Cultura y Comercio: misión imposible?

Para algunos, afirmar que los últimos restos diferenciales de una cultura cualquiera son víctimas del comercio agresivo resulta una perogrullada. En efecto, un vistazo a la cartelera de cine no deja duda alguna sobre el hecho de que el unitarismo cultural orientado hacia el consumo de masas sustituye poco a poco otras formas culturales. En defensa de la pluralidad y la diversidad cultural, en defensa del acceso libre a los productos culturales, surgen de contínuo iniciativas más o menos dudosas como la que nos ha tenido acupados en los últimos días. “El Manifiesto por la Liberación de la Cultura” nace de esta visión pesimista y catastrofista que acabo de describir. Sin embargo, en el fondo, en la justificación del fatalismo cultural se esconden algunos errores argumentativos que quisiera comentar.

De hecho, nos encontramos hoy ante un abanico impresionantemente variado y rico de productos culturales; una circunstancia que se debe, sobre todo, al fácil acceso a la cultura. Comprar, por ejemplo, un CD con música indígena de cualquier ámbito cultural no es ya un problema. Esta disponibilidad es precisamente consecuencia directa del esfuerzo comercializador. Un vistazo a mi colección de CD’s basta para constatar que hay autores a quienes nunca hubiese conocido si no fuese gracias a que el mercado me los puso en las manos.

Tan pronto como se crea un nuevo producto cultural, y durante un tiempo relativamente corto, éste sólo es accesible a un grupo reducido, una élite cultural que bien podríamos llamar «Trendsettern». Si un grupo de jóvenes norteamericanos de una determinada capa social experimentan, por ejemplo, con “música hablada” y descubren así un nuevo estilo musical, se genera un movimento relativamente lento que alcanza a relativamente pocos extraños a esa “escena” en particular. Faltan obviamente medios de distribución de esa música nueva. Si su música no obstante despierta el interés comercial, es decir, existe la posibilidad de que muchas personas se interesen por este bien cultural, pronto surgirán iniciativas para dotar de capital necesario una empresa que asegure que esta forma cultural alcance a cubrir la demanda generada.

Primera objeción: nos dicen los “socialistas de la cultura” que este mecanismo discrimina formas culturales alejadas de los centros de mercado y conduce así al predominio de determinados medios culturales.
Teniendo en cuenta la progresiva globalización de mercados, esta objeción resulta cada vez menos concluyente. Todo bien cultural que prometa un efecto rentable se venderá sin tener en cuenta su origen. La posición privilegiada de los productos culturales norteamericanos es principalmente consecuencia de la fuerza del poder adquisitivo de los demandantes, quienes a su vez, pusieron a disposición el capital necesario para su propagación. Pero éste no es un fenómeno exclusivamente limitado a los EE.UU, como prueba por ejemplo la industria cinematográfica hindú. También está claro que la demanda de entretenimiento es, en todo el mundo, bastante similar. Alegrémonos de que el gusto de las masas prefiera más bien una película de Hollywood antes que una batalla de gladiadores!

Segunda objeción: los catastrofistas nos predican también que, tan pronto como se adapta un bien cultural para el consumo en masa, éste se deteriora y pierde su valor cultural.
Una objeción relativamente pobre, si me apuran. Por un lado, nos deja entrever la nostalgia melancólica por las «grandes historias» (Lyotard) del pasado que formaban el contexto de toda actividad cultural. La cultura tenía entonces una función social clara. Ello sólo refleja la gran nostalgia de la humanidad por sus raíces primitivas. Cuánto daríamos por volver a bailar en torno a un fuego, en vez de ser expectadores anónimos en el sillón de un cine. Otro aspecto esencial de ésta objeción, es el del desprecio a la «masa». Nuestra identidad personal constantemente amenazada con ser absorbida por esta masa nebulosa e informe. Pero resulta que los productos culturales tienen una propiedad particular: presentan a menudo una relación directa con nuestra identidad. La identidad tiene un carácter casi siempre excluyente: la delimitación del «otro». El consumo de productos culturales entra así en un contexto simbólico particular. Si todos paseásemos en pantalones de Skater, el Skater «auténtico» perdería su identidad. Siempre que creemos amenazada nuestra identidad cultural pasamos a criticar el comercio y el consumo de las expresiónes cuturales que creíamos « propias ». Decimos, «era muy bueno hasta que comerzializó su estilo de música» cuando en realidad queremos decir: hemos perdido el aspecto identificador particular, tan pronto como el bien cultural se volvió accesible a una mayor cantidad de personas. Los críticos del comercio en el sector de la cultura dan, por tanto, prueba de un elitismo inconsciente, de su deseo de impedir el acceso de las masas a « su bien cultural identificatorio ».

Los « Events » son por ejemplo un aspecto esencial de la cultura joven actual. En primer lugar, una élite experimentadora organiza un « acto » (p.ej. Rave-Dance) limitándose por razones evidentes de presupuesto a grupos reducidos. En el sector urbano (casi exclusivamente en él), la concentración de estas acciones particulares provoca el nacimiento de las «escenas», que no son sino grupos relativamente pequeños de personas que consumen una forma cultural específica en un contexto simbólico e identificador muy acusado. Si esta forma cultural se representa con éxito, acabará antes o después siendo demandada por un mayor número de personas. Los intereses comerciales actuarán en consecuencia atendiendo a esta demanda.
Dado que queda claro que los “proteccionistas de la cultura” no ven estos procesos con buenos ojos, concluyo que el acceso a la mayoría de los bienes culturales se lo debemos exclusivamente al hecho de haber sido comercializados.

Si alguien piensa argumentar esgrimiendo los movimientos „Underground“ baste con recordarle que no són más que un concepto de marketing más.

La pérdida de la relación simbólica entre el intérprete y el consumidor puede parecer dolorosa, pero hemos de pensar que no estamos solos en el mundo.

Protestamos junto con Ortega y Gasset contra el “hombre-masa” y no hacemos mal en ello. Después de todo, seguimos siendo libres para elegir qué consumimos. Yo, por ejemplo vivo perfectamente feliz sin cine español (salvo contadísimas ocasiones) y sin coplas al estilo Pantoja.
Naturalmente, el proteccionismo cultural podría asegurar el acceso a productos culturales locales manteniéndolos con vida; pero, como cualquier otra forma de proteccionismo, limitaría considerablemente nuestras opciones y no conduciría nunca a una cultura mejor ni más accesible.
Y si no, pregúntenselo a Jose Carlos Rodríguez (1, 2) y verán.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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6 comentarios

  1. Ya, el caso es que no veo que este manifiesto nazca de la visión pesimista con la que enlazas luego argumentalmente. Si veo que maneja una retórica «progre», pero no la de los sesentayochistas de siempre. He leído el segundo artículo de JC Rodríguez y lo primero que he pensado es que es verdad que el manifiesto podría estar mejor acabado. Si entre unos y otros hubiese más colaboración, podríamos defender este medio mucho mejor,

  2. Copypaste, no es el mío un alegato contra el manifiesto. El mío es un alegato contra quienes sólo ven en las medidas proteccionistas la vía para conservar y difundir la cultura, enfrentándose claramente a las vías comerciales.

    En cuanto al Copyright, coincido contigo y con Jose Carlos. El autor es quien decide bajo qué condiciones se usa su obra, pero no puede evitar que sea usada en otras condiciones. Si yo publico algo, sé que pasa a dominio público. Si soy consciente de ello, también lo he de ser del «riesgo» que corro de ser copiado y no citado. Por ello «Commons» para mí y no otra forma de licencia.

  3. Creo que no has cogido el sentido de este manifiesto y lo estás tratando injustamente:
    En mi opinión tiene dos ideas centrales:

    – Limitación de la duración del copyright.
    – Posicionamiento a favor de internet como medio de difusión de la cultura.

    Y de lo que no se está hablando en este manifiesto es de la desaparición de manifestaciones culturales indígenas, ni de proteccionismo de la obra estatal ni nada parecido. Ni se discute la creciente pluralidad y diversidad de oferta. Eso lo hace gente como Ramoncín, no los que firman este manifiesto.Si quieres compruébalo. http://culturalibre.org/

    Lo que define la actitud de la elite cultural progre que cita Fernado Minguez es precisamente la actitud contraria. Demonización de las nuevas tecnologías cuando hablamos de difusión de cultura (canon de cd, posbible canon sobre el disco duro) y proteccionismo contra las obras de origen americano.

    Por último, tu análisis de las posibilidades culturales me parece acertado, pero no para el año 2005 sino para 1995. Es cierto que el mercado ha proporcionó a finales del siglo pasado un método de difusión fantástico para la cultura y para el entretenimiento. Pero con la llegada de internet, estos medios se han quedado obsoletos. Yo no sé qué probabilidades tendrías hace diez años de publicar tu propio material cultural, Ahora mismo lo estás haciendo . Y eres consciente de ello, licencias bajo Creative Commons.

    Por último citas a José Carlos Rodríguez:
    «¿Tiene el creador derecho sobre su obra? La pregunta, así formulada, tiene una clara respuesta, al menos desde el punto de vista liberal. Por supuesto que lo tiene. Yo creo que la cuestión más importante es otra. ¿En qué consiste ese derecho? Es claro que tiene derecho a hacer uso de ese conocimiento y beneficiarse de cualquier modo de él. Pero ¿Puede impedir que otros también hagan uso del conocimiento por él creado? Este es el núcleo de la cuestión y es aquí donde he de reconocer que no hallo una respuesta satisfactoria. Mi opinión es que no tiene derecho a impedir que terceros hagan uso del conocimiento creado por él. Es decir, no puede exigir la exclusión del uso por terceros, porque ésta no resta capacidad de uso por quien lo ha creado.»

    Que si bien utiliza una jerga distinta, en mi opinión comparte el fondo de limitar el copyright.

  4. Me ha gustado mucho esta reflexión sobre la cultura, especialmente en estos tiempos en que el lobby cultureta español aboda decididamente por políticas a la francesa, es decir por el proteccionismo.

    Completamente de acuerdo, nuestra libertad de elegir no sólo no se ha reducido recientemente, sino que se ha ampliado de forma exponencial. Tú citabas tu colección de CDs pero hay más ejemplos: fíjate en la variedad de restaurantes con cocinas diversas que puedes encontrar hoy en Madrid y compárala con la de hace unos años (sin que la tortilla de patatas se haya batido en retirada, dicho sea de paso), por no hablar de la gran cantidad de oferta en exposiciones de todo tipo, de las cosas más variopintas. En cuanto al cine, es incierto que el español esté pasando por un mal momento, y tampoco es verdad que sólo se vea cine norteamericano. Que no todo el que quiera hacer una película pueda hacerla, porque es probable que nadie quiera verla no significa que Occidente haya entrado en una decadencia absoluta (más bien, si algo es síntoma de decadencia es que ese tipo encuentre quien le pague eso que nadie quiere ver a cargo del erario)

    Saludos

  5. Luis, perdóname por no haber conntestado todavía a la anotación sobre los cuentos tal y como prometí, pero es que he estado liadísimo. Te prometo que no lo he olvidado y que en cuanto tenga un hueco me pongo.

    Lo siento mucho

    Un abrazo y perdona por el off-topic.

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