago y se lo llevase con las piernas hacia arriba. A Juanma no se le podían ir de la memoria aquellas vivencias y aquellos instantes magníficos, el de un niño de 10 años frente a su abuelo de 70, cara a cara, día tras día mirando por el cristal de la vida hacia la plaza soleada, el combate entre la vida que crece y la vida que se apaga. Se sentía en deuda con la historia colectiva, con la inercia de su entorno, no podía escapar a él, su vida no tenía sentido sin todo aquello, sus hijos seguirían luchando por acumular brazaletes verdinegros en los campeonatos mundiales de capado de grillos que se celebraban en el valle. Si unos luchaban con hacha en mano y otros levantando piedras, a él le había correspondido el deshueve de grillos. La actividad le había elegido a él y no al revés. Es ahí donde la historia colectiva transforma al individuo en un elemento más de su paisaje, es ahí donde la individualidad se esculpe contra el verde de la montaña o contra la soledad de los campos en barbecho. No hay elección. Obaba estaba tensionada ante los próximos campeonatos. Se esperaba la visita de varios expertos capadores venidos desde Caucasia, pueblo más allá de los Baimeneos. Las apuestas estaban echando humo. Juanma no podía defraudar la memoria de su abuelo. La corpulencia de la que se había dotado jugaba a su favor. Es necesario hacer un movimiento rápido con los brazos en cada capado y los más de 100 kgs. sobre su columna vertebral presagiaban un nuevo récord mundial. Así fue. Los de Caucasia no lo podían creer, 11000 grillos capados en dos horas. Nuevo brazalete verdinegro para Juanma. Hachas, piedras y ganchos capadores. Herramientas de vida y herramientas de muerte. Y toros cuernilargos que se llevaban a los ancianos piernas arriba para siempre. Eran el armazón del divertimento y el armazón de la vida social. Aparamendi exhibió el brazalete en mitad de la plaza y ante los aplausos de todos los obabenses miró al cielo y se lo dedicó a su abuelo. En su memoria y para su orgullo.

  2. Pues tras la lectura del post se me había quedado una cara tal que así: O_O pero gracias al comentario de Chesco intuyo que son regalos del árbol de la vida.
    Ains… todo tu tiempo para ellos por favor, cada segundo deja una impronta de sus futuros años. 😉

  3. Me sumo a lo aportado por Manel… por lo menos hasta que me arregles el viaje desde Frankfurt a Jena.

  4. Hola Luis,

    por lo que cuentas, más que regalos son frutos de una siembra y un cultivo muy intensivos y con gran esfuerzo.

    Disfruta ahora que ha llegado la cosecha y deseo que sigas teniendo más del mismo tipo.

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